Leovigildo Cuellar Valladares (1914-2008), en primer plano, con una Biblia en la mano. Al fondo, en el centro, Rev. Rolando Rivero Reyes |
...con potencia de señales y prodigios, en el poder del Espíritu de Dios; de manera que desde Jerusalén, y por los alrededores hasta Ilírico, todo lo he llenado del evangelio de Cristo (Ro. 15:19).
El evangelista nacional Leovigildo Cuellar Valladares nació el 20 de agosto de 1914, en Cruces, provincia Las Villas, centro de Cuba. Esther de Quesada Hernández, la hija mayor de los pastores Benjamín de Quesada y María de Quesada, gusta recordar: “Leovigildo Cuellar nació el mismo día que mi abuelo materno, el mismo año y para colmo de coincidencias los dos se llamaban Leovigildo”.
Los padres de Leovigildo Cuellar se llamaban Rumoaldo Cuellar Hernández y Andrea Valladares Fleites. Estos tenían una finca en la zona, que les permitía una condición de vida holgada. Élsida Cuellar Duarte, segunda hija del evangelista cuenta:
Blas Cuellar y Vitalia Cuellar, hermano y hermana de mi papá vivían en la Ciudad de Camagüey. Él iba allí a verlos allí y en alguna de esas visitas conoció a mi mamá, Blanca Rosa Duarte de la Victoria. Se casaron muy pronto, en 1940. Mi mamá solo tenía trece años. Fue así que mi papá se fue de Cruces para Camagüey. Allí vivimos todos en la calle Arboleda No. 29 e/ Palmira y Dolores Betancourt.
Nosotras éramos muy apegadas a papá, incluso más que a mi mamá. Él era el que compraba la ropa de invierno de todos nosotros. Le recuerdo muy recto, pero flexible. Mamá nunca echaba atrás un “no” que, de hecho, siempre los tenía a flor de labios. A veces antes de terminar nosotros de hablar ya nos decía: “No”. Teníamos entonces muchas más posibilidades con papá. Íbamos primero con él porque cuando papá decía “sí” a un asunto mamá no lo contradecía, aunque estuviera en desacuerdo. Lo respetaba mucho. Lo que papá decía era ley. Por ejemplo, en 1961 mi hermano Danilo y yo queríamos ir a alfabetizar. Conseguimos la planilla y.…, fuimos donde papá. Él nos dijo que sí y la firmó. Pude así irme a alfabetizar. Me ubicaron en la zona de Esmeralda, Camagüey, en una colonia llamada Waty. En esta y en otras oportunidades papá, luego de decir que sí, nos mandaba donde mamá. Nosotros hacíamos valer el “sí” de papá. Mamá decía: “¿Para qué vienen a verme si ya él dijo que sí?” Tanto lo respetaba.
Recuerdo a mi papá trabajando mucho. Hacía losas de piso. Tenía fama de ser un gran machetero y trabajó en todas las zafras de caña hasta el año 1951 en que se convirtió, y comenzó a servir al Señor como evangelista.
Élsida Cuellar Duarte nos confiesa: “No nos gusta que algunas personas interpreten que, por la sencillez de mi papá, él no había estudiado. Papá alcanzó el nivel medio superior. Era técnico operario de baldosas. También estudió en el Seminario Bíblico Pentecostal de Manacas, donde se graduó en uno de los últimos cursos; ya había triunfado la Revolución. Nunca suspendió ninguna asignatura. En nuestras memorias aparece papá preparando con cuidado los bosquejos de sus sermones”.
Los años 1950 y 1951 marcan la historia del movimiento pentecostal cubano por las campañas evangélicas que tuvieron lugar. Entre las que se realizaron resaltan Santiago de Cuba ―febrero de 1950― y Camagüey, 1951, como sedes principalísimas. La de Camagüey tuvo lugar entre el sábado 4 y el domingo 28 de enero de 1951. En esta última campaña se convirtieron Leovigildo Cuellar Valladares, Rolando Rivero Reyes, Víctor García Martínez, Mario Barbán Ortiz, Manuel Cruz Vasconcellos y Manuel González González, todos los cuales serían después importantes ministros de la Iglesia Evangélica Pentecostal de Cuba (Asambleas de Dios), con una trayectoria reconocida y una hoja de servicios que creció con el paso del tiempo.
