Entiéndase que fue el regreso de Israel a su territorio en 1948, lo que coronó la proyección escatológica contemporánea, e hizo mirar con asombro hacia aquel reverdecer de la higuera como a la señal inminente del comienzo de los tiempos del fin: “De la higuera aprended la parábola: Cuando ya su rama está tierna, y brotan las hojas, sabéis que el verano está cerca. Así también vosotros, cuando veáis todas estas cosas, conoced que está cerca, a las puertas. De cierto os digo, que no pasará esta generación hasta que todo esto acontezca” (Mt. 24:32-34).
No solo el regreso de Israel a su territorio fue visto como algo remoto y lejano en la obnubilada comprensión de los teólogos del siglo XVI; la misma limitación tuvo la iglesia en el siglo XIX. Conocí pastores de mucho prestigio formados bajo la influencia de profesores de institutos bíblicos de finales del siglo XIX que, siendo conservadores, les transmitieron el sentir de que el regreso de Israel a su territorio era un hecho tan improbable que debía buscarse una interpretación posiblemente alegórica a las profecías que así lo indicaban.
Para los que nacimos después de estos hechos puede parecer aceptable y natural que tal cosa haya sucedido, pero para los teólogos que vivieron en la primera mitad del siglo XX el regreso de Israel a su territorio fue el acontecimiento más asombroso de la historia, y marcó un viraje total en la comprensión de la escatología.
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