Dos traiciones. Dos negaciones. Dos olvidos totales de lo que Jesús significó. Dos modos en que se borra súbitamente de la memoria la Obra del Maestro: Judas Iscariote y Pedro, hijo de Jonás.
Uno se irá para siempre. El otro regresará. Tras caer se enrumbaron por caminos muy diferentes: Judas fue al infierno; Pedro, al cielo.
Todas las negaciones y traiciones al Señor tienen sus propias historias. Ellas explican mucho de lo que ocurrirá después. Judas es la traición premeditada y la malicia sostenida. Sus cálculos se rumiaron por meses, alimentándose con odios y robos. El mal fue repensado y con mente consulta llevado adelante. Pedro es el miedo vuelto pánico, la tiniebla abrazadora, súbita y desconocida. Está dispuesto a morir, pero aquel inesperada oscuridad le asusta. La suya es la experiencia de un terror extraño. No lo supo manejar.
El camino de Judas lleva a un mundo sin esperanzas. Muchos en la historia saben que Dios existe y que su iglesia no se debe tocar en el insano propósito de destruir. Aun así, corren donde están los representantes de las tinieblas. Con ellos se conjuran y en la vida de sus hermanos entregan al Santo de Israel: «...a mí lo hicisteis» (Mt. 25: 40).
Es el camino de Judas, y es de muerte.
«Buena le fuera a ese hombre no haber nacido» (Mt. 26: 24c).
El camino de Pedro lleva de regreso a Cristo. Tras el disipar de las tinieblas resplandece inusitada la Luz. Fue solo una nube. Se oscureció temporal el sol. Nada más.
Es el camino de Pedro, y es de vida.
«Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo; pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte; y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos» (Lc. 22: 31, 32).
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Su comentario a este artículo se recibe con respeto y gratitud.