“Un compañero de trabajo invitó a la campaña a mi papá. Él fue y llevó a mi mamá”, cuenta Élsida Cuellar. Recuerda el pastor Rolando Rivero: “Leovigildo Cuellar fue a burlarse. Veía a la gente llorar y decía: ‘Eso lo hacen los artistas. ¡Miren…!’ A los pocos días él era el que estaba llorando. Se convirtió Cuellar”. Su esposa, que era paralítica desde hacía tres años, fue sanada allí...
Cuenta Emmy Cuellar Duarte, hija del matrimonio Cuellar: “Mi mamá llevaba tres años sentada en una silla de ruedas, a consecuencias de una espina bífida que se dañó mucho cuando tuvo a sus tres primeros hijos. Yo conozco al ortopédico que la desahució; en aquella época la ciencia no tenía los avances de ahora. En la campaña de 1951 de T. L. Osborn, Dios la sanó, y cuando ella iba con la familia, caminando por la calle, aquel ortopédico que la desahució la veía y decía: ‘Ahí va el milagro’”.
Élsida Cuellar Duarte, hija del matrimonio Cuellar nos ayuda a entender hasta donde llegó el impacto de aquella experiencia: “Norma, nuestra hermana mayor, que vive en Camagüey, nació el 25 de marzo de 1946. Yo, Élsida, nací el 14 de abril de 1947. Mi hermano Danilo nació el 3 de abril de 1948. Mi mamá quedó entonces paralítica. No podía ya caminar y tuvo que quedar en una silla de ruedas. En enero de 1951, cuando Dios la sana en la campaña ella regresa a su vida normal. Nace entonces mi hermana Emmy, el 21 de marzo de 1953, y finalmente Efraín, el 7 de marzo de 1955”.
El autor escuchó a Leovigildo Cuellar, mientras predicaba, contar su testimonio personal: “Yo tenía tanto miedo que no podía salir a la calle. Vivía encerrado. Un día fueron allí a orar por mí. Al hacerlo me quedé de pronto sin fuerzas porque algo salió se mí y yo caí de frente; óigame... como usted ve yo tengo la nariz grande..., pues le digo que caí de frente y ¡no me rompí la nariz!”
Emmy Cuellar Duarte nos permite saber: “A papá lo bautizó una misionera llamada Emmy. Mi mamá estaba embarazada y le dijo a la misionera que si lo que nacía era una niña le iba a poner el nombre de ella. Por eso yo me llamo Emmy. A mamá yo la recuerdo como una persona de mucha fe. Ella levantó una casa-culto en Saratoga. Después fue miembro de la congregación del Templo “Aleluya”, predicaba muy bien y cantaba en el coro”.
Enriqueta Pérez Romero, nos cuenta: “A los dieciséis años [1952] estuve en una campaña que dio Cuellar debajo de una mata de mangos, en Lindero Cruz, Holguín, Oriente de Cuba. Éramos cerca de cien personas. Se convirtió un hombre llamado Paco Borjas, que era zapatero y donó un cuarto de la zapatería para reuniones bíblicas en Lindero Cruz. Creo que allí comenzó la obra en Lindero Cruz. Yo fui sanada de cáncer de hígado. Vomitaba sangre”.
Élsida Cuellar nos documenta: “Papá pastoreó solamente un año, en Sagua La Grande. Fueron miembros de esa iglesia bajo su pastorado los Revs. Rafael Mendoza y Ricardo Aspiri”. El Rev. Ricardo Aspiri Surí conserva memorias imborrables de los primeros meses de pastorado de Cuellar allí: “Vi el pastorado de él en Sagua la Grande en 1973. Debo decir que en los dos primeros meses aquello era una fiesta continua porque era una permanente campaña evangélica y las personas venían, se sanaban y se convertían, y como hacía tantos cuentos aquellos cultos eran una fiesta...”
Este pastorado fue muy breve, de solo un año. Élsida Cuellar argumenta al respecto:
Él era esencialmente un evangelista de milagros y en esa dirección volcó todo su esfuerzo. Sus campañas estaban llenas de vida. Dios le usaba poderosamente en revelaciones desde el mismo púlpito. Era familiar verle de pronto detener el mensaje y decir algo así como: “Aquí hay una persona que está pensando en quitarse la vida; si no sale la voy a señalar”. Eso pasaba mucho. Cuando oraba por un vientre infértil la mujer concebía. Eso era frecuentísimo. Fue el que inició la oración por los empastes en Cuba.
