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domingo, 5 de abril de 2020

SEMANA SANTA. Domingo de Ramos. Entrada triunfal de Jesús a Jerusalén

“…Vamos también nosotros, para que muramos con él” 
(Jn. 11:16)

Alva Walker (1895-1982) (1) fue director administrativo del Instituto Bíblico de Manacas, Las Villas, Cuba, hasta finales de la década de 1950. El 25 de octubre de 1960, acompañado de su esposa, la inolvidable Profesora Luisa Jeter de Walker, se ve obligado a abandonar Cuba (2), presionado por los cambios sociales de la isla (3). A su llegada a Miami lo entrevistaron; un periodista le preguntó qué opinaba con relación a los misioneros que quedaban todavía en los campos, y aquellos que habían regresado. Walker dio una respuesta singular; él dijo: “Para unos la voluntad de Dios está en quedarse, y para otros en irse. Lo importante es estar en el centro de la voluntad de Dios, aunque esta implique peligro (4).
Notable percepción la del misionero Alva Walker. A veces el centro de la voluntad de Dios pasa por caminos muy extraños, de peligros que tienen que ver con penuria económica, colapso familiar y hasta enfermedad; todas estas vienen a ser como estaciones inevitables; no las podemos sortear. En los días luctuosos que vivimos, de inclemente pandemia, en que tantos hogares lloran la pérdida de un ser querido, cobra vida la imagen del valle de lágrimas que describe el Salmo 84. Todos, un día tenemos que estar allí. Para millones de personas ese día llegó. Quiero recordar que, sin negar la intensidad de la pérdida, el valle de lágrimas no es un lugar para quedarnos en él. Afirma el salmista que aquellos que tienen en Dios sus fuerzas “atravesando el valle de lágrimas lo cambian en fuente” (Sal. 84:6). Lea bien; dice: “atravesando…” El valle de lágrimas no es lugar para hacer enramadas, y echar raíces; es un lugar para atravesarlo.
El significado del ascenso final de Jesús a Jerusalén es claro para los discípulos. Significa la muerte. Varios de ellos intentan disuadirle, pero no será posible. Es el tiempo. Delante están Betania, el cuerpo sin vida de Lázaro, Jerusalén, el Templo, la cruz… Ese es el contexto para aquellas palabras que salieron de Tomás: “…Vamos también nosotros, para que muramos con él” (Jn. 11:16).
Todos recuerdan a Tomás como el blasón mismo de la incredulidad, pero este momento debía ser recordado en su favor. Se siente el olor de la muerte. La presión de las tinieblas se anticipa a los momentos de confusión que se vivirán, y los discípulos, aunque no los anima la idea, resuelven seguirle. Habían discernido que aquel era el centro de la voluntad de Dios para ellos, aunque implicaba gran peligro.
En momentos como los que vivimos, cerciórese de estar siguiendo al Señor, aunque no entienda a dónde va. Suba con Él, como los discípulos lo hicieron. A la par advierta también que, por más acongojados que estuvieran sus corazones, ellos vivieron allí minutos de gloria: “…grandes multitudes que habían venido a la fiesta, al oír que Jesús venía a Jerusalén, tomaron ramas de palmera y salieron a recibirle, y clamaban: ‘¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor, el Rey de Israel!’” (Jn. 12: 12, 13). Fue una experiencia con la gloria de Dios que tuvo lugar, para los discípulos, en medio de la tribulación que embargaba sus corazones.
Tengas tú también una experiencia así. Es difícil decirle a alguien que esté azotado por una plaga, o que vea padecer a los suyos, que allí puede ver la gloria de Dios. No se trata de despreciar la envergadura de la prueba que pueda estar pasando un hermano en la fe. Lejos esté de cada uno de nosotros no “llorar con los que lloran” (Ro. 12:15b), conforme nos manda la Palabra. De lo que se trata, al presente, es de ver, bíblicamente que, seguir a Cristo dondequiera que este nos lleve, sea al mar de Galilea, con sus revueltas tempestades, al desierto en que se agotará el pan, o a Jerusalén donde será crucificado, no importa el contexto en que nos toque seguirle, si andamos tras Él, veremos Su gloria y la veremos por los caminos más extraños que podamos imaginar: un hacha que flota tras la angustia de su pérdida (II Re. 6: 6); vasijas de aceites que se llenan inacabablemente en la casa de una viuda pobre (II Re. 4:6); panes y peces que se multiplican ( Mt. 14:19, 20); bocas de leones que se cierran (Dn. 6:22); fuegos que no queman (Dn. 3:27); enfermos que se levantan de una postración febril, y al momento sirven (Lc. 4:39).
La gloria de aquel día llega hasta hoy. Está en la confesión de los fariseos, tenaces y obstinados enemigos de Jesús que, ante el espectáculo inenarrable de Su gloriosa entrada a Jerusalén, en Domingo Santo, dijeron para sí, y para los hombres de todos los tiempos: “Ya veis que no conseguís nada. Mirad, el mundo se va tras él” (Jn. 12:19b).


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(1) Alva I. y Louise Walker y Walker, Expediente ministerial. Archivos de Historia. Asambleas de Dios. Cuba.
(2) Floyd Woodworth, “Ecos del Instituto. Triste despedida”. La Antorcha Pentecostal, diciembre de 1960. Asambleas de Dios. Cuba. p. 8.
(3) Octavio Ríos. Historia de las Asambleas de Dios de Cuba. USA, Middletown: Independent Publishers,  2019.
(4) Alva Walker. Documentos. Archivos de Historia. Asambleas de Dios. Cuba.


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