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viernes, 24 de abril de 2020

Cuando el profeta y la profecía eran una misma cosa

Mi gran amigo y hermano, Francisco Antuna es, en mi criterio, el egresado de más alto rendimiento de la Escuela Ministerial de Tyler, Texas. Explora en profundidad la Biblia, y a cada rato me pone a pensar a través de los mensajes que me envía, donde se transparentan inquietudes teológicas interesantes. Ayer lanzó un formidable ataque a través de un texto, donde pregunta: “¿Oseas se unió en matrimonio a una mujer de la calle, o esta vino a ser así después de casados?” Buena pregunta, a la que no responden de manera uniforme los teólogos.
Oseas pertenece a la hornada de profetas del siglo VIII a.C., momento en que se alcanza la cumbre de la profecía hebrea. Comparte con Amós la singularidad de profetizar exclusivamente al reino del norte, en tierra de Israel. Sus profecías se recogen en el pequeño libro bíblico que lleva su nombre, y en el comienzo mismo, se desarrolla la tragedia doméstica a que se hace alusión. En Oseas 1: 2-9, se lee:

El principio de la palabra de Jehová por medio de Oseas. Dijo Jehová a Oseas: ‘Ve, tómate una mujer fornicaria, e hijos de fornicación; porque la tierra fornica apartándose de Jehová’. Fue, pues, y tomó a Gomer hija de Diblaim, la cual concibió y le dio a luz un hijo. Y le dijo Jehová: ‘Ponle por nombre Jezreel; porque de aquí a poco yo castigaré a la casa de Jehú por causa de la sangre de Jezreel, y haré cesar el reino de la casa de Israel. Y en aquel día quebraré yo el arco de Israel en el valle de Jezreel’. Concibió ella otra vez, y dio a luz una hija. Y le dijo Dios: ‘Ponle por nombre Lo-ruhama, porque no me compadeceré más de la casa de Israel, sino que los quitaré del todo. Mas de la casa de Judá tendré misericordia, y los salvaré por Jehová su Dios; y no los salvaré con arco, ni con espada, ni con batalla, ni con caballos ni jinetes’. Después de haber destetado a Lo-ruhama, concibió y dio a luz un hijo. Y dijo Dios: ‘Ponle por nombre Lo-ammi, porque vosotros no sois mi pueblo, ni yo seré vuestro Dios’.

El asunto en discusión es: ¿cuán caída estaba ya la moralidad de Gomer al momento de su unión con Oseas?, y ¿cuánto de conocimiento de esto estaba en el profeta? Comiéncese por decir que muchos estudiosos de la Biblia interpretan esta unión como una alegoría; es decir, algo que nunca ocurrió. Las escuelas conservadoras, tienen presente la fuerza de la narración que, al análisis, arroja la presentación evidente de una historia. Entendamos entonces, para comenzar, que se está hablando de un hecho real. Al respecto, comentaristas bíblicos de la talla de Cyrus I. Scofield, o Donald C. Stamps asumen la improbabilidad de que un Dios santo indicara a un profeta apartado para Él, con relación a unirse a una ramera. Siguiendo a estos expositores bíblicos el camino que se asume es que esta mujer devino en tamaña perversión después de casada con Oseas. Con esta interpretación arrojan tranquilidad en las ronchas que levanta el asunto en una mente casta.
Ahora bien, como dice mi buen amigo, el teólogo cubano Luis Guerra, deben separarse “necesidades teológicas” de “conclusiones exegéticas”. Todos, en función de lo que creemos que debe ser “sano” teológicamente hablando, forzamos interpretaciones que no nacen de la exégesis directa de un pasaje. Este es un caso. Si vuelve a leer la cita transcrita arriba, Dios dice claramente a Oseas que esa mujer, a la que debe unirse, es fornicaria, y esto no puede entenderse de otra manera. La mujer lo era, y Oseas lo sabía. ¿Se complacía Dios con esa unión? Es clara en la Biblia la elevada santidad de Dios, pero eso no es lo que está en este asunto. Dios está aquí enviando a su profeta; este llevará un mensaje a Israel que, al tiempo de darlo, lo portará en su propia vida. Más de una vez, en la historia bíblica el profeta y la profecía se hicieron uno. Nótelo en Isaías:

