La infamación es una enfermedad con la que tienes que aprender a vivir. De ella no escapa nadie; sus largos tentáculos te alcanzarán, no importa lo lejos que vayas; el restañar de su látigo será más sonoro en la medida misma en que te eleves; no te dará tregua ni siquiera después que mueras; es la infamación.
Dios la aborrece. De ella dice: «Al que solapadamente infama a su prójimo, yo lo destruiré» (Sal. 101: 5).
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