Su consigna inicial era: “agua, camino, escuelas” [42]. Durante su gobierno se construyó el Capitolio de La Habana, el Presidio Modelo, la Carretera Central, el Parque de la Fraternidad y la escalinata de la Universidad de La Habana. Se trabajó con efectividad en el dragado de los puertos, se construyeron escuelas rurales y se erigió el monumento a las víctimas del Maine. En otro orden de cosas se logró un préstamo de los Estados Unidos por valor de $100 millones de dólares y tuvo lugar la visita a Cuba, por primera vez, de un presidente norteamericano, Calvin Coolidge. Todo esto lleva a los historiadores a reconocer un período inicial positivo e impresionante en este gobierno.[43], [44], [45]
No obstante a los éxitos alcanzados durante los primeros años de mandato, Gerardo Machado no consiguió controlar la creciente agitación social causada por el rápido deterioro de la situación económica bajo los efectos de la crisis mundial de 1929-1933. A través del Dr. Rolando Suffos Cabrera[46], el autor tuvo la oportunidad de conocer y conversar una larga tarde con Segundo Curtis [47] Senador de la República durante los gobiernos de Ramón Grau San Martín y Carlos Prío Socarrás. Era muy anciano ya, en la década de 1990, cuando fue posible compartir ese memorable encuentro. Increíblemente lúcido y agudo en sus observaciones, Curtis comentaba, para sorpresa de los presentes, que, aunque él se había sumado a las acciones contra Machado, después que asumió su puesto en el Senado nunca más lo persiguió porque entendió que la situación económica que tuvo que enfrentar hubiera sumido en el desastre a cualquier otro que hubiera ocupado su función [48].
Por cualquier camino que se quiera tomar el autor cree entender que Gerardo Machado, a diferencia de Alfredo Zayas o Carlos Manuel de Céspedes, hijo, no tenía la cultura que propende al civilismo. Era un general de la guerra. No era un político ni por escuela ni por aptitud. Su predecesor, Alfredo Zayas se había caracterizado por no perseguir a sus adversarios políticos, ni aun a los que, por medios armados, se le enfrentaron en sus cuatro años de mandato [49], lo que mitigó mucho la violencia. Machado no poseía sus dotes de paciencia y Cuba, a la par, se resentía bajo el peso de las incomparables presiones económicas internacionales.
Pronto detonaban una interminable sucesión de huelgas, tentativas insurreccionales, atentados y sabotajes que él no supo manejar. A partir de 1929, en que hábilmente logró obtener una prórroga de poderes, se sostuvo mediante un régimen de terror, hasta que fue derrocado por una revolución. Prorrogado su período presidencial, pensaba hacerse reelegir y como algunos periodistas y escritores se habían permitido publicar, por aquellos días, algunos comentarios desagradables contra otros presidentes de América y de Europa —Mussolini—, Machado creyó oportuno eliminar toda propaganda al respecto, declarando: “Los pueblos más civilizados de la época actual han comprendido que el único gobierno posible es el de uno solo. Por ello florece la dictadura en todo el mundo. No quiero más campañas antiimperialistas. ¡Yo soy imperialista!”. Sobre esta frase, se inició en Cuba, en la década de 1930, una era de crímenes arbitrarios extrajudiciales y matanzas colectivas. La respuesta de la oposición política creció. Las bombas comenzaron a explotar en todos los barrios de La Habana. La asociación secreta ABC con participación en todas las clases, empezó a actuar violentamente contra la policía y los representantes del gobierno [50]. El 12 de agosto de 1930 una huelga general paraliza el país veinticuatro horas. La nación estaba sumida en un caos.
A finales de julio de 1933 comenzó la huelga de los ómnibus de La Habana que evolucionó con una paralización de todas las comunicaciones. La situación se generalizó desde La Habana a todo el país. Los periódicos suspendieron sus publicaciones; se suspendió la entrega de comidas y abastecimientos; se cerraron fábricas, talleres, tiendas, teatros y cines. Los empleados y los trabajadores de obras públicas abandonaron sus puestos. Telegrafistas y carteros dejaron de trabajar. A partir del 4 de agosto la huelga se extendió a todos los sectores de la economía [51], [52].