No se detenía nunca. Él recorrió Cuba entera haciendo campañas evangélicas desde un extremo hasta el otro, desde la punta de Maisí hasta el cabo de San Antonio, montó mulas, cruzó ríos, con ofrendas de amor muy pequeñas, que apenas le sustentaban, penetró y evangelizó todos los campos escondidos donde nadie quería ir, a lugares que ni siquiera la gente sabía que existían, allí llegó él...
El domingo 24 de enero de 1988, respondiendo a una invitación del pastor Justo Regueira Crespo, el evangelista nacional Leovigildo Cuellar inicia una campaña, que duró un total de quince días. Ésta trajo como consecuencia uno de los movimientos del Espíritu Santo más fuertes registrados en la historia de las Asambleas de Dios de Cuba: el avivamiento de Madruga. A este impresionante capítulo de la historia se le dedicará un artículo, publicado ya por el autor en el tomo II de Historia de las Asambleas de Dios de Cuba.
Ese mismo año 1988, Leovigildo Cuellar parte rumbo a la Isla de la Juventud, con el propósito de realizar una campaña evangélica, en respuesta a una invitación que le hiciera el Rev. Arnoldo González Villalonga, pastor del Templo Central de Nueva Gerona, Isla de la Juventud. Allí ocurrieron tantas sanidades, particularmente empastes de piezas dentales, que fue acusado de ponerse de acuerdo con estomatólogos locales para manipular los testimonios. A su salida a la calle esperaban a Cuellar largas filas de personas que le pedían oración. Él se detenía, con la naturalidad que siempre le caracterizó, porque amaba a la gente. Quizá no haya habido evangelista que haya disfrutado tanto el orar y el servir a los demás. El movimiento de personas que acudía era cada vez mayor, las calles se congestionaron, el pueblo se volcó de lleno hacia la campaña... Pronto las autoridades intervinieron, e interrumpieron la campaña.
De la Isla de la Juventud, ese mismo año, Cuellar salió para Holguín, donde tuvo lugar uno de los movimientos del Espíritu Santo más grandes de toda su historia. Allí permaneció una semana, ministrando en el Templo Central de las Asambleas de Dios en Holguín. Se hablaba de “fraudes”, de sillones estomatológicos escondidos, para empastarles las piezas a la gente de modo que después dieran un falso testimonio que fuera creíble. Muchos paralíticos se levantaron de sus sillas de ruedas, personas muy gruesas bajaron bruscamente de peso, cáncer, cálculos, úlceras, daños crónicos e irreparables desaparecieron de los cuerpos físicos de los presentes. Fue un tiempo grandioso de ministración ferviente.
En el Templo “Fuente de Vida” bajo el pastorado del Rev. Jaime Rodríguez Fernández y Clara Cámbara de Rodríguez, en 1989, tiene lugar una gran campaña evangélica en la que ministra, con toda libertad, el legendario Cuellar.
El año final del ministerio del matrimonio de Quesada en el Templo Central “Voz de Júbilo” de Ciego de Ávila, fue 1989, antes de partir al gran ministerio que cumplirían durante veinticuatro años en Camagüey. El cierre, que hicieron con broche de oro, fue la campaña evangélica que realizó allí Leovigildo Cuellar. Fue necesario, para hacer la misma, retirar los bancos del templo, con el propósito de hacer lugar a la muchedumbre tan grande que se dio cita. Cuenta la pastora María E. Hernández de Quesada:
Vi a una muchacha venir con quistes múltiples de ovario, dependiente de dosis crecientes de avafortán; no podía salir embarazada. Cuellar oró por ella. Con los días se comprobó que los quistes habían desparecido. Pronto salió embarazada. Hoy tiene tres niños y sirve con amor al Señor.
Vi al Señor hacer allí decenas de empastes para sorpresa de los incrédulos y aun de muchos de nosotros. No puedo olvidar tampoco a una mujer pobre que vino; tenía entre 30 y 40 años de edad, le faltaba una pierna y usaba una prótesis que se le caía contantemente. En la extremidad inferior que le quedaba tenía una gran inflamación. Al llegar a la terminal le pidió a un policía que estaba allí que le ayudara a transportarse hasta el hospital. Tenía cuarenta grados de temperatura. Sorpresivamente el policía le habló de la campaña que estaba teniendo lugar en la Iglesia de Ciego de Ávila y le animó a ir allí. La sanidad de esta mujer fue una de las cosas más espectaculares de la campaña. El alivio de su dolor fue inmediato; la inflamación cesó. Fue tal la reacción de esta mujer ante aquel obrar de Dios que al día siguiente llevó a la campaña ―nadie sabe cómo lo logró― un camión lleno de personas que vivían en su barrio, que le habían visto salir enferma y casi acabada y regresar sana, alegre, feliz y llena de Dios.
