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jueves, 9 de abril de 2020

SEMANA SANTA. Jueves Santo. Santa Cena. Oración sacerdotal

“…haced esto en memoria de mí” (Lc. 22:1 d).

El pasado está lleno de recuerdos. Despiertan un mundo de nostalgias. Agatha Christie que, lejos de ser una persona misteriosa, transparenta en su autobiografía un bello y contagioso deseo de vivir, al recordar el hogar de su infancia citaba, entre suspiros, la esquela poética de Emile Jaques-Delacroze: “Oh, mi querida casa, mi nido, mi madriguera, / el pasado te llena. Oh mi querida casa” (1) (2)La luz más alta de la poesía cubana, Dulce María Loynaz, al mirar el largo camino andado, escribió: “Hay algo muy sutil y muy hondo en volverse a mirar el camino andado... El camino donde, sin dejar huella, se dejó la vida entera” (3). Persona alguna fue tan reflexiva como mi madre; me enseñó a pensar, al tiempo que leo. Su libro preferido era aquella novela autobiográfica del escritor argentino Guillermo Enrique Hudson, quizá por el título: Allá lejos y hace tiempo
Todos los que hoy somos presente, un día seremos pasado. Llegada esa hora, ¿cómo le gustaría ser recordado? Si es madre ¿meciendo a sus hijos? Si es médico ¿vendando una herida? Si es soldado, ¿firme y estoico al pie del cañón? A todos nos preocupa el recuerdo que dejaremos; es importante. De ahí el peso que tienen las últimas palabras de un ser querido; no hay remembranza más profunda que la dejada por esas últimas miradas y palabras; nada más sublime en el recuerdo.
¿Cómo recuerdan las personas a Jesús? Es asombrosa la libertad de perspectivas que la gente se da. Aquel gigante de las letras ibéricas que fue Antonio Machado hace su más sentida evocación de Cristo en “La saeta”; allí le recuerda como el que “…anduvo en el mar” (4). Leonardo Boff, imbuido en los problemas sociales latinoamericanos, gustaba recordarle como aquel que multiplicó los panes y los peces.
En la propia vida de la Iglesia el contenido sermonario acerca de Jesús es muy diverso. Para muchos Él es el agente de banco que distribuye finanzas a aquellos que invierten en Su Iglesia. Otros le recuerdan solo cuando están enfermos…
Frente a ese crecido número de caminos posibles para traerle al recuerdo, nos preguntamos: ¿cómo quiere ser recordado Jesús? ¿Hay algún indicio bíblico que así lo sugiera? Nada más orientador que las palabras registradas en I Corintios 11: 23b-25; describen en detalle la noche de aquel jueves: “…el Señor Jesús, la noche que fue entregado, tomó pan; y habiendo dado gracias, lo partió, y dijo: ‘Tomad, comed; esto es mi cuerpo que por vosotros es partido; haced esto en memoria de mí’. Asimismo tomó también la copa, después de haber cenado, diciendo: ‘Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre; haced esto todas las veces que la bebiereis, en memoria de mí’”.
No hay otras elecciones. Cristo quiere ser recordado muriendo. El recuerdo de Su muerte tiene carácter de ordenanza. Si su vida es tan intensa, y llena de las más conmovedoras escenas, ¿por qué ordena ser recordado así?
El recuerdo de su muerte es el valor orientador más grande de nuestras vidas. Nos perdemos; con frecuencia pensamos que otros no fueron justos con nosotros; “tal vez si Dios me amara más…” Echamos a rodar cuesta abajo, perdidos en un agreste y peligroso camino de pedregales, hasta que tropezamos con el recuerdo de Su muerte…
Me perdía de niño en las calles de mi vieja Habana; al darme cuenta de que no sabía dónde estaba, no entraba en pánico; luchaba por encontrar un punto elevado desde dónde pudiera ver el Capitolio Nacional. Aquel inmenso edificio era importante para mí, no por ser la sede de la Academia de Ciencias, sino por el hecho de que desde allí yo sabía regresar a mi casa. La llegada a aquel lugar reorientaba el camino. Así, la cruz reorienta la vida del cristiano cuando, perdidos en un mundo de experiencias tristes, llegamos a dudar del amor de Jesús. Solo en la memoria de Su muerte recuperamos la verdadera perspectiva de la vida. Recordar a Cristo muriendo, es recordar la más alta expresión del amor de Dios.
En aquel contexto, y en los momentos siguientes y cercanos, Jesús dará a los discípulos algunos de los mensajes más significativos de los evangelios: “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer” (Jn. 15:5). “Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado; permaneced en mi amor” (v. 9). “Esto os mando: Que os améis unos a otros” (v. 17).
Terminado aquel tiempo el Señor eleva al Padre la más sentida oración sacerdotal de toda la historia bíblica. Es difícil encontrar un momento más conmovedor que aquel, cuando Jesús se funde en oración con aquellos atribulados y confundidos hombres, y los eleva al Tercer Cielo, en la más poderosa intercesión de todos los tiempos:

Padre, la hora ha llegado; glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti; como le has dado potestad sobre toda carne, para que dé vida eterna a todos los que le diste. Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado. Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese. Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese. 
He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste; tuyos eran, y me los diste, y han guardado tu palabra. Ahora han conocido que todas las cosas que me has dado, proceden de ti; porque las palabras que me diste, les he dado; y ellos las recibieron, y han conocido verdaderamente que salí de ti, y han creído que tú me enviaste. Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me diste; porque tuyos son, y todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío; y he sido glorificado en ellos. Y ya no estoy en el mundo; mas éstos están en el mundo, y yo voy a ti. Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros. Cuando estaba con ellos en el mundo, yo los guardaba en tu nombre; a los que me diste, yo los guardé, y ninguno de ellos se perdió, sino el hijo de perdición, para que la Escritura se cumpliese. Pero ahora voy a ti; y hablo esto en el mundo, para que tengan mi gozo cumplido en sí mismos. Yo les he dado tu palabra; y el mundo los aborreció, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo. Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad. 
Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado. Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo. Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido, y éstos han conocido que tú me enviaste. Y les he dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer aún, para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos (Jn. 17: 1b-26).

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(1) Emile Jaques-Dalcroze. Texto de «La Chère Maison»: «Ô ma chère maison, mon nid, mon gîte, Le passé t'habite, ô ma chère maison». Emile Jaques-Delacroze. Accedido: 6 de diciembre de 2024, 8:12 p.m. https://www.free-scores.com/sheetmusic?p=aQ1eWysiLh  
(2) Agatha Christie. Autobiografía. Ciudad de la Habana: Editorial Arte y Literatura. 1981, p. 15.
(3) Dulce María Loynaz. Poemas sin nombre: XVII https://www.poeticous.com/dulce-maria/poemas-sin-nombre-xvii?locale=es Accedido el 9 de octubre de 2019, 1:56 PM.
 (4) Antonio Machado. Tu voz amante. SelecciónCampos de Castilla. “La saeta”. Una selección de Esteban Llorach Ramos. Editorial Gente Nueva. 2009, p. 67.


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