Desde la meridional Ecuador, tierra del cóndor, esa majestad de las alturas que se viste de negro con cuello orlado de plumas blancas, me responden: «Gracias por su felicitación navideña, pero aquí no celebramos la Saturnalia».
Qué decir… Se hacen cada vez más directos los ataques a la Navidad en el contexto de los tiempos del fin. Aquellos que se levantan contra su celebración argumentan, como al presente, que se trata de una fiesta de origen pagano. El año terminaba y con él se levantaba una gran celebración en Roma: era la Saturnalia. Esta se cargaba de diversión, desenfreno y locura. Los «hijos de Rómulo» se saludaban por doquier con un «¡Felices saturnales!». El poeta Cátulo, impresionado, registró aquella festividad como «el mejor día del año». El prudente Séneca la desaconsejó; vio en ella un camino hacia la degradación (1).
Para los romanos, el dios Saturno, de donde deriva el término «Saturnalia», reinó en el mundo «cuando todos los hombres eran iguales y compartían las cosechas». Entendían que él fue quien enseñó a los humanos cómo cultivar la tierra y le adoraban como «protector de la siembra». Las fiesta tenía lugar justo después de terminar esta. Se le pedía así a Saturno que protegiera las nuevas semillas que debían soportar el rigor invernal antes de comenzar a crecer en primavera (2).
La primera Saturnalia se celebró el 17 de diciembre del año 497 a.C., momento en que se dedicó a Saturno un templo en el Foro, que aún permanece en pie (3). Con el tiempo se extendió tal diversión hasta el 23 de diciembre (4).
Aunque son muchos los que vinculan la Navidad con la Saturnalia, el origen de la festividad cristiana parece más vinculada con la celebración del Dies Natalis Solis Invicti (Día del Nacimiento del Sol Invicto). Esta fue instituida por el emperador romano Aureliano, en el año 274. Tenía lugar, justamente, el 25 de diciembre y estaba asociada con el nacimiento del dios Apolo (5).
Respecto a la Navidad (del latín nativitas, nacimiento), empiece por decirse que la fecha del nacimiento de Jesús, aunque debió ser conocido por los discípulos más cercanos, no fue un dato relevante para el cristianismo primitivo, toda vez que no aparecía en las fuentes primarias, que eran los Evangelios, y el énfasis de la predicación estaba en el valor de Su muerte y resurrección, elementos centrales del credo. Como festividad no se registra enunciada en las listas de importantes padres de la Iglesia, como Tertuliano, Ireneo u Orígenes. Oficialmente, en el año 350 el papa Julio I pide la celebración del nacimiento de Cristo para el 25 de diciembre. Esto fue finalmente decretado por el papa Liberio (6). Es posible que los cristianos hayan tratado de absorber el «Día del Nacimiento del Sol Invicto», relacionado con Apolo, con el día del nacimiento de Jesús, aquel a quien el profeta Malaquías llama «Sol de justicia»: «Mas a vosotros los que teméis mi nombre, nacerá el Sol de justicia, y en sus alas traerá salvación; y saldréis, y saltaréis como becerros de la manada» (Mal. 4: 2).
Lo curioso es que, hasta fecha muy reciente, el vínculo cronológico de las festividades romanas con la Navidad, y el hecho de que compartieran algunas de sus prácticas, como el intercambio de regalos y las felicitaciones, no fuera un problema de ortopraxia. Modernamente y con mucha fuerza se está trayendo a discusión el tema, lo que ha llevado a muchos a un rechazo deliberado de la celebración, al punto de luchar con el propósito de que desaparezca. Ahora bien, el camino que se sigue para justificar remover tal práctica ¿le parece correcto? Absolutamente no. Todo el que pretende tal cosa apela a la historia. ¿Quieren historia? Muy bien, vayamos a la historia. Lo primero que veremos es que todo cambió en el paciente devenir del tiempo:
Cambiaron las palabras…
«Villano» era quien vivía en una villa (de ahí viene la palabra «villancico», como coplas que se cantaban en las villas). Las villas eran los caseríos o poblados exteriores donde vivían los honestos labriegos (7). Hoy día, sin embargo, si yo dijera que «usted es un villano», sin dudas que se ofendería. La acepción o significado del término cambió. Antes era algo bueno, ahora es algo malo.
