Hace unos meses releía la Epístola a los Hebreos y me llamaba la atención la huella tan notable que tiene de la cultura filosófica griega. La afirmación «Porque la ley, teniendo la sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de las cosas…» (He. 10: 1), es una apelación a la «Caverna de Platón» que no es sino una alegoría de las ideas presentadas en su libro La República. En él describe la situación imaginativa de unos hombres encadenados en las profundidades de una caverna desde su nacimiento, sin haber podido salir nunca y sin poder mirar hacia atrás para entender cuál es el origen de su inmovilidad. Detrás de ellos, a cierta distancia y algo por encima de sus cabezas, hay una hoguera que ilumina el área, y entre ella y los encadenados hay un muro. Entre el muro y la hoguera se mueven otros hombres que llevan consigo objetos que sobresalen por encima del muro, de manera que su sombra es proyectada sobre la pared que están contemplando los hombres encadenados. De este modo, estos últimos ven las siluetas de los árboles, animales, montañas distantes, personas que vienen y van y demás. Platón sostiene que, por rara que pueda resultar la escena, esos hombres encadenados se parecen a los seres humanos que, en este mundo, solo ven esas sombras engañadoras, que evocan una realidad que existe de una forma perfecta fuera de la caverna (1).
La idea de lo inmutable, tan importante para los griegos se evidencia en el versículo: «Y esta frase: Aún una vez, indica la remoción de las cosas movibles, como cosas hechas, para que queden las inconmovibles» (He. 12: 27). Platón propuso la existencia de dos esferas de existencia: una de cambio e imperfección propia del mundo de los humanos, y otra esfera estática y perfecta de ideas. Visto así, el mundo de los hombres era una reflexión, o imitación imperfecta de realidades perfectas de otro mundo ideal.
Es notable la carga platónica en el autor de la epístola. Las influencias literarias y culturales de la época en que vivieron los instrumentos humanos que Dios usó para escribir el libro sagrado están presentes por muchos caminos. Pablo cita a poetas griegos como Epiménides, Arato y Cleantes, al escribir: «Porque en él vivimos, y nos movemos, y somos; como algunos de vuestros propios poetas también han dicho: Porque linaje suyo somos» (Hch. 17:28); citó a Menandro, cuando escribió: «No erréis; las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres» (I Co. 15:33); vuelve a Epiménides en Tito 1:12, cuando anuncia: «Uno de ellos, su propio profeta, dijo: ‘Los cretenses, siempre mentirosos, malas bestias, glotones ociosos’» (2) (3) (4).
La influencia platónica en la Epístola a los Hebreos lleva a que se discuta su autoría y muchos piensen en Apolos como el autor. Este era «natural de Alejandría, varón elocuente, poderoso en las Escrituras» (Hch. 18: 24b). Alejandría era una de las más importantes sedes culturales de la filosofía y las letras griegas. La escuela teológica de Orígenes surgiría allí. Lo que no debe olvidarse es que si se reconoció a Hebreos en el canon neotestamentario fue precisamente porque se entendía y aceptaba que Pablo, el apóstol era su autor.
Hay trazas de Pablo en 13: 18: «Orad por nosotros; pues confiamos en que tenemos buena conciencia, deseando conducirnos bien en todo». En 13: 23 se lee: «Sabed que está en libertad nuestro hermano Timoteo, con el cual, si viniere pronto, iré a veros».
La evolución del estilo en un escritor en la medida que transcurre el tiempo de la vida es algo inobjetable. Si no lo cree lea Nuestra Señora de París y luego Los miserables. Si atiende al estilo, la riqueza lexicográfica y la espiritualidad estos libros fueron escritos por autores diferentes. No es así; ambos vinieron de la pluma de Víctor Hugo, solo que el primero fue escrito en 1831 y el segundo fue terminado en 1861; son treinta años de diferencias. Entre uno y otro hay decenas de miles de horas de lecturas, de experiencias penosas y creciente ancianidad, de destierro. Tales cosas, inevitablemente esculpen y modifican el estilo.
Debemos entender que los seres humanos no somos hechos, sino procesos.
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(1) Adrian Tiglia. Psicología y mente. “El mito de la caverna de Platón (significado e historia de esta alegoría)”. https://psicologiaymente.com/psicologia/mito-caverna-platon Accedido el 6 de febrero de 2020, 6:00 a. m.
(2) César Vidal. Apóstol para las naciones. Nashville: B&H Publishing Group, 2021, pp. 188-191.
(3) Josh McDowell. Más que un carpintero. Miami: Alfalit, 1978, p. 82.
(4) El Comentarista cristiano. “Los idiomas empleados por el apóstol Pablo”. http://elcomentaristacristiano.blogspot.com/2013/02/los-idiomas-empleados-por-el-apostol.html Accedido: 5 de enero de 2020, 5: 35 p. m.
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