Ante el colapso económico, la pérdida del apoyo del ejército y la presión ejercida por el gobierno norteamericano del presidente Franklin D. Roosevelt, el 12 de agosto de 1933, el Presidente Gerardo Machado decide abandonar el país y huye precipitadamente hacia Bahamas, con algunos de sus seguidores, en un Sikorski N.M.11, de la Pan American Railways, que despegó de la pista de Rancho Boyeros. Murió en Miami, Estados Unidos, el 29 de marzo de 1939 [53].
Este es, resumidamente, el contexto político-social que hay en Cuba a la llegada de las misioneras. Como ángeles de Dios llegaron en un momento en extremo crítico, de crisis social, peligro, violencia y muerte. Miles de personas lamentaban la pérdida de sus familiares. La economía doméstica estaba colapsada. El verde caimán mudó su color. La perla de las Antillas perdió todo su brillo. Todo el país se cubrió de una cúpula plomiza en cerradas tinieblas.
Con compasión Dios miró desde el cielo sobre Cuba. Largamente miró Dios, y en los espacios etéreos de su amor se oyó nuevamente su voz: “¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros?”. En todo el inmenso mundo solo May Kelty y a Anna Sanders contestaron: “Heme aquí, envíame a mí” (Is. 6:8).
La primera tiene cuarenta y ocho años, la segunda está a días de cumplir sesenta y dos.
Primera misión en Cuba. Tropiezos y escollos
El comienzo del trabajo misionero fue difícil en extremo. Conspiraba contra ello la ausencia total de una plataforma pentecostal en Cuba y la falta de garantía económica para la gestión misionera. A esto se sumaba el esperado choque transcultural y la comentada inestabilidad político social.
La Lic. J. Raquel Rojo detalla en Haciendo la historia:
Inmediatamente [las misioneras] alquilan una vivienda en la calle Figuras No. 18, y comienzan a dar cultos. Hay un dato relativo a May Kelty (...), aparece en agosto de 1931 en la calle Dolores No. 189, en Lawton [54], como misionera. Esto parece indicar que las hermanas se separaron al poco tiempo de su llegada a Cuba, quedando Anna Sanders en la misión de Figuras No. 18 [55]. Esto concuerda con las referencias de Samuel Feijóo, escritor costumbrista cubano, quien solo menciona a Anna Sanders [56].
La ubicación exacta de la casa en que estuvo situada la misión es motivo de polémica. Algunas publicaciones la ubican en Figuras esquina a Monte. El miembro fundador de La Iglesia de El Moro, en 1932, Ramón Gutiérrez Berenguer [57], cuando se va a referir a la misión de la calle Figuras lo hace escribiendo Monte y Figuras [58]. La Comisión de Historia de las Asambleas de Dios en Cuba se ha inclinado, en los últimos años, por una localización en la calle Figuras entre Belascoaín y Escobar basado en el hecho de que en Figuras y Monte la numeración de casas es superior a 200. Nótese sin embargo la dinámica que existe en las renumeraciones de las calles con el paso del tiempo. José Martí vivió en Amistad No. 42 entre Neptuno y Concordia [59], [60]. En esa localización, sin embargo, cien años después, la numeración es alrededor de 172-176. Con todo esto el autor quiere reflejar que todavía hay un arduo camino que andar en la precisión del lugar exacto en que se abrió la primera misión de las Asambleas de Dios. No existen testigos en la zona de aquellos tiempos. Actualmente se están haciendo investigaciones.
El nivel de resistencia del mundo espiritual contra la entrada del poderoso y necesario movimiento pentecostal alcanza un punto cenital con un penoso accidente de Anna Sanders. Tres años después de aquellos hechos lo describiría así Henry. C. Ball:
Parece que el diablo había estado opuesto a todo intento de dar a Cuba el mensaje pentecostal. La hermana Anna Sanders apenas había comenzado a obrar para el Maestro cuando se cayó y se partió la cadera. El doctor en el hospital norteamericano le dijo que probablemente nunca más caminaría, pero ella sí caminó —gracias a nuestro Médico Divino, y camina muy bien para su edad—. Para el tiempo en que pudo hacer algo para su maestro estalló la terrible revolución [contra Machado] en Cuba. Alrededor suyo caían hombres y mujeres muertos en las calles y en sus casas. Ella defendió la obra, predicando a Cristo con su vida en peligro; El Señor la protegió y las almas fueron salvadas, llenas con el Espíritu así como bautizadas en aguas, y los enfermos fueron sanados [61].