«Anfitrión», qué palabra para mutar en su significado. En principio es un halago y se refiere a la condición de alguien que es hospitalario. Pero a usted le gusta la historia, así es que, por este camino, pronto descubrirá que la tal palabra se asociaba en sus orígenes a la condición de «marido engañado». Así, en su más plena acepción popular, el término estaba emparentada con la compleja historia griega del trio que hicieron Anfitrión, Alcmena y Zeus (8); pero ¿quién hoy día entiende el término así? Antes era algo malo, ahora es algo bueno.
¿Qué hacemos? ¿Nos comunicamos usando los significados que tenían las palabras en tan lejanos siglos respetando su uso primitivo?
Cambió la Cruz...
Nació entre los pueblos como el más indeseable estigma. El castigo que suponía se aplicaba a los peores criminales. Era señal de maldición entre los judíos: «Si alguno hubiere cometido algún crimen digno de muerte, y lo hiciereis morir, y lo colgareis en un madero, no dejaréis que su cuerpo pase la noche sobre el madero; sin falta lo enterrarás el mismo día, porque maldito por Dios es el colgado; y no contaminarás tu tierra que Jehová tu Dios te da por heredad» (Dt. 21: 22, 23).
La cruz era el más execrable emblema de la maldición. Hoy es el más conmovedor símbolo de redención. Está en las banderas de Escocia, Dinamarca, Gales, Cerdeña y República Dominicana. Miles de organizaciones benefactoras de gran impacto la llevan con orgullo en sus estandartes, desde la Cruz Roja hasta el Ejército de Salvación. Está a la entrada misma de millones de Iglesias por todo el mundo.
Frente a esa solemne representación, que es la Cruz, el pensamiento se eleva: Cristo murió por nosotros.
¿Despreciará usted la Cruz porque un día fue señal de maldición?
Cambiará la tierra…
Con la caída de la primera familia humana, la tierra se llenó de tinieblas. Estas se hicieron cada vez más densas y pesadas. Odio, violencia, sangre, enfermedad y muerte. Ya en tiempos de Noé tuvo Dios que destruirla anegada en agua. De entonces acá se nos volvió una mórbida pesadilla. Pese a esto el libro de Apocalipsis anuncia que este mundo caído llegará a ser «de nuestro Señor y de su Cristo» (Ap. 11: 15). Este es el mundo del Milenio:
La vaca y la osa pacerán, sus crías se echarán juntas; y el león como el buey comerá paja. Y el niño de pecho jugará sobre la cueva del áspid, y el recién destetado extenderá su mano sobre la caverna de la víbora. No harán mal ni dañarán en todo mi santo monte; porque la tierra será llena del conocimiento de Jehová, como las aguas cubren el mar (Is. 11: 7-9).
¿Despreciará usted esa tierra del porvenir porque un día estuvo llena de tinieblas?
Cambiaron las palabras.
Cambió la Cruz.
Cambiará la tierra.
Cambió el 25 de diciembre…
La Navidad es un cambio en la historia. Es la Navidad de los siglos, de nuestra infancia, de nuestro hogar, la Navidad de la Iglesia que nos enrumbó y empujó en la fe; la Navidad de tu pueblo, tu Navidad, mi Navidad. ¿La despreciaré porque un día los paganos llenaron la fecha quién sabe de qué? ¿La tendré en nada porque un día los romanos celebraban en tal ocasión un culto a Saturno o al dios del Sol hace casi dos mil años? ¡Dos mil años!
La celebración de la Navidad es una grandiosa herencia de siglos. En el calendario de la cultura occidental se llena un mes entero con la más tierna, recogida y delicada celebración. Las familias se reúnen, los enemistados se reconcilian, las deudas se perdonan, los trabajadores esperan aguinaldos salariales, las tiendas prolongan sus servicios, los gobiernos extienden feriados. Los algodonados árboles navideños simulan la nieve invernal, que pende de sus ramas cargadas de regalos. En el regazo de mamá los niños cambian dulces entre sí. Las Iglesia dramatizan aquel nacimiento: ovejas, camellos, establos, pastores, magos del Oriente… Las villancicos rompen los aires en las voces corales. Todos se alegran: ¡nació Jesús!
