El Rapto de la Iglesia, más inminente que nunca, fue revelado a Pablo. Es teología y escatología paulina. Fue el llamado apóstol de los gentiles quien lo oyó desde el corazón de Dios y recibió la indicación de registrarlo en el canon de las Escrituras.
En el año 51 DC., Pablo escribe a la Iglesia en Tesalónica, capital de la provincia de Macedonia, 160 km al suroeste de Filipos, fundada durante su segundo viaje misionero. A ellos dice, en Primera de Tesalonicenses 4: 16, 17: “Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor”.
Entre los años 55-56 DC., el apóstol se dirige, en una epístola bíblica, a la Iglesia en Corinto, ciudad griega, y metrópoli más importante de su tiempo, y les dice en Primera de Corintios 15: 51, 52: “He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados”.
Estas dos posiciones bíblicas neotestamentarias trazan lo que se conoce como la doctrina del arrebatamiento de la Iglesia. Son descripciones explícitas y directas.
Más allá de esto, amo leer, en un lugar muy escondido de los evangelios, unas palabras en que el lector bíblico tal vez no haya reparado. Dígase primero que, en la Biblia, nada está escrito “por gusto”. La Biblia no es una novela donde el escritor recrea su narrativa con imágenes, comparaciones, y demás; eso que García Márquez llamaba la “carpintería de la redacción”; no, la Biblia no es eso. Esa es la razón por la que debe darse mucha importancia a todo lo que en ella aparece, aun cuando, en el hilo de la narración, una expresión se crea intrascendente. Todo cristiano conservador cree en la doctrina de la inspiración total, verbal y plenaria de las Escrituras.
Ahora atienda bien, porque quiero referirme a unas palabras de Jesús. Parece, a la mente que no esté alerta, una frase sin importancia. Se encuentra en el capítulo 14 del evangelio de Juan. En esta perícopa, Jesús da algunos de los mensajes más importantes del evangelio cuando anuncia la venida del Consolador, término con que describe al Espíritu Santo. En respuesta a la pregunta de Tomás deja aquellas grandiosas palabras: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (v. 6). A Felipe dice: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre… (v. 9)”. El capítulo entero es, en sí, una joya bíblica, pero te quiero llamar la atención a las palabras de este capítulo que muchos lectores han considerado como las menos importantes; son las últimas. ¿Las ha notado? Allí, al término de todo, en jueves santo, a escasas horas de la cruz, el Señor dice a los discípulos: “Levantaos, vamos de aquí” (Jn. 14:31). En esas escondidas palabras que, tantas veces, leíste de largo, hay una imagen viva del arrebatamiento de la Iglesia. Quizás sean para ti las palabras más importantes hoy: “Levantaos, vamos de aquí”.
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