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jueves, 12 de noviembre de 2020

Arquímedes García

Solo sabía que Dios lo llamaba, y cuando tenía esa experiencia pasaba al frente sin pensarlo. Muchos le recuerdan con sus ojos lagrimeados y sus brazos abiertos, rumbo al altar. Se llamaba Arquímedes García. Su retraso mental era evidente, y por la estrecha hendidura de su pequeña razón descubría a Dios. Se congregaba fiel en el Templo Central de Holguín, en el Oriente cubano. Trabajaba en un taller de alfarería, donde las labores sencillas y manuales estaban a tono con su pobre capacidad. Como era bueno no le faltaban amigos, y Raimundo Oropesa era uno. A este último le decía, particularmente cuando le veía afligido: “Raimundo…, ven conmigo a la iglesia”.

Un día, cercano a ese momento en que los humanos tocamos fondo, Oropesa volvió a escuchar en boca de su amigo la invitación, y movido por esos enigmáticos resortes del destino, Oropesa se fue con él.

Ni siquiera se trataba de un servicio dominical; era un sencillo culto de miércoles el de aquel 3 de diciembre de 1952. Ambos amigos se sentaron próximos, en el mismo banco del Templo. El conocido pastor y misionero norteamericano Einar Peterson, predicó esa noche con notable inspiración, y al terminar hizo un llamado; él dijo: “¿Habrá alguien aquí que quiera aceptar a Jesucristo como su salvador personal? ¡Levante su mano!” Arquímedes le dijo a Oropesa: “Levanta la mano”. Este último la levantó. El pastor Peterson avanzó: “Yo quiero invitar a esas personas que levantaron sus manos, aceptando a Jesucristo como su salvador personal, a que se pongan de pie”. Arquímedes le dijo a Oropesa: “Ponte de pie”. Oropesa se puso de pie. El Rev. Peterson fue más allá, y dijo: “Voy a pedir a todas esas vidas que se han puesto de pie, que pasen aquí delante”. Arquímedes dijo a Oropesa: “Pasa adelante”, y este último, sin saber cómo, se vio de pronto delante, en el altar. Allí, Einar Peterson oró por él. Cuenta el Rev. Raimundo Oropesa:

 

A los dos o tres días, iba yo rumbo a la alfarería a trabajar, cuando el Espíritu de Dios me habló profundamente y tuve que detenerme. El Señor me dijo: “Has tomado una decisión seria. Es tiempo de retractarte o confirmarte”. Aquel sentir fue lo más profundo que me hubiera sucedido nunca. Tenía a mi lado una cerca de alambre de púas, de la que me sostuve, y un horno de cal de frente. Allí incliné mi cabeza, y le dije al Señor: “Desde hoy me entrego a ti de todo corazón, para toda la vida” (1).

 

Tan singular y humilde fue su conversión. Acababa de recibir a Jesucristo como salvador personal aquel que sería secretario nacional de las Asambleas de Dios de Cuba en algunos de los años más difíciles. En él estaba, embrionario, el más ilustre pastor de la obra pentecostal cubana en Regla, La Habana, y el ministro que construyó su templo. Había nacido en 1933. Estudiaría en el Instituto Bíblico Pentecostal de Manacas, entre 1952-1958, graduándose exitosamente. Sería pastor en San Andrés, Holguín para 1952. Como estudiante de Manacas pastorearía Mordazo y Perú, a lo que seguirían sus pastorados en Antilla, Holguín; Banes, Holguín; Los Granadillos, Sagua de Tánamo, Holguín; Cañada de Yarey, Tunas; Aguada de Holguín y finalmente Regla, donde sostuvo el cayado pastoral treinta y un años, entre 1973 y 2004. Llegaría a ser vicesecretario nacional de las Asambleas de Dios de Cuba en 1969, y luego secretario de la Organización (2).

Nos quedan algunas memorias de Arquímedes García. Trabajaron juntos, él y Oropesa, por años, y este último recuerda que, de las congojas de aquella alma afligida, brotaban tangos, que cantaba como el más egregio hijo de Carlos Gardel; de manera que, mientras Oropesa cocía ladrillos, escuchaba, por momentos, que los aires se rasgaban bajo las notas de: “¡Mis Buenos Aires querido, /cuando yo te vuelva a ver, /no habrá más pena ni olviiiiiidoooo…!” Oropesa, convertido ya, empezó a sentirse raro, y terminó por decirle, en el tono más persuasivo posible: “Arquímedes… ¿por qué no cantamos himnos?”. Se quedó pensando, aquel viejo amigo, y al cabo de un rato, contestó: “Es verdad…; vamos a cantar himnos”. Así lo hicieron desde entonces.

Años después, debilitada su fe, quien sabe bajo qué pruebas de la vida, se apartó del evangelio y, misterios del cielo, Oropesa lo ayudó a regresar. Murió en el Señor y junto a Su pueblo, en la Iglesia central de las Asambleas de Dios, en aquella ciudad de Holguín, que tanto amó (3).

Nos precede en el cielo, donde un día le veremos, sin retardo mental, con inteligencia plena, radiante y sonriente, luciendo esplendente una gran corona, en una de cuyas perlas estará el nombre de Raimundo Oropesa.

 

 

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(1) Raimundo Oropesa, entrevistado por Octavio Ríos, vía telefónica, 12 de diciembre de 2015, 10:00 AM. Usada con permiso.

(2) Octavio Ríos Verdecia. Memorias del pastor Benjamín de Quesada, pp. 267, 268. Tyler: KPD, 2018. A su alcance en: https://www.amazon.com/gp/product/1728673887/ref=dbs_a_def_rwt_bibl_vppi_i0

(3) Todos los datos de esta hermosa historia están tomados de: Raimundo Oropesa, entrevistado por Octavio Ríos Verdecia, vía telefónica, 12 de diciembre de 2015, 10:00 AM. Usada con permiso. Puede ser leída también en: Octavio Ríos. Historia de las Asambleas de Dios en Cuba. Tomo II, pp. 25, 26. A su alcance en: https://www.amazon.com/gp/product/1792871546/ref=dbs_a_def_rwt_bibl_vppi_i1


Nota agregada a este artículo el 8 de marzo de 2022. El Rev. Raimundo Oropesa partió con el Señor el 12 de septiembre de 2021.




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