Federico II Hohenstaufen (1194-1250), emperador del Imperio Romano Germánico y nieto del famoso Federico II Barbarroja, estaba obsesionado por el saber. Un día quiso investigar si existía una ‘lengua natural’ o ‘adámica’. Para eso concibió un monstruoso experimento con cincuenta niños recién nacidos: a estos les asignó nodrizas que los atendieran, bañaran y amamantaran, pero que, de ningún modo les hablaran acariciaran o mimaran. El resultado fue sorprendente y triste: los cincuenta bebés murieron (1).
Con tan cruel investigación no se demostró la existencia de una lengua primigenia, pero por tales desalmados caminos hubo algo que sí se demostró y es que los seres humanos no pueden sobrevivir sin amor. Este es más importante que la comida natural en el recién nacido. Resulta asombroso, pero es así: el amor es el cimiento mismo de la vida.
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(1) James C. Dobson. Atrévete a disciplinar. Miami: Editorial Vida, 1993, pp. 56, 57.
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