¿Existe Dios? La pregunta es importante y compleja. Importante porque la respuesta que se dé, cualquiera que sea, abre un camino de vida; compleja porque debe responderse individualmente. Nadie puede contestar esta pregunta por ti; persona alguna, ni siquiera los padres pueden ocupar tu lugar en la determinación de la respuesta. Filosofías, ideologías, y gobiernos en la historia, pretendieron arrobarse el derecho de responder. Convirtieron para sí a las naciones en sociedades de doble moral, comenzando por la de mi pobre pueblo, donde por cincuenta años la gente fingió respetar ese pseudoderecho del estado de definir la existencia o no del Dios Eterno.
Desde siempre el tema se discutió, y por siglos los pensadores han creados sistemas de ideas con las que pretenden defender o refutar la existencia de Dios. Los ateos creyeron poder contar con un asidero inamovible en la doctrina evolucionista de Darwin. Tanto se entusiasmó Karl Marx que pretendió dedicar El Capital a Darwin; a este le disgustó tanto la oferta que el ejemplar con la dedicatoria autógrafa permaneció sin cortar en Downe House (1).
Los creyentes, por su parte, se movieron en diferentes direcciones a lo largo de la historia, y desde Aristóteles y Platón con el primum movens (primer motor) (2) hasta Michael J. Behe con el principio de complejidad irreducible y el diseño inteligente, el crecido número de argumentos a favor, publicados en los más voluminosos libros llenan los estantes de cualquier biblioteca. Los creacionistas han llegado a ser aplastantes. Sin embargo, la población atea del mundo es grande, muchos creen que alcanza el 18%. La argumentación creacionista que les llega no ha sido suficiente; ¿por qué?
Por años abordé los temas apologéticos cristianos con auténtica pasión. Llegué a convocar a los estudiantes de la Universidad de La Habana a encuentros de esa naturaleza, en que se pondrían sobre la mesa pruebas biológicas, filosóficas y científicas en general. Busqué por años una evidencia concluyente para ellos y para mí. Al final la encontré.
Un día de angustia, de esos en los que se toca fondo, tuve una reunión a solas con Dios, donde fui transformado en cinco minutos. Han pasado varias décadas, y los tiempos de calidad con Dios se acompañan desde entonces indefectiblemente de una transformación mayor o menor, que disuelve la miseria que le llevo siempre. Es así que, hace mucho tiempo, encontré la prueba más grande de la existencia de Dios; no estaba en los libros ni en los predios del mejor exégeta natural. Es mi respuesta personal a esa pregunta del principio: mi prueba más grande la existencia de Dios es lo que dentro de mí pasa cuando oro.
Sé perfectamente que personas ateas revisarán esta publicación como cada día. A los tales digo: delante de ti, está abierta la pregunta: ¿existe Dios? Te acostumbraste a permitir que otro la conteste, y la pregunta es personal. Sinsonte que aleteas cuando rompe el crepúsculo: nadie puede cantar por ti.
Espero tu respuesta, y alguien más importante que yo la espera también; es Dios.
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(1) S. A. Barnett, y otros. Un siglo después de Darwin. Madrid: Alianza Editorial, 1969, pp. 11, 12.
(2) Gustavo Gutiérrez. “Dar razón de la esperanza”. Revista Salvación, Órgano Oficial del Ejército de Salvación en Cuba, Año IV, No. 19, 1984, p. 6.
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