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lunes, 6 de abril de 2020

SEMANA SANTA. Lunes Santo. Jesús purifica el Templo

“…Mi casa es casa de oración;
mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones” (Lc. 19:46).

Una y otra vez, Jesús luchó para atraer a sí a los hijos de Israel. Sus discípulos escucharon la expresión final de aquella batalla, cuando le oyeron decir, sentidamente: “¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste!” (Mt. 23:37). 
En lo que fue una confesa presentación como Mesías de Israel, entró a la ciudad a la vista de todos, el domingo de Pascua. Lo está haciendo por última vez. Ha llegado el lunes de aquel lejano abril, y le separan escasos tres días de la cruz. Nosotros no sabemos el minuto exacto de su segunda venida, en contraste, Él si sabía cuál era la hora exacta de la cruz. Es consciente de cada minuto que le queda. Vive experiencias de presión inmensa. Camina hacia el Templo. Es el lugar donde otrora estuvo el Shekhiná (radiante presencia) de Dios. Apremia un movimiento de oración que cubra las lúgubres horas que quedan; necesita un entorno de ayuno, lágrimas, humillación…  
Al llegar al Templo, ¿qué encuentra? Aquellos rabinos, llamados a discernir los tiempos, en el momento más peligroso de la historia, están sentados junto a mesas que tasan monedas de cambio; discuten, desordenadamente, publicanos que negocian facturas; animales exhibidos para ventas especulativas, completan el cuadro de desolación. Pende de un hilo tu salvación eterna.  En aquel instante supremo el corazón del Hijo de Dios sintió el epítome de la profanación. Estalló. Mateo estaba allí; así lo cuenta: “…echó fuera a todos los que vendían y compraban en el templo, y volcó las mesas de los cambistas, y las sillas de los que vendían palomas; y les dijo: Escrito está: ‘Mi casa, casa de oración será llamada; mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones’” (Mt. 21:12, 13).
A muchos les molesta, en la historia, la expresión de aquella ira, desconociendo que volcar mesas, abrir compuertas a los hatos de animales y gritar a la gente, solo fueron reprensiones con misericordia de Aquel que podía hacer que descendiera fuego del cielo.
La ira es una emoción muy expansiva; no es pecado en sí (Ef. 4:26), y busca, a la par de expresar un fuerte sentimiento interior, lograr una reacción en los presentes, particularmente en aquellos que la provocan. ¿La hubo allí, en el Templo?
Hoy día la historia se repite. La ira de Dios se está moviendo en este momento por toda la tierra. Aun las congregaciones están siendo tocadas por la sobredimensionada pandemia de COVID-19. ¿Hay una reacción?
Dos caminos se abrieron entre los presentes, cuando Jesús limpió el Templo. A través del primero el pueblo vino a Él. Jesús se sentía bien entre la gente, y los pobres le amaban: “Y vinieron a él en el templo ciegos y cojos, y los sanó” (Mt. 21:14). Recordaré siempre aquella tarde cuando el anciano pastor Rolando Rivero me explicó: “Cuando el Templo se limpia hay un avivamiento. Fíjate bien, cuando Jesús limpió el Templo vinieron a Él las personas enfermas, y él las sanó”. Me pareció hermosa la idea.
El otro camino fue el que tomaron los líderes judíos: “Y lo oyeron los escribas y los principales sacerdotes, y buscaban cómo matarle; porque le tenían miedo, por cuanto todo el pueblo estaba admirado de su doctrina” (Mr. 11:18). 
En la actual pandemia mundial, que expresa sentidamente la ira de Dios, se abren dos caminos delante de ti: vienes a Cristo como vinieron los pobres, los enfermos, los humildes, abriéndose paso en un caos de sillas rotas y mesas volcadas; o te levantas contra Él para empujarle fuera de tu vida. Son solo dos caminos.
El fin se acerca. El Rapto de la Iglesia es inminente. Los peores juicios están por desatarse. La ira de Dios recorre ya toda la tierra, mientras delante de ti se abren dos caminos. No luches más con Dios; ven a Cristo. Él es el camino.  


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