Una revista evangélica de la época reportó el 3 de octubre de 1931:
Queremos avisar a los amigos de la hermana Anna Sanders que ella tuvo un accidente mientras estaba en Cuba, pues se cayó y se fracturó la cadera. . . Es triste que ahora esté confinada a un hospital sin dinero o amigos a quienes pueda ir. Si alguien siente que puede ayudar a nuestra hermana en su necesidad, Dios ciertamente se complacerá en ello. Los fondos pueden enviarse al Departamento de Misiones...[62].
Pese a que los médicos pronosticaron una invalidez definitiva, en el Señor la misionera se levantó [63]. En sus cartas no se transparenta una sola queja personal. No hay plañideros reclamos de atención a su salud. Detrás de cada palabra que escribe está la dignidad de un ministro que tiene en el punto central de su sufrimiento no las claudicaciones de su cuerpo sino los sufrimientos y peligros de la obra de Dios. El 5 de noviembre de 1932 escribe:
Las condiciones aquí desde el punto de vista político son inestables. Muchos han muerto. Agradecemos a Dios de que tenemos perfecta libertad aun para predicar el evangelio y ya muchos han entregado sus corazones a Jesús. Desearía que les escucharan orar. ‘Oh Señor ¿qué sería de nosotros si la misión se cerrara?’ Tengo $32.00 de retraso del alquiler. Si se pagara, podríamos luchar un poco más. Son almas por quienes Jesús murió que están complicadas y hemos hecho muy poco por Cuba. . .
Tengo una sola vida y la ofrezco con mucho gusto por Cuba. . . [64].
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Anna Sanders |
Puede tenerse una idea del contexto en que se está predicando el “evangelio de la paz” cuando se leen detenidamente las palabras que escribió un año después, el 30 de diciembre de 1933: “(...) es en medio de balas de cañón y disparos de rifles que estamos proclamando la verdad de la Santa Palabra de Dios. Más de trescientas personas fueron asesinadas el otro día a solo cinco cuadras de aquí, sin embargo, nosotros nunca nos perdemos un servicio, a pesar de que algunos tienen miedo de asistir. Pero el Señor ha quitado todo temor de mi alma” [65].
En el análisis contextual-histórico de este momento al que se refiere Anna Sanders, acerca de la muerte de trescientas personas a solo cinco cuadras, uno de los investigadores históricos de las Asambleas de Dios en Cuba, el Lic. Julio García Sanz, comenta:
Es difícil distinguir a qué hecho histórico se refiere Anna en su escrito: aquellos fueron años violentos y de mucho derramamiento de sangre. La historia cubana registra que una multitud fue ametrallada en la calle Reina el 29 de Septiembre de 1933, cuando se rendían honores a las cenizas de Julio Antonio Mella. (Enciclopedia de Cuba, Prensa Latina, Agencia Informativa Latinoamericana S.A. enciclopedia@pubs.prensa-latina.cu.) Otro evento importante, registrado por Samuel Feijóo fue el alzamiento del Cuartel de Dragones entre los días 7 y 10. Los soldados sublevados después de breves combates se refugiaron en el Castillo de Atarés, a solo ocho cuadras de Figuras No. 18. Allí fueron ametrallados y bombardeados por los aviones y soldados del ejército, después de dos días cesó el combate y muchos murieron y otros fueron hechos prisioneros (Feijóo, Samuel; El Sensible Zarapico, selección y prólogo de René Batista Moreno, Editorial Capiro, Santa Clara, Cuba, 2009. ecapiro@cenit.cult.cu / www.cubaliteraria.com. p. 171) [66].
El 3 de marzo de 1934, Anna Sanders escribe:
El Señor está bendiciéndonos, un número de personas han sido salvadas, seis han recibido el Espíritu Santo, y muchos han sido salvados de forma maravillosa. Por favor oren por aquellos que han comenzado en el camino recientemente, y en especial por dos jovencitas, cuyos padres amenazan con mudarlas lejos para que ellas no puedan asistir a los encuentros. La condición de Cuba está peor que nunca, y los combates continúan. Los pobres están sin comida y sin vestido y el sufrimiento está por doquier [67].
