En 1964, durante el Campeonato de Ajedrez de la Unión Soviética, el excampeón mundial Mikhail Tahl [1] se enfrentaba con piezas blancas al Gran Maestro Evgeni Vasiukov [2]. Contaría el primero que, a las alturas de la jugada 16, mientras calculaba una variante relacionada con un sacrificio de caballo, vino a su mente una poesía infantil donde se frasea, lacónicamente: «¡Oh, qué difícil es el trabajo de sacar un hipopótamo de un pantano!». Un súbito e inesperado sumidero de ideas ensimismaron a Tahl por cuarenta minutos: cabestrantes, palancas, helicópteros y escaleras de cuerdas; infinidades de recursos mecánicos cruzaron por su imaginación. No hubo, para él, un modo plausible de lograr un objetivo así [3].
Aquel celebérrimo excampeón mundial, por los caminos del cálculo frío, no entendió la intencionalidad poética, donde no importaba tanto el peso del inmenso mamífero como su gusto irreparable por el fango.
Como todo pastor y por más de treinta años nos vimos de un modo u otro tratando con gente cautiva, personas oyendo voces insultantes, gente que padecía bajo el peso de tendencias suicidas, drogadictos, alcohólicos, jóvenes que se debatían entre vicios y perversiones de las que querían, con sinceros deseos, ser libres. Los tales, en los servicios de liberación, eran ministrados con poder. Muchos caían retorcidos, sin conocimiento, espumeando saliva. Recordamos a uno elevándose en los aires, impresionantemente, hasta más de dos metros de altura, para caer luego con todo su peso, haciendo un gran estrépito. Al ser interrogados, después de tales experiencias, muchos de ellos contaron sentir fuerzas colosales salir de sí. Semanas después vimos a tales personas recaer; se vieron, una vez más, comiendo de depósitos públicos de basuras o hablando a solas en las calles. En todas, al hurgar en sus vidas, encontramos algo en común: su amor al «fango». Es bíblico pensar que el apego a los más nauseabundos pecados hace imposible la liberación definitiva; y la ruptura con tales vínculos es indispensable e impostergable para que el estado de cautividad no retorne.
Cuando el espíritu inmundo sale del hombre, anda por lugares secos, buscando reposo; y no hallándolo, dice: Volveré a mi casa de donde salí. Y cuando llega, la halla barrida y adornada. Entonces va, y toma otros siete espíritus peores que él; y entrados, moran allí; y el postrer estado de aquel hombre viene a ser peor que el primero (Lc. 11: 24-26).
El pecado, concepto tan movido a mofa en nuestros tiempos, es la puerta a todas las posesiones y opresiones satánicas; es el clavo donde Satanás cuelga su cuadro; y la Iglesia hace esfuerzos inmensos en la batalla espiritual en favor de las almas, pero si las tales no rompen con el pecado que aman, todo es vano. «El que encubre sus pecados no prosperará» (Prov. 28: 13a).
Arrepiéntase de todo vínculo con el pecado; ofende profundamente a Dios; quite el clavo del que el diablo cuelga su cuadro; rompa con ese «fango», rinda su vida a Jesús, confiéselo públicamente, porque públicamente Él murió por usted; abrace la fe en el Salvador, nazca de nuevo, viva para Él. Sea libre.
Tahl ganó aquella partida, pero nunca pudo «sacar al hipopótamo del pantano». Tampoco lo consiguió el poeta. Tal cosa implica cambiar una naturaleza y eso solo lo puede hacer la Obra del Espíritu Santo.
[1] Mijail Tal (1936-1992). Una de las figuras más queridas de la historia del Ajedrez. Octavo campeón mundial (1960-1961). Célebre por sus extraordinarias combinaciones tácticas.
[2] Evgeni Andreyevich Vasiukov (1933-2018). Seis veces campeón de Moscú. Gran Maestro de Ajedrez desde 1961.
[3] Javier Cordero Fernández. «Ajedrez de ataque.
http://ajedrezdeataque.com/04%20Articulos/01%20Tal/Anecdotas/Hipopotamo.htm Accedido: 18 de mayo de 2023, 8:00 a. m.
Una triste realidad, como alguien expresó han tropezado tantas veces con la misma piedra que ya la aman. El Señor tenga misericordia.
ResponderEliminarAsí es. Dios nos ayude a morir las mil muertes que debemos morir al pecado, y ser encontrados aprobados. "Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús" (Fil. 3: 13, 14).
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