“Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor” (I Ts. 4: 16, 17).
El rapto de la iglesia, anunciado en esas palabras bíblicas, pese a ser una doctrina presente y desarrollada en la vida de la iglesia cristiana desde sus orígenes, no fue un tema enfático en boca de los heraldos de la reforma protestante del siglo XVI. Muchos se preguntan por qué. Bueno, la interpretación de Mateo 24 fue muy diferente para la teología reformada del siglo XVI, respecto a la teología dispensacional del siglo XIX. Los primeros siempre vieron Mateo 24 como un solo hecho; ellos no contemplaron dos tiempos en la segunda venida de Cristo (invisible y visible); para ellos el regreso del Señor a la tierra era un solo acto, visible y público. Añádase a esto que la visión escatológica de los reformadores estaba influenciado por su preterismo; es decir, veían cumplidas profecías que, para el dispensacionalismo, estaban por cumplirse. Por ejemplo, el dispensacionalista típico ve la semana setenta de Daniel como un acontecimiento por suceder; es sinónimo de Gran Tribulación. La escatología de los reformadores la ve como algo cumplido ya. En fin, no advirtieron un rapto pretribulacional como preámbulo al inicio de la semana setenta de Daniel.
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