El Dr. José López Sánchez (1911-2004), historiador cubano de la medicina, escribió: “Los eclesiásticos, con su cosmovisión religiosa, están incapacitados para conocer el papel real de la ciencia, no importa que ellos mismos participen concretamente en actividades científicas, porque para ellos la verdad científica es el resultado de la acción divina, accesible únicamente a los elegidos en un momento de iluminación mística” (1). Difícilmente alguien en Cuba se haya pronunciado más errática y disparatadamente. Si alguien no tenía razones para hablar así era precisamente un historiador, porque esta es la ciencia que define la importancia que tuvo el pensamiento de Dios en el origen de la ciencia moderna.
El inglés Joseph Needham (1900-1995), celebérrimo historiador de la cultura del lejano Oriente se preguntó una vez: “¿Por qué no surgió en China la ciencia moderna?” La gran nación asiática se encontraba en una posición muy favorable para el despertar en su seno de la ciencia y de la tecnología modernas. Ellos inventaron el papel, la brújula, la imprenta y la pólvora; el álgebra y la astronomía china hicieron historia muy temprano. ¿Qué pasó entonces? ¿Dónde estuvo el freno que impidió al «gigante asiático» descollar como la cuna de la ciencia en el mundo? (2) Los historiadores aducen en general dos razones para explicarlo: 1. La ausencia para China del concepto de un dios legislador supremo, pensamiento tan arraigado para Europa en los finales de la Edad Media. 2. La estructura burocrática de esa nación oriental, tan propicia para castrar toda acción creativa independiente (3).
Al analizar este asunto, el Dr. Ilya Prigorine (1917-2003), investigador ruso nacionalizado como belga, premio nobel de Química en 1987, por sus contribuciones a la termodinámica de los procesos irreversibles, con énfasis en la teoría de las estructuras disipantes, afirmó:
Estoy convencido, en todo caso, de que la idea de un dios garante de las leyes de la naturaleza y de su racionalidad desempeñó un papel decisivo en la evolución inicial de la ciencia europea.
La ciencia que hoy llamamos clásica surgió de una cultura en la que dominaba la idea de la alianza entre un hombre situado en el límite entre el orden divino y el orden natural y un dios legislador e inteligible, arquitecto soberano concebido a nuestra imagen y semejanza. Un testimonio digno de tenerse en cuenta, desde este punto de vista, es la correspondencia entre Leibniz [Gottfried Wilhelm Leibniz (1646- 1716)] y el obispo Clarke, portavoz de Newton. Esta correspondencia tuvo su origen en una crítica de Leibniz, quien acusaba a Newton [Isaac Newton (1643- 1727)] de tener una muy triste idea de Dios al estimar que su obra era más imperfecta que la de un buen relojero. Newton habla, en efecto, de una acción permanente de Dios, creador de un mundo cuya actividad alimenta constantemente. Como respuesta, Newton y Clarke acusan a su vez a Leibniz de reducir el papel de Dios al de Deus otiosus, de rey holgazán, que una vez concluida definitivamente la creación se retira de la escena. Es sabido que la teoría de Leibniz triunfó en la ciencia clásica, dominada por la posibilidad de una omnisciencia indiferente al paso del tiempo. En ella el presente condiciona el futuro a la vez que puede servir para reconstituir el pasado (4).
De este análisis histórico del Dr. Prigorine, puede colegirse el hecho de que la ciencia se proyectó por carriles que le allanaron el camino gracias a la convicción que tenían los padres fundadores de que los fenómenos estaban regulados por un orden inteligible dado al mundo por Dios; el Rey del cielo había regulado con leyes, principios y mesuras el comportamiento de todas las cosas que vinieron a ser. Tal pensamiento llevó a la mente más lúcida del siglo XX, Albert Einstein (1879-1955), a afirmar, frente al caos que le proponía la mecánica cuántica, en carta a su amigo Max Born: “Dios no juega a los dados” (5).
La siguiente es una lista de científicos creacionistas cuyos nombres no requieren presentación; por disímiles que fueran los campos del saber en que hicieron sus contribuciones una cosa comparten en común: fueron definidamente creacionistas, y como tales, fervientes creyentes en Dios.
Se adjuntan los campos o descubrimientos que les encumbraron como los grandes benefactores de la humanidad que fueron:
DISCIPLINA / CIENTÍFICO
Análisis dimensional: John Rayleigh (1842-1919)
Astronomía física: Johannes Kepler (1571-1630)
Astronomía galáctica: William Herschel (1738-1822)
Barómetro: Blas Pascal (1863-1662)
Biología sistemática: Carlos Linneo (1707-1778)
Cable Trasatlántico: William Kelvin (1824-1907)
Calculadora: Charles Babbage (1792-1871)
Cirugía antiséptica: Joseph Lister (1827-1912)
Cloroformo: James Simpson (1811-1870)
Dinámica de los gases: Robert Boyle (1627-1691)
Generador eléctrico: Michael Faraday (1791-1867)
Electrónica: John Fleming (1849-1945)
Entomología: Jean Henry Fabré (1823-1915)
Estratigrafía: Nicolás Steno (1638-1686)
Galvanómetro: Joseph Henry (1797-1878)
Gases inertes: William Ramsay (1852-1916)
Geología glacial: Louis Agassiz (1807-1873)
Geometría no euclidiana: Bernhard Riemann (1826-1866)
Mecánica de los fluidos: George Stokes (1819-1903)
Mineralogía óptica: David Brewster (1781-1868)
Motor eléctrico: Joseph Henry (1797-1878)
Oceanografía: Matthew Maury (1806-1873)
Paleontología: John Woodward (1655-1728)
Patología: Rudolf Virchow (1821-1902)
Telégrafo: Samuel Morse (1791-1872)
Termocinética: Humphry Davy (1778-1829)
Termodinámica estadística: James Maxwell (1831-1879)
Termodinámica reversible: James Joule (1818-1889) (6)
Frente a este abrumador cúmulo de consideraciones históricas es asombroso releer aquellas palabras, colocadas a la cabeza de este artículo: “Los eclesiásticos, con su cosmovisión religiosa, están incapacitados para conocer el papel real de la ciencia...” (1). Si que fue grande el yerro del Dr. José López Sánchez. Nunca un historiador debió hablar así.
__________
(1) José López Sánchez. Finlay. El hombre y la verdad científica. Ciudad Habana: Editorial Científico-Técnica, 1986, p. 192.
(2) Ilya Prigorine. “Una nueva convergencia de la ciencia y la cultura”. El Correo. Paris, Francia: Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO). Mayo de 1988, p. 9.
(3) Ibíd.
(4) Ibíd.
(5) S. Ferrer. “‘Dios no juega a los dados’ y otras ideas científicas malinterpretadas”. El Confidencial. https://www.elconfidencial.com/tecnologia/2016-04-24/dios-no-juega-a-los-dados-y-otras-frases-cientificas-malinterpretadas_1188794/ Publicado: 24 de abril de 2016; actualizado: 3 de mayo de 2016. Accedido: 28 de junio de 2020, 8: 37 PM.
(6) Scott M. Huse. The collapse of evolution. Michigan: Baker Book House, 1990, p. 140.
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