Persona alguna de la tierra nos dejó una huella tan memorable. No hay, en la historia, rey, mandatario, caudillo o líder militar, que nos haya legado una celebración tan preciosa y universal. Hoy día los judíos, otrora enemigos de tal fiesta, felicitan al mundo cristiano. No hay palabras más conmovedoras que las que pronunciara Benjamín Netanyahu, desde su condición de Primer Ministro del Estado de Israel en 2020, acompañado de su esposa, la señora Sara Netanyahu. Él dijo al mundo cristiano envuelto por la Navidad de tan trágico año:
Felicidades a todos nuestros amigos cristianos en Israel y alrededor del mundo. El Estado de Israel es la culminación de muchas profecías y de nuestros valores más profundos. Compartimos la civilización común, la civilización judeocristiana que le ha dado al mundo los valores de la libertad, la emancipación individual, la santidad de la vida y la fe en un solo Dios. Estamos orgullosos de nuestras tradiciones. Estamos orgullosos de nuestros amigos cristianos. El Estado de Israel no se hubiera hecho realidad si no fuera por el fuerte apoyo de los cristianos en el siglo XIX, en el siglo XX y en el siglo XXI. Nosotros sabemos que no tenemos mejores amigos en el mundo que nuestros amigos cristianos. Así que, gracias, gracias a todos, por defender a Israel, defender la verdad. ¡Feliz Navidad! (9)
¡Los judíos nos felicitan en Navidad! ¿¡No nos felicitaremos nosotros!? Nada más grande en los tiempos modernos para los que fuimos testigos de cómo los judíos trataban a los pastores que se acercaban a las sinagogas hace escasos treinta años.
Si usted nació en el siglo XV y diciembre le sugiere, fuertemente, una memoria más cercana de la invocación a Saturno, lo puedo entender (por cierto, usted está muy viejito en tal caso); pero, hay un problema: en ese siglo también nació Cristóbal Colón y la Navidad fue tan importante para él que la trajo a América. Documentos históricos aseguran que la primera Navidad celebrada en América tuvo lugar el 25 de diciembre de 1492, en la Isla La Española (actual ínsula que comparten Santo Domingo y Haití). Colón realizaba un reconocimiento de la zona cuando la Santa María tuvo graves problemas. Con la ayuda de los indígenas, el marino genovés puso a salvo la carga y con la madera de la carabela construyó un fortín donde dejó treinta y nueve hombres. Este fuerte se terminó de construir el 25 de diciembre y, en consecuencia, Colón lo llamó «La Navidad». Aquel día los españoles celebraron Navidad, por primera vez, en suelo americano (10).
En 1526 el misionero franciscano Fray Pedro de Gante le escribió al Rey Carlos V contándole sobre la celebración de la Navidad con los indígenas de México, territorio que, para entonces, se conocía como la Nueva España. El misionero mantuvo la música de los cantos indígenas, pero les cambió la letra y, tras aprender la bella lengua nahuatl, compuso versos cristianos. A las mantas indígenas les grabó temas alusivos a la Navidad, y a los pequeños nativos los disfrazó de ángeles, para que cantaran en Nochebuena los nuevos villancicos. Eran las primeras dramatizaciones de la Navidad en América Latina (11), y la primera y más bella coral que cantaran, a los ojos de Dios.
En ese mismo siglo XVI, en el invierno de 1539, en la cenagosa península de la Florida, el explorador español Hernán de Soto, entre cocodrilos, estaba celebrando la primera Navidad de lo que serían los Estados Unidos. Esta tuvo lugar en Anhaica, poblado más importante de los nativos Apalaches, en lo que hoy se conoce como Tallahassee, capital de Florida. Es curioso: la primera Navidad en los Estados Unidos se celebró en español (12) (13), la lengua más radiante del mundo.
Una importante encuesta realizada en 2013 por Pew Research Center (14), reveló que nueve de cada diez norteamericanos (92%) y la práctica totalidad de los cristianos (96%) celebraban Navidad. En los Estados Unidos no solo se celebra el 25 de diciembre; esta abarca toda una temporada, que comienza tras caer el Día de Acción de Gracias (15), el cuarto jueves de noviembre.
Dos mil millones de personas la celebran en más de ciento sesenta países alrededor del mundo. Algunos la extienden hasta el 6 de enero, en que desfilan felices y cargados de regalos los Reyes Magos. Ellos llenan de ensueños la imaginación de los pequeños.
