Emmanuel Kant (1724-1804), es considerado por muchos como el pensador más influyente de la era moderna. Brillante conversador, resaltaba más que todo como un hombre de puntualidad y disciplina extremas. Sus costumbres eran tan metódicas que sus conciudadanos ponían sus relojes en hora al verle pasar. Nunca se alejó mucho de su ciudad natal, Königsberg, capital de Prusia Oriental desde la Baja Edad Media hasta 1945, jurisdicción actual de Alemania (1).
La piedra angular de su filosofía, en ocasiones denominada «filosofía crítica», está recogida en una de sus principales obras, Crítica de la razón pura (1781). En esta publicación examina las bases del conocimiento humano y crea una epistemología individual. Conservo de mis tiempos de estudiante notas tomadas de esta obra editada en Cuba por Ciencias Sociales en 1973, y unida en un solo libro a Crítica de la razón práctica.
Kant vivió convencido de las doctrinas racionalistas hasta que, como él mismo dijo, Hume lo despertó de su “sueño dogmático”. La doctrina cartesiana de las ideas innatas había llevado al extremo de Leibniz, para quien todas las ideas eran innatas (a priori), y por tanto no había comunicación alguna entre la mente y la realidad externa. Por otra parte, el empirismo había llevado al extremo de Hume, para quien el único conocimiento válido es el que se adquiere mediante los sentidos (a posteriori).
En Crítica de la razón pura, Kant propone una alternativa radical a ambos sistemas. Según él, no hay ideas innatas; pero sí hay estructuras fundamentales de la mente, dentro de las cuales hay que colocar todo lo que los sentidos comunican. Estas son, en primer lugar, el tiempo y el espacio; agrega a estas, otras doce categorías, entre las que se cuentan la causalidad, la existencia, la substancia, y demás. El tiempo, el espacio y las doce categorías no son algo que percibamos mediante los sentidos, sino que son las estructuras que nuestra mente tiene que utilizar para organizar las sensaciones que le llegan. Solo podemos pensar acerca de algo, colocándolo dentro de esos moldes. Y lo mismo es cierto para la experiencia. Lo que los sentidos nos dan no es más que una multitud caótica de sensaciones. Es, cuando la mente las ordena dentro de las categorías y del tiempo y el espacio, que vienen a ser “experiencias” inteligibles (2).
Todo esto quería decir que el racionalismo simplista de las generaciones anteriores no era sostenible. En el conocimiento, lo que se da no es la cosa en sí, sino la cosa tal como la mente es capaz de percibirlas. Por tanto, no existe tal cosa como el conocimiento puramente objetivo, y la pura racionalidad de los cartesianos (seguidores de Descartes) fenece para Kant.
Por este camino también estaba afirmando que los argumentos que frecuentemente se habían aducido en defensa de las doctrinas cristianas perdían su validez. Si la existencia, por ejemplo, no es un dato que proviene de la realidad, sino una de las categorías de la mente, no hay modo alguno de probar la existencia de Dios o del alma. Tampoco es posible hablar de una “eternidad” que consista en la ausencia del tiempo, puesto que nuestra mente no puede verdaderamente concebir tal cosa.
Esto no conlleva en absoluto a una negación de la existencia de Dios, del alma o de la eternidad. Lo que indica es que, si tales cosas existen, la razón es incapaz de conocerlas, de igual modo que el oído no puede ver ni el ojo oír (2).
¿Qué decir entonces acerca del pensamiento de Dios en los hombres? Kant aborda este tema en varias de sus obras, particularmente en Crítica de la razón práctica (1788), donde arguye que, si bien la razón pura no puede demostrar la existencia de Dios o del alma, hay una “razón práctica” que tiene que ver con la vida moral. Esa razón, tiene un principio fundamental que es “obra de tal modo que la regla de tu acción pueda ser erigida en regla universal”. La naturaleza moral reconoce la existencia de Dios como el juez de la acción moral, del alma y su libertad, y de la vida futura, como el lugar en que se premia el bien y se castiga el mal. Todo esto es muy semejante a lo que habían dicho los deístas, y por tanto al discutir temas religiosos Kant no los sobrepasa en mucho (2). Esta idea quedaba explicitada cuando Kant decía: “Vale decir, que la fe en un Dios y en otra vida está unida de tal manera a mi disposición moral, que no me expongo a perder esta fe si no creo poder ser despojado nunca de esta disposición” (3).
La obra de Kant le dio un golpe de muerte al racionalismo frágil de los siglos anteriores, y a la idea de que es posible hablar en términos puramente objetivos y racionales acerca de cuestiones tales como la existencia de Dios y la vida futura. A idealistas y a materialistas Kant les indujo toda una revolución filosófica cuando concluyó, haciendo el análisis de las llamadas “Pruebas de la existencia de Dios”, que Dios es un ser supraexperimental, accesible al intelecto, por lo que su existencia resultaba indemostrable y a un tiempo incuestionable, filosóficamente hablando.
Emmanuel Kant murió el 12 de febrero de 1804. Sus últimas palabras fueron: Es is gut [está bien]. En la lápida de su tumba se grabaron posteriormente los pensamientos con que inicia la conclusión de su Crítica de la razón práctica: “Dos cosas llenan el ánimo de admiración y respeto, siempre nuevos y crecientes, cuanto con más frecuencia y aplicación se ocupa de ellas la reflexión: el cielo estrellado sobre mí y la ley moral en mí” (2) (4) (5).
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(1) Bertrand Russell, La sabiduría de occidente. Madrid: Gráficas Color, 1962, p. 238.
(2) Justo L. González. Historia del cristianismo. T. 2. Miami: Editorial UNILIT, 2003, p. 233.
(3) Emmanuel Kant, Crítica de la razón pura. Crítica de la razón práctica (Edición unida.) La Habana: Editorial de Ciencias Sociales, 1973, p. 434.
(4) Jordi Cortés Morató y Antoni Martínez Riu. Diccionario de filosofía en CD-ROM. Empresa Editorial Herder. Ver Artículo: “Georg Wilhelm Friedrich Hegel”.
(5) Emmanuel Kant, Crítica de la razón pura. Crítica de la razón práctica, p. 591.
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