…en aquel tiempo habló Jehová por medio de Isaías hijo de Amoz, diciendo: ‘Ve y quita el cilicio de tus lomos, y descalza las sandalias de tus pies’. Y lo hizo así, andando desnudo y descalzo. Y dijo Jehová: ‘De la manera que anduvo mi siervo Isaías desnudo y descalzo tres años, por señal y pronóstico sobre Egipto y sobre Etiopía, así llevará el rey de Asiria a los cautivos de Egipto y los deportados de Etiopía, a jóvenes y a ancianos, desnudos y descalzos, y descubiertas las nalgas para vergüenza de Egipto’. (Is. 20: 2-4).

¿Cómo pone usted en armonía la santidad de Dios y de su siervo con la desnudez pública de un profeta de la talla de Isaías?
Dios dice a Ezequiel:

Y comerás pan de cebada cocido debajo de la ceniza; y lo cocerás a vista de ellos al fuego de excremento humano. Y dijo Jehová: ‘Así comerán los hijos de Israel su pan inmundo, entre las naciones a donde los arrojaré yo’. Y dije: ‘¡Ah, Señor Jehová! he aquí que mi alma no es inmunda, ni nunca desde mi juventud hasta este tiempo comí cosa mortecina ni despedazada, ni nunca en mi boca entró carne inmunda’. Y me respondió: ‘He aquí te permito usar estiércol de bueyes en lugar de excremento humano para cocer tu pan’ (Ez. 4:12- 15). 

¿Cómo armonizar todo esto con un Dios absolutamente santo? Para ambos casos solo hay una respuesta: el profeta llevaba en su propia vida la profecía. Mensajero y mensaje se fundían en uno solo. Puede resultar difícil de entender en una época tan cínica como la que vivimos hoy día, en que la profecía anda por un lado, y el profeta por otro, pero no era así en el auténtico profeta bíblico. El mensaje de la muerte y resurrección de Jesús colocó a Jonás en el vientre del gran pez tres días y tres noches, literalmente (Jon. 1:17). Él fue la presentación de tan magno mensaje aun sin saberlo.
Tal suerte corrió Oseas. Su destruida vida doméstica era el mensaje del fracaso de Israel en su relación con Dios, y el drama de aquella descomposición moral y espiritual de Gomer era la representación dramática de la perversión del reino del norte que corría en desenfreno, prostituyéndose detrás de los ídolos que le apartaban de un Dios santo y lleno de amor para empujarlos de lleno hacia una cultura totalmente pagana.
El capítulo 3 de Oseas se llena de un mensaje aún más difícil de entender, cuando el profeta rescata a su esposa, alejada de él y contaminada en toda suerte de fornicaciones, y la compra para traerla de vuelta por “quince siclos de plata y un homer y medio de cebada” (Os. 3:2b). En tales imágenes es de mayor importancia, ante Dios, el mensaje que la seria tragedia que protagoniza, en lo personal, el profeta.
Este es el único camino interpretativo que resulta coherente. Las demás interpretaciones mencionadas responden, como afirma el pastor L. Guerra, a “necesidades teológicas” que nos llevan, indetenibles, a distorsiones exegéticas.
Dura es la vida del profeta verdadero, y muy alejada del patrón que vivimos hoy, en que la “profecía” se llena de “decretos arrogantes,” y “órdenes dadas a un dócil cielo que espera sumiso” de parte de autoproclamados “profetas”, ninguno de los cuáles vio venir una pandemia mundial como la actual, que ha azotado ya a 185 países, y segado la vida de 195.920 personas.
Todos queremos que vuelvan sobre nosotros los tiempos en que el profeta y la profecía eran una misma cosa, pero, sin el ánimo de parecer negativo a mi amigo Frank, que ha sido tan bueno conmigo, creo que esto no será, porque Cristo viene ya.


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