Para las alturas de ese tiempo, aquel que sería definido por Ciro Bianchi Ross[68] como “la figura más inquieta y desconcertante de la actualidad cultural cubana”, el escritor costumbrista Samuel Feijóo [69] era un joven estudiante. Aunque sería poeta, narrador, ensayista, dibujante, pintor y folclorista, sería más que todo conocido, en el medio popular cubano, como el autor de Juan Quínquín en Pueblo Mocho, serie televisada y llevada al cine. Es curioso cómo esta importante figura de la cultura cubana fue impactada por los acontecimientos relacionados con el nacimiento de la primera misión pentecostal en Cuba. De los comentarios que dejó en su autobiografía han quedado importantes referencias históricas. Él ubica sus primeros contactos con los pentecostales en un momento cercano a la fecha en que murió el líder estudiantil Rafael Trejo[70], el 30 de septiembre de 1930. Debe recordarse, sin embargo, que las misioneras llegaron a Cuba en 1931 de modo que Feijóo no trata de ser preciso y solo hizo una aproximación. Debió impresionarle aquella muerte porque Trejo tenía veinte años y Feijóo apenas dieciséis. De ahí la fijación que hace de esos luctuosos hechos que aún palpitaban en sus impresiones cuando conoció a las misioneras.
Una tía de este escritor se llamaba Herminia[71] y asistía a los cultos de los “que hablaban en lenguas”. Bajo esta renovadora influencia abandona el catolicismo y quema sus “santos”. Con el tiempo, la misionera danesa, Anna Sanders, terminó alojando a Herminia y a su esposo en la casa que servía de templo en la calle Figuras No. 18, toda vez que ellos le servían devengando a su vez una pequeña ayuda económica de la misionera [72].
El propio Feijóo, frisando los dieciocho años, era un asiduo asistente a los servicios que se realizaban allí, e interpretaba al español los mensajes de un misionero canadiense que, según él, era “muy simpático, muy creído de su fe, y de veras transparente y abnegado (...), vivía en una habitación muy incómoda, comía mal nuestras comidas, y se moría de calor. Sin embargo, era feliz viviendo su religión” [73].
En su autobiografía Feijóo nos deja ver sus impresiones acerca de algo tan novedoso en el ambiente cristiano cubano, como venían a ser las nuevas lenguas de los pentecostales:
Durante su sermón traducido [refiriéndose al misionero canadiense], yo escuchaba de su inglés rapidísimas y extrañas lenguas, relámpagos verbales, raros que me asustaban. Ni él ni nadie sabían lo que decían aquellas lenguas. No había intérprete presente para ellas. Aquello era “lo sobrenatural”. Se trataba de un llamado “descendimiento del Espíritu Santo”. Por esto se nombraban pentecostales, porque el día de Pentecostés, según el libro del Nuevo Testamento, “Hechos de los Apóstoles”, el Espíritu Santo había descendido sobre los cristianos que oraban, en un “aposento alto”, y se había manifestado en forma de lenguas extrañas, produciendo confusión dentro del pueblo que los escuchaba.
En otra ocasión vi algunas personas poseídas por estas lenguas, entre ellas, un niño. Todo esto, sencillamente, me asustaba, produciéndose gran malestar, pues desde niño he sentido horror por todo lo que no sea natural y sencillo, y ante las exclamaciones histéricas en lenguas extrañas de personas de rostros transportados, me sentía muy mal y me hubiera marchado al momento de no ser porque una curiosidad muy sana y atenta me hacía atender tan extraordinarios casos de pasión religiosa [74].
En un momento muy cercano a aquel en que se abre la misión de la calle Figuras No. 18, en La Habana, bajo el ministerio de las misioneras, se convierte un joven que haría historia porque llegó a ser el primer pastor pentecostal cubano. Se llamaba Roberto Reyes. Este dejó una grata impresión en el corazón del citado escritor costumbrista cubano. A él se refería en los siguientes términos:
En la Iglesia Pentecostal, conocí, junto a mis padres, a Roberto Reyes, un joven de nobles pasiones, que testimoniaba, con elocuencia y muy férvidamente. Yo observaba todos aquellos fenómenos con cuidado, pero no me hice miembro de la iglesia. En mis dieciséis años, ya me cuidaba. Pero aquella prédica apasionada, a veces con grandes gritos de exhortación, histérica a ratos, no me ganaba, no la entendía, me alarmaba. No obstante, su aura de misticismo influenció, como se verá después, algunos años de mi juventud. . . .
