La lectura de este artículo no es apta para cardiacos. ¿Sabe lo que pasa?, es que, haciendo una introspección descubrí hoy que, dentro de mí, vive todo lo malo que hay en este mundo: soy cristiano fundamentalista, antievolucionista y por extensión, antimarxista. Vaya más allá: como no odio a Dios soy antileninista (ya siento silbar las balas).
Aun así, el problema no es ese; el asunto es que también soy antihomosexual, antiaborto y antidivorcio; defiendo la ley seca; aborrezco la droga y la pornografía, la eutanasia y la eugenesia; odio los tatuajes y la cremación; soy fuertemente sionista. Creo, además, que el hombre (varón-masculino-XY) es cabeza del género humano; rechazo tácitamente el lenguaje inclusivo y toda referencia a «lo políticamente correcto».
Si ha sobrevivido a la lectura de los párrafos anteriores, sucumbirá finalmente cuando le diga que pienso, desde los estratos más profundos de mi alma, que la obra hispana más laureada del siglo XX, Cien años de soledad, es la basura de libro más putrefacta y depravada que se haya escrito nunca.
Dios mío…, soy un monstruo.
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