Cuenta el pastor Benjamín de Quesada: “Al terminar los cultos de avivamiento que estaban teniendo lugar las personas, para poder salir, usaban las ventanas que eran de hojas. Al cierre de esta campaña quedó una estela de la gloria de Dios tan grande que fue necesario organizar entre tres y cinco cultos diarios que se mantuvieron durante más de dos meses”.
De aquellos contextos la pastora Hermida Figueredo Pi, recuerda la última campaña de Leovigildo Cuellar en la Iglesia de las Asambleas de Dios en San Francisco de Paula, La Habana:
…Nosotros estábamos próximos a jubilarnos. Era nuestro último pastorado, y estábamos en San Francisco de Paula cuando Cuellar dio la campaña allí. Aquello fue muy grande. Como las personas no cabían se encaramaban los niños por las ventanas en una mata de guayaba que estaba al lado y allí les alcanzaba Dios, y les sanaba y les empastaba las piezas dentarias. Allí hubo un gran avivamiento. Aquello repercutió en las escuelas, cuando los niños empezaron a enseñarles a los maestros los empastes que habían recibido. Los maestros y los demás niños se ponían bravos con ellos. Los niños les decían: “Tenemos en nosotros la prueba”.
Un día Dios me mostró algo cuando Cuellar estaba orando por los hermanos, y vinieron un montón de niños con las muelitas malas. Mire hermano… ¡se le llenaba de oro la muela y lo que sobraba salía por la saliva...! ¡Eso yo lo vi!
Allí mismo Cuellar dijo: “Hermanos, yo no puedo orar por todos. Ayúdenme los hermanos a orar por los demás. A mí me tocó una señora que tenía una cadera más alta que la otra. Nos fuimos a un cuarto apartado del templo. El hueso de la cadera derecha le tocaba a aquella mujer la costilla. Cuando ella me dijo lo que tenía, yo le dije: “Hija, el Dios que está sanando allá afuera es el mismo que está sanando aquí”. Cuando le pongo la mano en la cadera siento de pronto que el hueso le hace ‘¡rrrrrraaaamm!’ y se le puso en su lugar y la señora ya no estaba coja… ¡Fue tan grande el impacto!… Yo le dije al Señor: “¡Oh, Señor, ¡también me vas a usar en eso!” Estaba asombrada y asustada.
Comprometido con los rumbos organizativos de las Asambleas de Dios de Cuba, organización a la que el evangelista Leovigildo Cuellar fue fiel hasta el último día de su vida, fue también, a la par de incansable predicador, un presidente nacional de la sociedad “Pescadores de Hombres”, que agrupa a los hombres cristianos mayores de 36 años. Se le recuerda en reuniones, haciendo artículos, luchando para organizar y agrupar a todos los caballeros del país en pro a unir fuerzas para la gran tarea que se avecinaba de ganar Cuba para Cristo.
Los cuentos y los chistes de Cuellar hacen un capítulo de su historia sin los cuales la crónica de su vida estaría incompleta. Esto no solo se evidenciaba en su predicación, sino en su vida toda.
Cuenta una de sus hijas, Élsida Cuellar Duarte: “De algún modo nos enterábamos de que papá iba a hacer cuentos y rápidamente nos íbamos todos para la cama a oírlo porque era la cosa más divertida y entretenida del mundo”. Emmy Cuellar Duarte recuerda: “Pepito era el habitual protagonista de los cuentos de papá y aquellos cuentos estaban tan bien hechos que nosotros los creíamos. Eran historias fantásticas”.
Dice al respecto Elías Guevara: “Era capaz de hacer tantos chistes, uno detrás del otro, que la gente se quedaba boquiabierta. No era posible dormirse con él”.
Para algunos esto no es bueno en un predicador. Recordemos, sin embargo, que fue el “príncipe de los predicadores” de Inglaterra, Charles Spurgeon, el que dijo que antes que dormirse es preferible reírse.
La pastora María Legrá Jardines recuerda: “Teníamos en la Iglesia muchas personas que todavía no se habían casado y de algún modo él se dio cuenta, así es que en medio de la campaña anunció que acaba de fundar la CAN. ‘¿Qué es la CAN?’, le preguntaron desde la congregación. ‘Comisión de Asuntos Nupciales’, contestó. Todos reímos ante aquella ocurrencia, especialmente los solteros”.
