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lunes, 25 de mayo de 2020

La amargura ministerial

Amargura es algo más que el nombre de una calle de La Habana Vieja. Es una palabra bíblica que, como todo término griego, tiene significados adicionales a los que usualmente consideramos. La voz griega πικρία, transliterada al español como pikría y traducida como «amargura», alude a algo punzante. Su variante, el griego πικρός, transliterada al español como pikros, significa atravesar, perforar; es algo agudo, puntiagudo o punzante. Esta variante se traduce como amargo. Considérese también que la raíz hebrea de la palabra tiene que ver con algo pesado (1).
La palabra amargura (pikría) aparece en textos como: «Su boca está llena de maldición y de amargura» (Ro. 3:14). «Está mi alma hastiada de mi vida; daré libre curso a mi queja, hablaré con amargura de mi alma» (Job 10: 1). «Edificó baluartes contra mí, y me rodeó de amargura y de trabajo» (Lm 3: 5) (2).
Comentar las etimologías de esta palabra y sus variantes en lenguas originales no es un acto de pedantería u ostentación literaria. Tiene que ver con el hecho de que, cuando conocemos el significado del término original, podemos comprender mejor el significado de la palabra toda. Es así que la «amargura» es un sentimiento que duele como una punzada en el alma, que la atraviesa y la hiere. Gravita como lo hace un peso que obligadamente se debe llevar.
La amargura es uno de los problemas más graves del ministerio. Se llega muy herido al momento medio del accionar pastoral o evangelístico. Las tales heridas no las puedes evitar. Si has sido pastor, o hijo de pastor, evangelista, maestro o profeta, sabes como nadie de qué te hablo, porque como escribió Rick Warren: «Es triste que en el rebaño de Dios las peores heridas vienen de otras ovejas, no de los lobos» (3).
La amargura es un sentimiento contra el que debes levantarte porque te puede llegar a enfermar y destruir. Si hasta aquí pudiste evitar ese pesado fardo fue una gran victoria. Conocí personas en la fe que vencieron. Entre los años 1984 y 1985, estuve cerca del sacerdote italiano Higinio Paoli; era párroco saleciano de la Iglesia Católica «María Auxiliadora» de La Habana Vieja. Se trataba de un anciano sabio y amable, lleno de bondad. Cuando las iglesias, en general, no tenían a su disposición la posibilidad de proyectar videos, él lo hacía. Los evangélicos del barrio íbamos. En su sede vi, por primera vez, largometrajes como «Jesús de Nazareth”, de Franco Zeffirelli (¡seis horas!); «Ben Hur», de William Wyler y «Los Diez Mandamientos», de Cecil DeMille. Aquel anciano aprovechaba la oportunidad y compartía experiencias educativas con el grupo de los jóvenes que estábamos allí. Un día tuvo una gran contrariedad con sus superiores. Él sabía que éramos evangélicos, pese a lo cual nos contó la historia de aquellas tensiones y problemas, y refiriéndose a todos los daños que le hicieron en el pasado, nos dijo, a modo de conclusión: «Lo que nunca pudieron  fue amargarme», y sonrió. Lo entendí... veinte años después.
El anciano Rev. Diego N. Pernas Iglesias explicaba, en 1999: «Algunos se pelean con las personas y dejan de hablarles; eso es malo, porque entonces se amargan». Muchos tristemente ya lo están; algunos de una forma que parece casi irremediable, porque no ponen de su parte. Creen que sus heridas son mayores que las que sufrimos todos. Parecen ignorar que todos los ministros estamos heridos. Ninguno de nosotros llega ileso al final. No se trata de que no seamos heridos; eso no lo podemos evitar porque estamos expuestos a fuego cerrado en los abiertos campos de guerra del ministerio; de lo que se trata es de no permitir que las tales heridas nos amarguen. Nunca en la tierra podremos esquivar los dardos que hieren, no nos dejarán descansar; como nos dijera el Señor en profecía a través del más grande ministerio profético pentecostal de América Latina, en el Rev. Jaime Botello: «Tu descanso no está en la tierra, tu descanso está en Mi Presencia». Hasta ese día, amado hermano, no pasará mucho tiempo antes de que te alcance la punta acerada de un nuevo dardo; quizá ya fue hoy...
Para terminar, te comparto que hay heridas muy complejas, porque entendemos que las causó Dios; tienen que ver con nuestros defectos físicos, oraciones no contestadas, familiares que murieron… William Backus llamó a esto: «su querella secreta con Dios» (4). No hay heridas más complejas que estas.
Si compleja es la herida que amarga, complejo es el uso de la única medicina que la sana: es el perdón. Solo las personas que no aprendieron a perdonar llegan amargadas al final. No aprendieron nunca cuánto hirieron el corazón de Dios, y olvidaron siempre cuánto Dios les perdonó.
Recuerda que, al final, la Cruz no es otra cosa que un supremo reclamo de perdón para ti, de parte de alguien a quién heriste profundamente, porque tú horadaste esas manos, tu blandiste la lanza que abrió su costado, tú le negaste... Y no hay heridas más sentidas que las que nos causan las personas que amamos, y Él te amó hasta el fin (Jn. 13: 1).
Él no murió amargado. Él te perdonó.  


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(1) James Strong. Diccionario Strong de palabras griegas del Nuevo Testamento. Miami, EUA: Editorial Caribe, Palabra número 4088 para pikría, y palabra 4089 para pikros, p. 68.
(2) Ibíd.
(3) Rick Warren. Una vida con propósitoGrand Rapid, Michigan: Zondervan. 2002, p. 137.
(4) Ibíd., p. 80.

Tiempo de lectura: 4: 55 min.


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