Los ninivitas no recibían las visitas de los profetas de Israel. Aquella sería excepcional. Eran los lejanos asirios crueles en demasía con los extranjeros. Nadie quería saber de ellos. Era necesaria una campaña evangélica, pero el evangelista, que era un tal Jonás, no quería ir. Hay una leyenda judía que identifica a Jonás con el hijo de la sunamita al que la ministración del profeta Eliseo volvió a la vida (II Re. 4). Parece que salió cabezón el muchacho. Bueno, el asunto es que él no quería ir a Nínive. Esa gente era fea y mala; además, no iban a recoger ofrenda. Dios, que sabe ser muy convincente, lo persuadió para que fuera: le dio un tur submarino y, tras la experiencia, el profeta salió para allá, pero no iba feliz; de hecho, no oró por la campaña, no ayunó ni preparó los mensajes, ni pidió apoyo al presbítero. Nada. Así se fue. “Y comenzó Jonás a entrar por la ciudad, camino de un día, y predicaba diciendo: De aquí a cuarenta días Nínive será destruida” (Jon. 3: 4).
“Camino de un día”… No pensará usted que, en tantas horas, Jonás solo les diría esas veintitrés palabras. Con lo molesto que estaba, aprovecharía para decirles: “¡Petulantes! ¡Psicópatas! ¡Dromedarios! ¡Ustedes no se bañan!”. Hmmm…
Una campaña evangélica…; el problema es que el evangelista no las tenía con la congregación. A decir verdad, lo más probable era que aquella caterva de asesinos lo colgara de cabeza, si es que le dejaban la cabeza. Jonás textearía a sus amigos: “Esta es una campaña para juicio… ¡Oren para que sea pronto!”. Todo se reduciría a esperar. ¿Qué pasó entonces?
Y los hombres de Nínive creyeron a Dios, y proclamaron ayuno, y se vistieron de cilicio desde el mayor hasta el menor de ellos. Y llegó la noticia hasta el rey de Nínive, y se levantó de su silla, se despojó de su vestido, y se cubrió de cilicio y se sentó sobre ceniza. E hizo proclamar y anunciar en Nínive, por mandato del rey y de sus grandes, diciendo: Hombres y animales, bueyes y ovejas, no gusten cosa alguna; no se les dé alimento, ni beban agua; sino cúbranse de cilicio hombres y animales, y clamen a Dios fuertemente; y conviértase cada uno de su mal camino, de la rapiña que hay en sus manos. ¿Quién sabe si se volverá y se arrepentirá Dios, y se apartará del ardor de su ira, y no pereceremos? Y vio Dios lo que hicieron, que se convirtieron de su mal camino; y se arrepintió del mal que había dicho que les haría, y no lo hizo (Jon. 3: 5-10).
¡Se convirtió la gente! ¡Qué éxito! Jonás logró la mayor cantidad de convertidos de una campaña evangélica en toda la historia: ¡ciento veinte mil convertidos!
Los titulares de Nínive anunciaron aquella mañana: “¡Jonás es el Billy Graham del siglo VIII a. C! ¡Hay tremendo avivamiento en Nínive!”.
¡Qué éxito! Debe de estar contentísimo Jonás. ¿Lo cree? Pues ¡no! Jonás está bravísimo. No le gustó que se convirtiera la gente.
No oró, no ayunó, no leyó la Biblia (en el siglo VIII a.C ya existía el Pentateuco, pudo leerles algo de Deuteronomio. No, no les leyó). No les cantó coros de avivamiento. No recogió ofrenda. Finalmente, se molestó cuando se convirtieron.
Rara esa campaña…
El avivamiento que resultó salvó la nación por cien años. Toda esa generación sobrevivió con sus hijos hasta los tiempos de Nahum.
Una sola campaña evangélica en un siglo. Fue a regañadientes, pero qué bien la aprovecharon.
Me encantó 👍🏻👍🏻👍🏻. Gloria a Dios
ResponderEliminarGracias, hno. Aprecio mucho el tiempo que dedicó a leer.
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