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jueves, 19 de noviembre de 2020

Nunca me habría convertido con el evangelio de la prosperidad

Nunca me habría convertido con el evangelio de la prosperidad. Nada más banal. Teología alguna está menos verificada por la práctica. He conocido personas más que llenas, desbordadas del Espíritu Santo, viviendo por años en condiciones humildes. La Teología de la prosperidad nunca se moverá en los carriles de la más elemental ortopraxia.

No fue contenido ni enfoque de la predicación de Jesús, que definió como bienaventurados a los pobres, y no a los ricos: “Y alzando los ojos hacia sus discípulos, decía: ‘Bienaventurados vosotros los pobres, porque vuestro es el reino de Dios’” (Lc. 6: 20). 

No se refleja la tal teología, en la vida de los apóstoles. “Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil. 4: 12, 13). 

La “unción” de los que la predican deja mucho que desear. Ya tuve tiempo de ver cuán «profetas» son. Anunciaron el 2020, como un año de inusitado crecimiento económico. Desde que comenzó, con una gran pandemia que ninguno de ellos vio venir, lo más que ha sido probada es la economía de cada uno, en el mundo entero.

El evangelio de la prosperidad, bajo cualquiera de sus nombres (superfe, confesión positiva, siembra-cosecha), no prepara a las personas para el sufrimiento, lo desconoce, de hecho, y el sufrimiento es una parte importante de la vida: “Me invocará, y yo le responderé; con él estaré yo en la angustia” (Sal. 91: 15).

Un descarado llegó un día, en Cuba, a mi humilde sede, llena de hermanos pobres; él venía de un país muy próspero. Predicó bajo las palabras del profeta Elías, en I de Reyes 17: 13: “…pero hazme a mí primero de ello una pequeña torta cocida debajo de la ceniza, y tráemela; y después harás para ti y para tu hijo”. Dijo entonces: “Primero bendíganme a mí, y entonces tendrán bendición…”.  Nunca más lo recibí. Descarado.

El evangelio de la prosperidad muestra, nítidas, las vetas de un canal de extorsión. Para ellos el texto de Gálatas 2: 10, en que “nos pidieron que nos acordásemos de los pobres” debe traducirse como: “acordaos de pedirles dinero a los pobres”. Es realmente fácil saquearlos, bajo la promesa de que así prosperarán. Con los ricos eso no funciona; ellos ya prosperaron.

Así dijo el Señor Jesús: “…el afán de este siglo y el engaño de las riquezas ahogan la palabra, y se hace infructuosa” (Mt. 13: 22). Felizmente, cuando conocí tan torcida doctrina ya tenía raíces, y eran profundas.

Nunca, nunca, nunca me habría convertido con el evangelio de la prosperidad.




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