Translate

viernes, 12 de junio de 2020

Aquellos que no se fueron...

Tomado de: Octavio Ríos. Historia de las Asambleas de Dios de Cuba. Tomo II, p. 294. 
A su alcance en
 https://www.amazon.com/gp/product/1792871546/ref=dbs_a_def_rwt_bibl_vppi_i14

En 1963 se viven momentos muy inciertos para el destino misionero de la obra pentecostal cubana. Con gran violencia son deportados líderes, pastores y maestros del Instituto. Contra todo lo que podía esperarse la misionera norteamericana Marjorie (Margarita) McClendon fue expulsada también. No se contempló el hecho de que estaba casada con el pastor cubano Kerry González, secretario nacional de la organización y director de La Antorcha Pentecostal, ni que compartían hijos. Le llegó con premura la orden de abandonar el país y la publicación seriada más importante de la obra perdió a su director. En su lugar sería colocado Carlos Anderson Francis, que sería presionado hasta irse también. Marjorie McClendon, su esposo Kerry González y sus hijos salieron de Cuba el 17 de marzo de 1963. El pastor González demoraría cuarenta y siete años en volver. Compartió postreros saludos con sus hermanos cubanos, el 17 de marzo de 2010. Intuía una despedida; tres meses después partió con el Señor.
En 1963 hay una sola lectura para el vacío que dejaron los que se fueron: quedarse es la cárcel o la muerte. Persona alguna sabe para entonces qué pasara. Floyd Woodworth y Ramón L. Nieves, con sus esposas e hijos, son el último reducto de la presencia misionera pentecostal. Han visto impasibles estrecharse el cerco que les empuja al mar. Cien veces la embajada de los Estados Unidos les ordenó retirarse. Para entonces solo una cosa es cierta: estos hombres no se irán...
Terminará Floyd Woodworth detenido, conducido, sometido a brutales interrogatorios, y encerrado en celda solitaria, con destino incierto hasta su definitiva deportación de la isla. Terminará Nieves, arrastrado desde su casa y empujado con violencia hacia el avión que le llevó hostil a su terruño, de donde se le prohibió para siempre regresar.
Cuando sé de hermanos que, al enfrentar una privación u hostilidad, abandonan sin más el ministerio o el campo misionero, no lo puedo evitar: me acuerdo de Floyd y me acuerdo de Nieves, y se me carga el alma de lágrimas..., lágrimas que no sé llorar.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Su comentario a este artículo se recibe con respeto y gratitud.