Las tres veces que María de Betania aparece en la Biblia está a los pies de Jesús. La última ocasión tiene lugar tras la resurrección de Lázaro. “Seis días antes de la pascua, vino Jesús a Betania, donde estaba Lázaro, el que había estado muerto, y a quien había resucitado de los muertos. Y le hicieron allí una cena; Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban sentados a la mesa con él. Entonces María tomó una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, y ungió los pies de Jesús, y los enjugó con sus cabellos; y la casa se llenó del olor del perfume” (Jn. 12:1-3).
Amo leer la última expresión de este pasaje: “…y la casa se llenó del olor del perfume”. Ningún hogar está tan lleno de olor fragante como aquel en que Jesús recibe el lugar que le corresponde. María se lo dio. Su costoso perfume lo derramó sobre Él y, al hacerlo, le dio la más honrosa posición que huésped alguno recibiría allí.
Perfumar a Jesús tuvo consecuencias. La primera perfumada fue la propia María, porque las personas adquirimos el olor de aquello que manipulamos. Fueron perfumados los discípulos, estaban muy cerca; con ellos la casa toda; por extensión nosotros, porque el olor de aquel perfume, a las puertas del fin, nos alcanza hoy; se siente todavía, con nosotros va. “Mas a Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús, y por medio de nosotros manifiesta en todo lugar el olor de su conocimiento. Porque para Dios somos grato olor de Cristo en los que se salvan, y en los que se pierden; a éstos ciertamente olor de muerte para muerte, y a aquéllos olor de vida para vida” (I Co. 2: 14, 16).
Cristo viene ya. Hermano, amigo: pon ahora mismo a sus pies tu perfume más costoso. Se levanta ya la Iglesia en las nubes del cielo al encuentro con Aquel que murió por ella. Ya se sienten en los aires las voces de los cuatro seres vivientes, y de los veinticuatro ancianos, que entre los acordes de las más célicas arpas y el grato olor del incienso que se desborda en las copas de oro, prorrumpen a una:
‘Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos; porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación; y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra’. Y miré, y oí la voz de muchos ángeles alrededor del trono, y de los seres vivientes, y de los ancianos; y su número era millones de millones, que decían a gran voz: ‘El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza’. Y a todo lo creado que está en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de la tierra, y en el mar, y a todas las cosas que en ellos hay, oí decir: ‘Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos’. Los cuatro seres vivientes decían: ‘Amén’; y los veinticuatro ancianos se postraron sobre sus rostros y adoraron al que vive por los siglos de los siglos (Ap. 5: 9-14).
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