Aquel Roberto Reyes era un religioso apasionado y cada vez se distinguía más. Fue enviado, para hacer de él un líder en Cuba, a San Antonio, Texas, a estudiar su religión, etc., en un edificio para seminario que allí poseía la secta [75]. Entre mis papeles, conservo una carta “de iluminado” que este joven me dirigió, respondiendo a una mía. Esa carta es un gran documento que revela el apasionado carácter que imprimía ese tipo de religión a sus adeptos.
Fragmentos:
San Antonio, noviembre 7 de 1932.
Apreciable amigo y hermano en la fe de nuestro Señor Jesucristo. Recibí tu atenta y esperada carta en la que me aconseja a que busque el bautismo con el Espíritu Santo, te diré que el jueves estuve desde las 3 de la tarde hasta las 6:30 de rodillas pidiendo al Señor que me sellara con su promesa y te diré que estuve bajo la vivificación del fuego del Espíritu Santo. Al principio no resistía el fuego del cielo, era muy fuerte para mí, pero gracias a Dios que ya lo resisto y el jueves sentí el gozo más grande que jamás en mi vida haya sentido; también por la noche oramos de 7 a 10 y también caí bajo el poder de Dios. Cuéntaselo a la hermana Sanders y en el nombre del Señor te exhorto a que ores con la hermana Sanders y le pidas al Señor que te bautice, él está presto a hacerlo, solo resta que tú te humilles ante su presencia y él te bautiza, pues el Señor te dio una prueba [Nota de Samuel Feijóo “A lo mejor se refiere al cólico nefrítico que sufrí meses anteriores. Así los supersticiosos toman las enfermedades, como “avisos de Dios”, etc.] de que él te necesita para su noble causa.
Cede a su llamamiento y él te hará sabio en la palabra de Dios. Samuel, no juegues con el Señor, pues sus latigazos son mortales [Nota de Samuel Feijóo: Mediante el miedo a un “Señor” violento, bíblico se trataba de convencerme. No cedí, claro] cuando no obedecemos Su Voz, pues tú y yo pudiéramos levantarle al Señor una iglesia, y prepararle y guiarle un rebaño de almas para el día de su gloriosa venida. Quisiera que vieras cómo el Señor bendice a su pueblo aquí. Te acuerdas que te dije que yo quería oír un mensaje del Señor dado por el Espíritu Santo, pues aquí he oído tres. La hermana Kritz lo recibió y el hermano Rosales lo traducía. En mi vida he oído una lengua parecida a la que habló la hermana Kritz y ella no habla más que inglés, el castellano muy poco. Y esta es la iglesia que pienso levantar en Cuba y en el nombre del Señor la levantaré con la ayuda del Señor y no solo yo puedo ser un vaso de honra, tú puedes serlo también (...). No tomes a ofensa estas palabras, simplemente quiero hacerte ver cómo obtendrás bendiciones del Señor (...). tenemos lo que no tienen las otras iglesias, la guía del Espíritu Santo [76].
Esta carta tiene, al análisis, fragmentos muy interesantes. Resalta primero que todo el hecho de que, pese al rechazo no disimulado del evangelio que Samuel Feijóo hace en sus anotaciones marginales, él está exhortando a Roberto Reyes a buscar el bautismo del Espíritu Santo. El consejo que Feijóo le da por escrito a este joven apasionado que ha llegado al evangelio es que busque el poder de Dios. Reyes es evidentemente movido por ese consejo, independientemente de que móviles propios le hayan llevado a buscar a Dios. La carta le hizo bien.
La misiva de aquel joven, que estaría entre las primicias del futuro ministerio pentecostal cubano, está llena de afecto, nobleza, amor y gratitud. Llama a Feijóo: “hermano en la fe de nuestro Señor Jesucristo”. Este último puede querer desentenderse de aquellos días y pretender, desde un presente marxista, que comprometió a tanta gente, torcer la identidad que tuvo con la iglesia en el pasado, pero no podrá borrar nunca del recuerdo las palabras con que le reconocieron aquellos que le amaron en Jesucristo, las palabras que definieron lo que un día fue: “hermano en la fe”.
“...Pues el Señor te dio una prueba”, le escribe Reyes; comenta entonces Feijóo: “A lo mejor se refiere al cólico nefrítico que sufrí meses anteriores. Así los supersticiosos toman las enfermedades, como ‘avisos de Dios’, etc.”. Olvida el escritor al usar este lenguaje ligero que aquel cólico nefrítico que sufrió fue horrible y le llevó a hacer (...) “una oración a Dios, a gritos, para que me calmara aquellos espantos, sin haber recibido consolación alguna. Al fin, pasó, y expulsé una piedra por la orina del tamaño de un grano de arroz, piedra que conservé durante años, no sé por qué (...)” [77].
