El capítulo 14 del evangelio de Juan es uno de los más grandiosos de toda la Biblia. Recoge una de las reuniones finales del Señor con sus discípulos, y se desarrolla en aquellas horas previas a la cruz, en un ambiente recogido, íntimo. No es difícil sentir el amor con que les dice: “No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (Jn. 14: 1- 3).
Mientras habla Jesús, tercian los discípulos más que en cualquier otro momento de los evangelios; de hecho, hablan y preguntan en secuencia Tomás, Felipe y Judas Tadeo. El primero le dice: “Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino?” (v. 5.) El segundo le pide: “Señor, muéstranos el Padre, y nos basta” (v. 8). El tercero inquiere: “Señor, ¿cómo es que te manifestarás a nosotros, y no al mundo?” (v. 22.) A Tomás da, el Señor Jesús, una de las más grandes declaraciones de toda la Biblia: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (v. 6). A Felipe entrega una revelación estremecedora, entretejida en un tierno reproche: “¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre…” (v. 9). A Judas Tadeo abraza con la más fortalecedora promesa: “El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él” (v. 23).
Es, en el final de este capítulo, cuando el Señor les da esas palabras tan significativas para nosotros en estos tiempos, cuando ya se asoma la aurora del fin. A solo horas de cambiar, con la cruz, el orden de los tiempos, les dice: “Mas para que el mundo conozca que amo al Padre, y como el Padre me mandó, así hago. Levantaos, vamos de aquí” (v. 31).
Como en aquel lejano día, hoy está a punto de partirse en dos la historia. Se nos viene encima un cambio de dispensación. Ya el libro está en la mano del que está sentado en el Trono. Se abrirán sus sellos, se harán oír las trompetas, se vaciarán las copas. Los más sacudidores cataclismos están por conmover el mundo y la historia. Tales cosas están por pasar, cuando nuevamente se vuelven a oír las palabras del Maestro: “Levantaos, vamos de aquí” (v. 31c).
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