Dos mil millones de personas miran al cielo de diciembre, y dicen a Dios: «Gracias por venir y nacer entre nosotros». ¿Vendré altanero y leguleyo, con ínfulas de historiador rancio, a decirles: «apague esa gratitud; esta es una festividad de raíces paganas»? Para empezar: ¿¡lo es!? ¡No! Para terminar: ¿cree que con eso le haré bien a ese pobre que quiso alegrarse a sí mismo y darle alegría a usted cuando lo felicitó, ese que nunca se ha enterado siquiera que existe Saturno como planeta, mucho menos como pretendida deidad romana?
¿Creen, los que le ven la Navidad como una prolongación en la historia de la Saturnalia, que la tal festividad influye para algo en la percepción de Cristo? Al pensar así están invirtiendo los valores: no es la Navidad quien da sentido a Cristo; es Cristo quien da sentido a la Navidad. En Semana Santa es Cristo quien da sentido a la Pascua y no al revés: «porque nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros» (I Co. 5: 7b). Cristo es nuestra Pascua. Cristo es nuestra Navidad. Cristo es la reunión de cada Iglesia. Cristo es nuestra festividad. Cristo es nuestro despertar y acostar. Cristo es nuestra vida. Es Él quien da sentido a todo.
¿Qué es para ti la Navidad? Te cuento lo que es para nosotros, y quizá nos pongamos de acuerdo. Dios se relevó a mi vida en la lejana Navidad de diciembre de 1979. No medió persona alguna. Fue un accionar directo del cielo. Aunque pasé parte de la infancia en la Iglesia Metodista de Centro Habana no me convertí allí. Su influencia educativa fue importante, en mucho determinó la dirección del regreso, pero no conocí a Cristo como Salvador personal en los predios de aquel precioso templo wesleyano; de hecho, me fui lejos a los once años… Vería morir más personas baleadas, en la infancia, que en todo el resto siguiente de la vida. La influencia del terrible ambiente social que nos rodeaba hizo mucha mella en el corazón, y lo llenó de odio. De cada diez palabras que hablaba cinco eran malsonantes. Como «un abismo llama a otro a la voz de sus cascadas» (Sal. 42: 7a) el odio creció con el odio.
Aquel invierno de 1979 pasé por experiencias que se me hicieron muy raras. Nunca creí en la numerología, ni siquiera hoy, pero el mundo se me convirtió en un extraño «14». El ómnibus que me traía de regreso del Instituto Preuniversitario era el de la ruta «14». Hice más de diez exámenes escritos en ese corte estudiantil. La nota máxima era «15»; en casi todos obtuve un «14». Advertí que mi apartamento era el número «14»; documentos y expedientes importantes que debía manejar estaban cifrados de algún modo con un «14». Llegué a sentirme raro. «No es normal... ¿Qué está pasando aquí?», me pregunté.
Aquella tarde estaba solo en casa y leía La isla misteriosa, de la extensa colección juvenil de ciencia-ficción del escritor francés Julio Verne. Como lector voraz desde la más temprana infancia estaba ensimismado, cuando de pronto tropecé con una escena que me detuvo en seco. Allí se leía:
Aquel día, 29 de octubre, era precisamente domingo y, antes de acostarse, Harbert rogó al ingeniero que les leyese algún pasaje del Evangelio.
—Con mucho gusto —dijo Ciro Smith.
Y, tomando el libro sagrado, iba a abrirlo, cuando Pencroff le detuvo, diciendo:
—Señor Ciro, soy supersticioso. Abra usted al acaso y léanos el primer versículo con que tropiece su vista. Veremos si puede aplicarse a nuestra situación.
Ciro Smith se sonrió, al oír la reflexión del marino, y, accediendo a sus deseos, abrió el Evangelio precisamente por un sitio donde había un registro que separaba las páginas. Se fijaron sus ojos en una cruz roja hecha con lápiz, que estaba al margen del versículo octavo del capítulo siete del Evangelio de San Mateo. El versículo decía así: «Todo el que pide, recibe, y el que busca, encuentra» (16).
Detuve la lectura. Quedé pensando largo rato: «Si Dios existe, tal vez quiera hablarme si hago eso, si abro la Biblia al azar y me fijo en el primer versículo que mire. Tal vez se desentrañe el misterio de ese extraño 14 que me persigue…».