¿De veras no sabría por qué la conservó? Sufre un espantoso cólico nefrítico, levanta un desgarrado clamor a Dios, el dolor termina por pasar, expulsa la piedra… ¿Sabía Samuel Feijóo cuantas personas no pueden expulsar sus cálculos y terminan, tras interminables crisis que muchos comparan con los dolores del parto y de la angina de pecho, en un quirófano? Creo que sí lo sabía. Era una persona culta y su problema no estaba en el intelecto sino en el corazón. Aquel cálculo que guardó fue, desde entonces, una pregunta de Dios, y le interrogaba cada vez que lo veía. Por eso lo conservó. En el fondo de su corazón sabía que Dios lo ayudó.
Anna Sanders escribió en las misivas que enviaba y que han quedado en la historia como: “Un ruego por Cuba”, el 5 de noviembre de 1932: “Hay aquí un joven inteligente quien ha venido a escuchar la voz de Jesús. Él estaba desesperadamente enfermo con cálculos en sus riñones y Dios le sanó maravillosamente. Ahora está enseñando a los chicos más jóvenes. Por favor escuchen el clamor por Cuba” [78].
Juzgue el propio lector.
Cuando Samuel Feijóo escribió su autobiografía habían volado sobre los cielos de Cuba décadas del mal llamado “ateísmo científico”. Para los escritores que aspiraban a ser publicados y reconocidos se vivieron tiempos especialmente difíciles y para persona alguna es un secreto que, figuras reconocidas hoy en el mundo de las letras, fueron virtualmente marginadas, especialmente en el llamado “quinquenio gris”: 1971-1976. El escritor cubano Cintio Vitier, con inigualable maestría, lo describe:
Cuando en 1979 triunfa el sandinismo pudimos advertir que allí se superaron contradicciones que subsistían en Cuba. En Nicaragua, ser sacerdote no era obstáculo para ser ministro (...), nos provocaba honda satisfacción la forma en que el sandinismo asumió a Rubén Darío, como el gran poeta latinoamericano y universal que es (...) por encima de los errores políticos coyunturales que el autor de Azul cometiera como diplomático y como poeta. No había allí sectarismo cultural, como aquí, donde los funcionarios veían mal a Casal, a Heredia, a Lezama (...). Todos éramos mal vistos porque no hacíamos una poesía de consigna que ellos entendían como poesía social [79].
Nunca sabremos a ciencia cierta cuánto de esto influyó en que Samuel Feijóo, un pionero del movimiento pentecostal cubano abandonara el camino de la salvación y se refiriera a ella en términos donde recababa comprensión y remitía excusas al lector: “Hay que imaginarse a un joven nervioso, soñador, solitario (...), observando a los creyentes poseídos hablar en lenguas extrañas” [80], así escribió. Indelebles permanecerán, sin embargo, en el recuerdo, aquellas manos benditas de Anna Sanders, de Roberto Reyes, de los hermanos de la misión, manos que se impusieron sobre él en la crisis, en la enfermedad, cuando nadaba en los conflictos existenciales de la juventud. “Abandoné las visitas a la rara iglesia pentecostal, pero no olvidé nunca cuanto vi y oí allí...”[81], sentenció.
Ojalá y un día le encontremos en el cielo y allí podamos volver a llamarle, como lo hizo un día Roberto Reyes: “hermano en la fe”.
Como se ha descrito ya, Roberto Reyes García[82] fue el primer pastor pentecostal de origen cubano. Conoció al Señor a muy poco de haber sido abierta la misión, a través del ministerio de Anna Sanders. Su testimonio, fruto y vocación ministerial eran tan grandes desde el comienzo mismo de su vida en Cristo, que Anna Sanders toma una decisión arriesgada: le envió a estudiar al Seminario Bíblico de San Antonio, Texas, a donde llega en el otoño de 1932 [83].