El Rev. Benjamín de Quesada explica:
Cuellar tenía un cuento para todo. Mery me recuerda que era genioso; contradictoriamente podía volverse explosivo, pero esa no era la imagen que daba desde el púlpito, donde la gente le veía como la persona más simpática y ocurrente del mundo. Recuerdo un cuento de él: decía una vez a la congregación que, en una oportunidad, él pasó y les dijo a tres ancianas que cuchicheaban: “Adiós a las cuatro…” Las ancianas le dijeron: “No somos cuatro, sino tres”, a lo que Cuellar contestó: “¿Tres…? ¿Y la que están ‘despellejando’…?”
Usaba las más ocurrentes comparaciones para llegar al humilde público que le prestaba interesado toda su atención. Cuenta su hija, Emmy Cuellar:
En una oportunidad le oí predicar que hay personas en la iglesia que son como los murciélagos. Él decía: “Usted toma un murciélago, lo mira y parece un ratón, pero no es un ratón, es un murciélago. Así pasa con algunos ‘cristianos’, usted los mira y parecen cristianos, pero no son cristianos, son... ¡murciélagos!”
También decía que hay cristianos que son como las ranas, que cuando les va bien dicen: “creo, creo”, e imitaba con la voz “creo” el croar de la rana.
La hermana Elba Flores, recuerda: “Ilustrando una vez cómo la naturaleza da cosas buenas decía: ‘La zanahoria es muy buena para la vista, fíjese si es así que usted nunca ha visto un conejo con espejuelos’. Decía también que la sopa de piedras era buena, siempre y cuando usted le echara un pollo...”
Hermida Figueredo Pi, desternillada de la risa, recuerda: “Ilustraba una vez, parece que el hecho de que las apariencias engañan y decía que un guajiro que nunca había montado en un ómnibus venía para La Habana a toda velocidad. Al mirar por la ventanilla veía las guácimas del borde la carretera desplazarse muy rápidas en dirección contraria. Asombrado entonces, dijo: '¡Qué rápido van esas guácimas! ¡Van a más velocidad que el ómnibus! Ya sé lo que voy a hacer, ¡voy para allá en el ómnibus y regreso para acá en una guácima!'”
El pastor Daniel Hernández, Asambleas de Dios de Miami, por muchos años directivo nacional de las Asambleas de Dios de Cuba, recuerda:
Fui muchas veces el guía de Cuellar en las campanas. En Holguín me encargaba llevarlo a las casas donde le tocaba almorzar, pues era la costumbre de los pastores pedirles a las congregaciones que cooperaran con las comidas de los evangelistas. En Pinar del rio disfrute mucho con Cuellar nadando en los ríos de Pinar en el campo (...). Reí mucho con él, y también escuché sus ministraciones. Lo oía por siete días seguidos. Sus cuentos nos mantenían atento.
En una oportunidad el autor se enredó en una discusión con el pastor Daniel Monduy Morales, el cual afirmaba que Dios usa a cualquiera y para apoyar esa idea —que sigue sin gustarme— usaba el siguiente ejemplo: “Cuellar tenía escondida una ‘liguita’. La estiraba sin que se dieran cuenta los presentes. De pronto empezaba a retorcerse en la silla y a quejarse como si tuviera un gran dolor. Todo el mundo corría para ver qué le pasaba. Cuando lograba un buen público, entonces disparaba a escondidas la liguita, que hacía un sonido repetido ya usted sabe semejante a qué... Esos eran los chistes de Cuellar, ¡y así lo usaba Dios!”
El autor compartía memorias con Elías Guevara y ambos recordábamos a Cuellar tratando de ilustrar el caso de una persona que, aunque no se lo permitan dice las cosas. Contaba así de una mujer que le decía al esposo: “garabato”. Éste, un día, se molestó, y le exigió que no se lo dijera más. Ante la renuencia de la mujer de hacerle caso la cogió por un brazo y le metió la cabeza en una tina de agua. Ésta no podía sacar la cabeza, así es que sacó un brazo del agua y jorobó un dedo, de modo que el hombre sintió que le seguían diciendo: ‘¡garabato!’
El Rev. Rolando Rivero dice: “Si usted le quitaba los chistes a Cuellar ya no era Cuellar. Tenía un cuento en el título, otro cuento en la introducción, otro en el primer punto, en el segundo y en el tercero y tenía un cuento en las conclusiones y todo eso lo unía ¡con cuentos!”.