Oré. Oré a un Dios en el que había dejado de creer, oré a un Dios que no existía en las lecciones escolares de mis experimentadas maestras, y le dije: «¿Quisieras hablarme donde abra la Biblia, como sucedió al ingeniero Ciro Smith en este libro? ¿Querrás hacerlo? Sería tan bueno…».
Trémulamente abrí la Biblia al «azar», y mis ojos fueron llevados, en la página expuesta, a las alturas de Mateo 1:17. Allí leí: «De manera que todas las generaciones desde Abraham hasta David son catorce; desde David hasta la deportación a Babilonia, catorce; y desde la deportación a Babilonia hasta Cristo, catorce». ¡Fui sacudido de arriba abajo por una descarga eléctrica! Cristo era aquel «14» cargado de misterios.
Supe en ese instante que Dios existía y se había revelado a mi pobre vida. «Bienaventurado el que tú escogieres y atrajeres a ti» (Sal. 65: 4a). El 14 de diciembre de 1979, en el portal de la Calzada del 10 de Octubre, próximo a la encrucijada que hace ese importante vial con la calle San Leonardo, cerca de la conocida «Esquina de Toyo», al cruzar la calzada sentí el más completo abrazo del Espíritu de Dios, y al lado de una de las fornidas columnas que sostienen el gran portal, a solas con Dios, sin ninguna mediación humana, recibí a Cristo como Salvador personal.
Era un hermoso día, fresco y soleado. En aquella bulliciosa urbe, la nube de la gloria de Dios me rodeó. Súbitamente se fueron de mí todos los odios. Nunca más subió a mi boca una palabra obscena. Nací de nuevo.
Todo lo que siguió en los meses y años siguientes fue un continuo y creciente acercamiento a Dios y a Su pueblo. Requirió tiempo, pero aquella lejana Navidad lo determinó todo.
Han pasado más de cuarenta años. Cómo borrar del recuerdo aquel diciembre en que vine a la fe, en que plugo a Dios revelarse por Su solo amor. Las humildes entradas de las Iglesias de la calle Reina, o de La Habana Vieja, se llenaban esos días de adornos navideños. En las puertas y plataformas de los templos se exhibían representaciones del establo de Belén. Los más preciosos cantos navideños llenaban los aires. Mientras caía el velo de mis ojos escuchaba a una coral cantar: «Venid fieles todos/a Belén marchemos». La gente se abrazaba. Era Navidad.
Cómo olvidarlo...
No, no es la presunta «Saturnalia», es Navidad. Pudo Jesús nacer en primavera, verano u otoño, pero el mundo quiso recordarle tempranamente en diciembre, por una decisión que Dios permitió y no quiso revocar, quizá porque atrajo la atención de un imperio. No importa la festividad que en otros tiempos haya tenido lugar en tal fecha, la Navidad absorbió algo más que el calendario: el nacimiento de Cristo cambió para siempre los valores humanos, la percepción de la mujer, el niño y el anciano; el trabajador y el esclavo; la educación, la cultura; los conceptos mismos de la vida y la muerte. La memoria del día que vino a vivir entre nosotros partió en dos la historia toda.
No, no es «Saturnalia», es Navidad, y el mundo recuerda que Jesús vino para enseñarnos a vivir: «Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo» (Jn. 1: 9). Él te vio perdido en una tierra donde no pediste nacer, engañado y solo, rodeado de tinieblas, atrapado en una vida que no pediste vivir, y vino por ti.
No puede decirse de otro modo: el Eterno irrumpió en el tiempo, y nos habló en el único lenguaje que podíamos entender: se hizo hombre.
Felicidades, hermano y amigo: es Navidad.
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(1) Néstor F. Marqués. Antigua Roma al día. «Saturnalia: el mejor día del año romano». https://antiguaroma.com/saturnalia/ Publicado: 17 de diciembre de 2017. Accedido: 18 de diciembre de 2022.
(2) Ibíd.
(3) Ibíd.
(4) Javier Flores. «Los orígenes de la Navidad». National Geography. https://historia.nationalgeographic.com.es/a/origenes-navidad_6901 Accedido: 18 de diciembre de 2022, 10: 46 p. m.
(5) Héctor G. Barnés. «La Navidad a través de los tiempos: cómo era antes la celebración y cómo ha cambiado». El confidencial. https://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2016-12-24/navidad-antes-ahora_1305216/ Actualizado: 25 de diciembre de 2016. Consultado: 18 de diciembre de 2022, 11: 27 p. m.
