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sábado, 27 de junio de 2020

Zapatero, a tu zapato

A la teología práctica le corresponde contestar a la pregunta: ¿a quién damos el trabajo dentro de la iglesia? Los misericordiosos lo dan al que tiene la presión económica; los aduladores, al que tiene el cargo. En ninguno de los dos casos se procedió bien. El trabajo debe hacerlo, bíblicamente hablando, el que tiene el don. Así fue diseñada la Iglesia por Aquel que es la cabeza.
“De manera que, teniendo diferentes dones, según la gracia que nos es dada, si el de profecía, úsese conforme a la medida de la fe; o si de servicio, en servir; o el que enseña, en la enseñanza; el que exhorta, en la exhortación; el que reparte, con liberalidad; el que preside, con solicitud; el que hace misericordia, con alegría” (Ro. 12: 6-8).
Muchos olvidan que el Cuerpo de Cristo, por más que tenga una dimensión humana es un organismo que tiene su centro rector en el cielo, de donde vinieron “dones a los hombres” (Sal. 68: 18; Ef. 4: 8). Era necesario sustituir al apóstol caído, y todavía no había descendido el Espíritu Santo en Pentecostés, cuando los discípulos oraron: “...Tú, Señor, que conoces los corazones de todos, muestra cuál de estos dos has escogido, para que tome la parte de este ministerio y apostolado, de que cayó Judas por transgresión, para irse a su propio lugar” (Hch. 1: 24, 25). La decisión no se tomó partiendo de simpatías personales; los apóstoles sabían que la Iglesia no era una empresa humana.
Hace años tuvimos en Cuba a un líder nacional que se iba a todos los congresos internacionales que aparecían en representación de la Organización. Si el evento era de evangelismo, partía como representante nacional, pese a admitir con frecuencia que él era cualquier cosa menos evangelista; si el evento era de teología, allá se iba, nunca supe a qué, porque teólogo no era. Huelga decir que estaba, sin excepción, en todos los demás eventos (internacionales) donde sí debía estar, por sus funciones. El desprecio al valor de los dones y funciones puestos por Dios en sus hermanos le llevó a un mal final, porque “...a todo aquel a quien se haya dado mucho, mucho se le demandará; y al que mucho se le haya confiado, más se le pedirá” (Lc. 12: 48), y puede estar seguro de que este texto no se refiere a bienes materiales, más allá de eso un líder tiene en su haber la administración sabia de los dones de aquellos que Dios puso bajo su ministerio, y por más seguro que se sienta en la posición donde está, nunca debe olvidar que: “...sobre el alto vigila otro más alto, y uno más alto está sobre ellos (Ec. 5: 8b). Ese texto debía estar visible a la cabecera de la cama de cada líder.
Leía hace años la extensa historia de la obra Bautista cubana, una organización de tanto mérito. Allí encontré:

Debemos resaltar que el Dr. MM, Superintendente de la Home Mission Board (HMB) (...) era, además de Superintendente, Presidente de la Convención, Tesorero del HMB, Presidente de las tres juntas de la Convención, Rector del Seminario, Predicador de “La Hora Bautista” [emisora radial], Director de la Revista “La Voz Bautista”, Presidente de la Sociedad Bautista de Hombres y Director Interno del Seminario, además de otros compromisos (Sic) (1).

Me sentí muy extraño al leer esa congestiva investidura en una sola persona en desdoro y desaprecio al valor de los demás. No sé qué le parecerá a usted.
Era necesaria la adoración y la profecía en el tabernáculo, y por más que el rey David fuera el excelso adorador y profeta que nos dejó tantos Salmos, él y los jefes del ejército apartaron para el ministerio a los hijos de Asaf, Hemán y Jedutún, a fin de que profetizasen con arpas, salterios y címbalos; dice la Biblia que estos eran “...hombres idóneos para la obra de su ministerio” (I Cr. 25: 1).
El principio del trabajo eclesiástico descansa en el llamado y la capacitación divina. Una persona que no es llamada y capacitada por Dios para una función hace tantos estragos en la tarea que asume que, al final, son mayores los problemas que crea que los que resuelve, y es que no se trata de colocar a este o a aquel con propósitos que tengan que ver con halagos, amiguismos o soportes financieros; puede ser que así funcione un proyecto familiar o social, pero no la iglesia. La experiencia enseña que, cuando se coloca a una persona en un lugar incorrecto, se lastima la funcionalidad del Cuerpo de Cristo.
Todos tenemos un lugar en la viña del Señor; luche para no ocupar una función no le corresponde, porque no tendrá la dotación ministerial para hacerlo. Concentre sus fuerzas y póngalas en armonía con sus dones. Será infeliz cuando no lo haga. Se desgastará y sufrirá inútilmente cuando vierta sus limitadas energías en trabajos para los que Dios no le preparó. Usted puede estar seguro de que el Rey del cielo, ese que le ama como nadie en este mundo, no desea sus servicios a expensas de su infelicidad. Él quiere que sea feliz sirviéndole.
No, no se deje llevar a funciones a las que Dios no le llamó, en menoscabo de ocupar el puesto de aquellos a los que Dios equipó con los dones para hacerlo. Seré crudo al decírselo: usted estará robando. Sirva a Dios en los límites de sus dones y ministerios. Sea feliz, y permita que otros lo sean.
Hace treinta años lo enseñé en el sótano de la Iglesia madre de las Asambleas de Dios de Cuba, al inolvidable auditorio que configuraban mis amados doscientos alumnos. Lo hice bajo el título: “Zapatero, a tu zapato”.



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(1) Alberto I. González Muñoz. I vimos su gloria. La Habana: Editorial Bautista, 2007, p. 33.


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