Era un conversador apasionado y un hombre que amaba la vida y la libertad de los campos de Cuba. Cuenta Elías Guevara:
El pastor Rolando Rivero invitaba mucho a Cuellar. Le recuerdo ministrando en el Templo de las Asambleas de Dios, en B y Porvenir, Lawton, La Habana, entre los años 75 y 77. Para entonces yo había entrado en conflicto con mi hermano. Vivíamos en La Habana Vieja; él era del partido comunista y me prohibió tener mi Biblia allí, en su casa. Me decía: “Si quieres estar aquí tienes que sacar eso de aquí”; se refería a mi Biblia, y tenía él una bobería tan grande arriba que yo hablé con el pastor Rivero. Él me dijo: “Ven para acá”. Me fui a vivir al templo de Lawton. Yo tenía entre 25 y 26 años y allí viví dos años, y cuando Cuellar venía a dar campañas se quedaba allí conmigo. Compartimos muchos minutos en las horas de descanso en que él me contaba sobre sus andares por los campos de Majayara, en la lejana Oriente, donde evangelizaba. Me decía que aquellas lomas eran tan empinadas que a veces él resbalaba y retrocedía todo lo que había adelantado y tenía que volver a subir aguantado de las matas que se encontraba, si las había.
Cuellar era una persona muy sociable. Antes y después del culto la gente se le acercaba y lo rodeaban y le hacían muchas preguntas y él se quedaba con ellos, sin apuro. Se sentía bien entre la gente.
Se detenía a hablar con cualquier hermano que se dirigiera a él y lo hacía con simpatía, como si lo conociera de toda la vida. Su ministración no estaba restringida a los límites de la campaña o culto, su ministerio era su respirar. Dirigiéndose al autor le dijo en el tiempo previo al inicio del culto en la campaña de Infanta y Santa Marta, en 1989: “¿Sabe que casi todas las personas tienen una pierna más corta que la otra?” Con la misma echó mano a una silla allí cerca y empezó a sentar personas, midiéndoles las piernas antes y después de orar. Faltaba todavía una buena hora para comenzar el servicio. Eso no implicaba para él agotamiento alguno. Lo hacía todo del modo más natural. Era coloquial al ministrar y al predicar.
Nunca se atribuyó a sí mismo mérito alguno en el tremendo éxito que lograba. Enajenado de toda gloria personal le escuché decir, en la campaña que realizó en el Templo de Infanta y Santa Marta, en 1989: “Me pusieron ‘el milagroso’ como si yo hiciera milagro alguno. Al salir de la campaña en la Liga Evangélica de Cuba, como la gran multitud llenaba las calles me sacaron en un auto y un grupo de personas se abalanzaron contra el vehículo y preguntaron a través de la ventanilla: ‘¿Aquí va “el milagroso?’ Una hermana, desde dentro del auto, les contestó: ‘El ‘milagroso’ está en el cielo’, y le señaló hacia arriba”.
Élsida Cuellar Duarte, dice: “A las congregaciones les decía: ‘No sigan a Cuellar, sigan a Cristo’. Se hizo querer de todo el mundo, aun fuera de la denominación. El Rev. Alejandro Nieto Selles, presidente de la Liga Evangélica de Cuba, con amor y en reconocimiento a todo su trabajo, lo ayudó siempre después de su jubilación. Le enviaba sin falta, mensualmente, ayuda económica”.
En 1990, inesperadamente, corre por todo el país la noticia: el evangelista nacional Leovigildo Cuellar estaba grave de muerte y había sido traído a La Habana. El autor con su esposa, la Revda. Elízabeth de la Cruz de Ríos, fueron a verlo al hogar de su hija en la calle San Juan Bosco No. 6 e/ Línea de Ferrocarril y Paraje Pérez, bajos, en Lawton, La Habana, donde se encontraba muy enfermo. Acostado en un humilde y estrecho lecho, había perdido mucho peso y tenía empobrecida la comunicación, pese a lo cual habló algo. Se esforzó por atender, ser amable y sonreír. Era el autor, para entonces, Residente de Medicina Interna del Hospital Docente Universitario Clínico Quirúrgico “General Calixto García”, en El Vedado habanero, y pudo ver la Historia Clínica, donde estaba ampliamente documentado el mal que sufría. Le transmitimos ánimo y oramos por él.