(6) Ibíd.
(7) Ricardo Sosa. «Villano». Elcastellano.org. La página del idioma español. https://www.elcastellano.org/palabra/villano Accedido: 18 de diciembre de 2022, 12: 12 p. m.
(8) María Álvarez. «El verdadero origen de Anfitrión». https://abcblogs.abc.es/protocolo-etiqueta/2017/02/18/el-verdadero-origen-de-anfitrion/ Publicado: 18 de febrero de 2017. Accedido: 18 de diciembre de 2022, 12: 43 p. m.
(9) Israel en español. «PM Netanyahu: “Feliz Navidad a todos nuestros amigos cristianos”». https://youtu.be/7TuA-JCDbyQ Publicado: 24 de diciembre de 2019. Accedido: 16 de diciembre de 2022, 8: 38 p. m.
(10) Ana Marisol Angarita. «¿De dónde viene la Navidad?». 6 de diciembre de 2010. BBC News Mundo. https://www.bbc.com/mundo/noticias/2010/12/101206_navidad_tradiciones_america_latina_amab Accedido: 16 de diciembre de 2022, 9: 38 p. m.
(11) Ibíd.
(12) Miguel Pérez. HiddenHispanicHeritage.com. Originally published by Creators.com as America’s First Christmas - on December 27, 2011. https://www.hiddenhispanicheritage.com/25-la-primera-navidad-americana-fue-celebrada-en-espantildeol.html Accedido: 16 de diciembre de 2022, 9: 25 p. m.
(13) Viajar y celebrar. «Un paseo por Tallahassee: el lugar donde se celebró la primera navidad en Estados Unidos…». https://www.viajarycelebrar.com/single-post/2017/12/28/un-paseo-por-tallahassee-el-lugar-donde-se-celebro-la-primera-navidad-en-norteamerica-y-f Publicado: 28 de diciembre de 2017. Accedido: 16 de diciembre de 2022, 9: 19 p. m.
(14) Importante organización con sede en Washington D. C. Brindan información relevante sobre problemas y tendencias de los Estados Unidos y el mundo. (Pew Research Center. https://www.pewresearch.org/ Accedido: 16 de diciembre de 2022, 5: 36 p. m.)
(15) Editorial. Stump & Associates. «La historia de la época navideña en los Estados Unidos». https://usvisagroup.com/es/la-historia-de-la-epoca-navidena-en-los-estados-unidos/ Accedido: 16 de diciembre de 2022, 5: 36 p. m.
(16) Julio Verne. La isla misteriosa. La Habana: Editorial Gente Nueva, 1971. Se considera la obra maestra de Julio Verne. Como novela de aventuras fue escrita en 1874. Forma parte de la trilogía que Verne inició con Les enfants du capitaine Grant (Los hijos del capitán Grant, 1865-1866), y continuó con Vingt mille lieues sous les mers (Veinte mil leguas de viaje submarino, 1866-1869). Fue publicada capítulo por capítulo en la revista Magasín d’Educatión et de Recreatión (Revista de educación y recreo) desde el 1 de enero de 1874 (Vol. 19. No 217) hasta el 15 de diciembre de 1875 (Vol. 22. No 264). En respuesta al gran éxito que tuvo, al año siguiente fue publicada en un solo volumen, en la misma revista, el 22 de noviembre de 1875. La isla misteriosa narra las aventuras de cinco prisioneros del ejército del Sur durante la Guerra Civil Estadounidense (1861-1865). Estos escapaban en un globo, cuando una tromba marina los sorprendió y arrojó a una isla. Allí se encuentran personajes de las novelas anteriores, y se unen en torno a los fugitivos ayudándoles a culminar exitosamente la aventura. En esta novela se aclara el secreto del célebre capitán Nemo, misterioso protagonista de Veinte mil leguas de viaje submarino. Se sabe también de la suerte de los hijos del capitán Grant. (Comentarios de la contraportada del libro.) El autor de este artículo leyó la versión publicada en La Habana por la Editorial Gente Nueva, de 1971. Con los humildes fondos de sus padres adquirió un ejemplar en la Librería «El Siglo de las Luces», de Neptuno y Águila, Centro Habana, en ese mismo 1979.