“Nunca se apartará de tu boca este libro de la ley, sino que de día y de noche meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a todo lo que en él está escrito; porque entonces harás prosperar tu camino, y todo te saldrá bien” (Jos. 1:8). Estas palabras no fueron dichas por Dios a un intelectual. No llegaron desde el cielo a un ser en permanente reclusión monástica. Aunque parecieran dirigidas a maestro o poeta, no fue así. Lejos estuvo aquel Josué bíblico de ser un hombre con tiempo libre.
¿Ha contextualizado alguna vez aquella orden? ¿Se ha detenido a pensar quién fue aquel al que se le dijo con férrea y célica determinación: “...de día y de noche meditarás...”?
Josué fue la persona más ocupada de su tiempo. Sus funciones fueron siempre eminentemente prácticas; lejos de toda perspectiva contemplativa su día comenzaba con un pase de revista militar. Él era la cabeza del ejército. Fungía como instancia de suprema apelación para un pueblo nómada de dos millones de personas, que marchaba por el desierto a la búsqueda de la Tierra prometida. Acababa de perder a Moisés, su líder y apoyo, y venían a integrarse en su persona funciones tan dispares como las de general del ejército, juez civil y profeta. Tenía finalmente una desventajosa guerra por delante frente a ciudades fuertemente amuralladas.
Líder alguno vivió presiones mayores; hombre que viviera antes o después tuvo menos tiempo para pensar en sí, hacer lecturas detenidas, mucho menos meditar.
Es a este presionado líder a quien Dios dijo: “Nunca se apartará de tu boca este libro de la ley, sino que de día y de noche meditarás en él...”?
¿Las personas ocupadas tienen una excusa para no leer y releer el santo libro de Dios? Bueno, la respuesta por dar va a depender de lo que usted quiera lograr, porque esta orden de Dios tiene que ver con algo trascendente, que rebasa al día de hoy; se trata de un camino de vida, de la diferencia entre triunfar y fracasar, y muchas veces entre vivir y morir. Encuentre y lea despacio lo conveniente que es cumplir esa orden en las palabras finales del versículo: “...porque entonces harás prosperar tu camino, y todo te saldrá bien” (Jos. 1:8).
A veces en la vida no se trata de lo que nos guste, sino de lo que nos conviene.
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