Emmy Cuellar Duarte, hija del evangelista, amplía y completa el relato de aquellos dramáticos días:
En 1990 mi papá viaja a los Estados Unidos. Allá se encontraba cuando se enferma gravemente mi mamá en Cuba. Mi hermano allá, en los Estados Unidos no se lo quería decir, para que pudiera estar tranquilo los días que le quedaban, pero él, orando, tuvo de pronto una visión: vio un ataúd y en él a mi mamá. Regresó a Cuba de inmediato. Llegó el 23 de junio de 1990, justamente trece días antes de la partida a la eternidad de mi mamá, el 5 de julio de 1990.
Tres meses después me traen a mi papá desde Camagüey, en septiembre, con 4 g/l de hemoglobina y una gran pérdida de peso. Le habían diagnosticado cáncer de colon avanzado, con una metástasis grande en el esófago. No podía tragar; para que pudiera comer algo había que filtrarle la comida. Sus mucosas eran muy pálidas. Él me confesó que le habían hecho ya el diagnóstico en los Estados Unidos. Se encontraba tan débil que cuando fueron a traerlo desde Camagüey, el Dr. Sardiñas, que lo atendía, le dijo a mi familia: “No llega vivo a La Habana”. Aquí su estado se deterioró aún más. Llevaba, de hecho, tres meses sin comer, apenas asimilaba los caldos y jugos que se le daban. Sangraba por el recto y sangraba por la orina. Todos esperábamos ya el final, cuando de pronto vienen a verlo unos hermanos de la Iglesia de Infanta y Santa Marta, eran tres jóvenes —dos hermanas y un hermano, toda la vida me he preguntado si eran ángeles—. Nos dijeron que habían sentido orar por él, y así lo hicieron...
Al otro día, a las 6:00 a. m., papá se levantó y pidió desayuno: ¡un vaso de café con leche, un paquete de galletas y un platanito! ¡Se lo comió todo! Nos quedamos muy asombrados. A las 11:00 a. m. pidió almuerzo, almuerzo de verdad, y a las 6:00 p. m. pidió comida: potaje, arroz —fue específico, quería arroz amarillo, con mucha raspa— y un bistec y... ¡se lo comió! Cuando mi hermano lo vio comiendo tiró el cigarro por la ventana. En este contexto de comida inesperada llegó a la casa Martín Oliva, que venía a verlo todos los días; al verlo comiendo se echó a llorar...
Consulté con los médicos acerca de todo esto. Me dijeron: “Usted acaba de matarlo porque una persona que lleva tres meses en el estado en que él está no puede hacer eso de pronto”. Lo llevé entonces al hospital oncológico donde lo atendíamos. Lo vieron allí tres oncólogos. Decidieron hacerle una colonoscopía. Mientras se la hacían los vi salir. No encontraron nada. Me dijeron que necesitaban un colonoscopio más largo. Repitieron la colonoscopia. Nada. No encontraron el cáncer. Me dijeron entonces: “De que había cáncer lo había, de que había pólipos, los había, de que hay milagros… ¡los hay!” ...
Mejoró extraordinariamente. Subió de peso. Se normalizó. Regresó a Camagüey. A su regreso el Dr. Sardiñas, que era el que lo atendía allá, le repitió las pruebas. Todo dio normal. Entonces concluyó: “Bueno... hay Cuellar para rato” ...
Leovigildo Cuellar, en la gracia de Dios, sobrevivió ¡dieciocho años! a aquellos dramáticos días. Fue promovido a la gloria el 17 de mayo de 2008, sin cáncer, con un corazón ya cansado por los 94 años que el Señor le permitió vivir y que, en un contexto de paz, se detuvo, para permitirle ascender a su morada eterna. El duelo lo despidió la Revda. María Hernández de Quesada, esposa del legendario Rev. Benjamín de Quesada.
Un acercamiento a la valoración de su ministerio
El autor recuerda oír a Cuellar decir a la congregación: “Dios está aquí y donde está Dios puede pasar cualquier cosa”. Abría sus brazos de par en par en apoyo gesticular de la idea. Sabía crear un ambiente de fe. Sabía hacer sentir a la grey que Jesucristo estaba vivo, real y presente en aquella hora. Sosteniendo el púlpito entre las manos como si luchara con alguien que se lo fuera a quitar, volvía la cabeza atrás y preguntaba: “¿Voy bien, Señor?” Lo hacía sentir allí.
El Rev. Benjamín de Quesada Tamayo, dijo: “Las mejores campañas que he visto en toda mi vida fueron con Leovigildo Cuellar. Me encantaba oírlo. Para yo oír a Cuellar era capaz de andar cualquier distancia a caballo. Fue uno de los primeros evangelistas que conocí y uno de los hombres con más capacidad para ministrar sanidad divina y atraer por cientos y cientos a la gente. A todos les encantaba”.