Perdían temporalmente las misioneras a una de las columnas más fuertes para el trabajo y deben haber interactuado mucho, antes de tomar la decisión. Apremiaba, por otro lado, la necesidad de preparar consistentemente a pastores autóctonos, primicia de lo cual estaba siendo Reyes, a quien en solo dos años podrían volver a tenerle sirviendo al evangelio en su tierra con la potencialidad de ser instructor bíblico para los ministros que nacerían de la obra misionera. Se estaban dando pasos agigantados de fe.
En Texas, Roberto Reyes conoció a la mexicana Florinda Hernández, hija de Asael Hernández, un experimentado y fiel diácono. Deciden casarse. Reyes se gradúa en 1934, imparte durante un breve tiempo clases en el Instituto y a finales de 1935 regresa a Cuba. La Luz Apostólica da cobertura a la noticia: “En los últimos días de 1935 llevamos a Roberto Reyes y su esposa, Florinda, a Florida, pues iban a Cuba…” [84]. Ministraría varios años en Cuba antes de regresar al terruño de su amada esposa en San Antonio, Texas, donde sería pastor de la Asamblea “La Luz Apostólica”. Finalmente, fundó una nueva Asamblea en Betesda, No. 1710, Southcross [85].
El Rev. Pedro Torres, de México, que posteriormente sería Superintendente de las Asambleas de Dios en Cuba, entre 1954-1956, desde Los Ángeles, California, dejó una refrescante semblanza de quien fuera el primer pastor pentecostal cubano, el Rev. Roberto Reyes:
En el mes de agosto de 1934 cuando ardía en mí el deseo de responder al llamado divino de predicar el evangelio, vi por primera vez una fotografía de estudiantes del Instituto Bíblico Latino Americano ubicado en las calles El Paso y Sur Cíbolo, San Antonio, Texas. Era la foto de los graduados de ese año, eran unos seis. Sobresalía un joven, quizá no tanto porque era alto, sino que era cubano; pues hasta entonces yo no conocía ningún cubano (...).
Entro al Instituto, aparecen unos cuantos estudiantes y luego los maestros, les veo, y ese es el cubano que vi en La Luz. Efectivamente iba a ser unos de los maestros. Joven alto, muy reservado, de poco hablar (nada típico del cubano en su tierra). Hablaba diferente, pero que bonito nos leía la historia del misionero Francisco Pensotti. Voz fuerte y sonora era la de Roberto, cuando él no la leía, no tenía sabor. Con Roberto ni jueguito ni enojito, pues hablaba poco y muy serio.
Pronto regresó a su tierra, pero no sin antes llevarse una mexicanita, Florinda (La prieta). ¡Qué boda tan humilde pero tan atractiva fue aquella, allí en el centro del plantel! El hermano Ball les unió en matrimonio el día de acción de gracias [86] del año 1934. La luna de miel [fue] en La Habana junto con los hermanos Ball, quienes les fueron a llevar en su carrito “Essex”. No había tiempo que perder, el campo nuevecito de Cuba para las Asambleas de Dios apremiaba.
Once años después, Dios nos llamó a Cuba. ¡Qué bueno! dijimos, por lo menos conocemos a un cubano, tal vez todos son así. Llegamos a Cuba, qué de cosas que aprender, pues nunca habíamos salido de Estados Unidos. Nunca habíamos estado en escuela de enseñanza castellana. Acudimos al maestro Roberto, para otro cursillo breve. Cursillo de sacrificio nos mostró Roberto enseguida, pues Florinda hacía mucha costura para el sostén de ellos y de la obra, Los creyentes eran pocos, el campo difícil, la obra crecía con mucha lentitud. Roberto era estricto, Roberto conocía a su pueblo. Entre antojitos nos enseñó a comer “Churros” (Los Habaneros saben) y a tomar “Ironbeer”. No le decían Iron Beer, sino ironber y tampoco era tomada embriagante sino un refresco parecido al “Cream Soda”.
Nos visitó en nuestro primer punto de trabajo la ciudad de Camagüey. Nos ayudó en la predicación y estableció en la iglesia el día del pastor, que agradó mucho a los hermanos y más a nosotros por supuesto.
Después de un tiempo regresó Roberto a San Antonio, ciudad que gusta mucho a Florinda y a los hermanos Ball, ciudad preferida de ellos donde han laborado mucho y donde Roberto trabajó hasta el día que Dios le llamó. Parece que de esa estación también quieren partir los hermanos Ball.
La labor que el hermano Roberto hizo en San Antonio y su ejemplo en nuestras vidas nos serán siempre de inspiración (Sic.) [87].