A mi esposa
Los antiguos la describieron como bella entre las más bellas. Se llamaba Nefertary; era la esposa real de Ramsés II (ca. 1279-1213 a.C.), Faraón de Egipto. Como madre de su primogénito, tuvo una influencia muy significativa en la vida religiosa y política del país. Su tumba se conserva como una joya de la arqueología en el Valle de las reinas.
Como Gran Esposa Real debía llevar un reconocimiento público. Fue el Faraón el que determinó cómo se le llamaría nobiliariamente. Por ese nombre es que se le conoce en la historia. Ramsés II le llamó: “Por la que brilla el sol”.
Qué singular juego de poderes: el Faraón podía iniciar una guerra, perdonar a todos los condenados y vaciar el arca del estado, pero Nefertary, a los ojos de Ramsés II, podía apagar la luz de Egipto; por ella brillaba el sol.
Aquel lejano Faraón nos legó una percepción cargada de belleza, y es que, en la vida de todos, el Astro rey fulgura al alba gracias a alguien, que viene a ser el más preciado tesoro que Dios nos dio en la vida. El día que esa persona deja de existir implosiona el sol, se apaga el mundo, fenece para siempre el brillo de todas las estrellas.
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