María Legrá Jardines nos dice: “Era el evangelista por excelencia de los campos en que viví. Iba a Baracoa y aquello era una verdadera conmoción espiritual. Otras destacadas figuras del evangelismo nacional cubano todavía no habían llegado. Cuellar era la bandera más alta del evangelismo de milagros”.
Muchos evangelistas dejaban historias, pero Cuellar dejaba avivamientos. Después que se iba los enfermos continuaban sanándose, las almas convirtiéndose y en los aires resonando las notas y letras de aquel coro que tanto cantó: “Estamos en campaña / porque hay almas que salvar”.
Esperaba de Dios siempre lo más grande y sabía que iban a ocurrir en nuestro medio cosas mayores aún. Emmy Cuellar le oyó decir: “Van a ocurrir resurrecciones. Sé que no las veré, pero van a pasar”.
Deténgase un instante y observe la fotografía que encabeza el artículo. Estudie estos rostros de hermanos queridos, de los que nos separan cincuenta años de historia. Échele una última mirada antes de volver la página, porque nunca fue más humilde un conjunto humano, y recuerde siempre que, alejado de levitas y púlpitos de oloroso cedro, con ellos estuvo Cuellar.
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La bibliografía de esta biografía está cuidadosamente acotada en: Octavio Ríos. Historia de las Asambleas de Dios de Cuba. Tomo II, pp. 552, 581. A su alcance en Amazon, en: https://www.amazon.com/gp/product/1792871546/ref=dbs_a_def_rwt_bibl_vppi_i14
Corresponde a:
Benjamín de Quesada, entrevistado por O. Ríos, Templo “Aleluya” de la Ciudad de Camagüey, 12 de octubre de 2012, 8:00 AM-10:00 p. m. Usada con permiso.
Daniel Monduy, diálogos con el autor, 1998.
Elías Guevara, entrevistado por O. Ríos, vía telefónica, 10 de septiembre de 2012, 6:30 p. m. Usada con permiso.
Elías Guevara, entrevistado por O. Ríos, vía telefónica, 15 de noviembre de 2012, 9:00 a. m. Usada con permiso.
Élsida Cuellar Duarte, entrevistada por O. Ríos, hogar de Emmy Cuellar Duarte. Usada con permiso.
Emmy Cuellar Duarte, entrevistada por vía telefónica por O. Ríos, 15 de nov-2012, 9:30 a. m. Usada con permiso.
Enriqueta Pérez Romero, entrevistada por O. Ríos, 14 de septiembre de 2012, 10:40 a. m., hogar de Olga Fundora. Diezmero. San Miguel del Padrón. 14 de septiembre de 2012, 10:40 a. m. Usada con permiso.
Esther de Quesada, entrevistada por O. Ríos, Templo “Aleluya” de Camagüey, 15 de octubre de 2012, 2:00 p. m. Usada con permiso.
Hermida Figueredo Pi, entrevistada por O. Ríos, 12 de febrero de 2014, 9:00 a. m. Templo “Palabras de Vida” en Santa Amalia, La Habana.
Leovigildo Cuellar, Sermones, 1988.
Leovigildo Cuellar, Sermones, 1989.
María E. Hernández de Quesada, entrevistada por O. Ríos, Templo “Aleluya” de la Ciudad de Camagüey, 12 de octubre de 2012, 1:00-10:00 p. m. Usada con permiso.
María Legrá Jardines, entrevistada por O. Ríos, vía telefónica, 12 de agosto de 2013, 5:00 p. m. Usada con permiso.
Octavio Ríos, Memorias del Pastor Benjamín de Quesada, La Habana, Cuba. Independent Publisher. EUA., p. 235. A su alcance en Amazon, en: https://www.amazon.com/-/es/gp/product/1728673887/ref=dbs_a_def_rwt_bibl_vppi_i2
Octavio Ríos, Tus primeros sermones. Independent Publishers. EUA., p. 43. A su alcance en Amazon, en: https://www.amazon.com/-/es/gp/product/1724118617/ref=dbs_a_def_rwt_bibl_vppi_i9
Ricardo Aspiri Surí, entrevistado por O. Ríos, vía telefónica, 10 de febrero de 2014, 3:30 p. m.
Rolando Rivero, entrevistado por O. Ríos, Templo “Palabras de Vida” en Santa Amalia, 16 de marzo de 2009, 10:00 a. m – 2:00 p. m. Usada con permiso.
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