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jueves, 5 de noviembre de 2020

Ladrones de ministerios

Ladrones de ministerios, así se llaman. Son peores que los asaltantes de bancos, porque presumen de un código de ética que no tienen. Al Capone y John Dillinger nunca dijeron ser un dechado de respeto o decencia. Se mofaban de la ley seca y el orden. Sabían que robaban. Nunca se pararon detrás de un podio a fin de decir a los demás: “¡No roben, es malo hacerlo, sean honestos, respétense los unos a los otros!”. Ellos no fingían, eran sinceros consigo mismos y con los demás. El capo Hyman Roth lo resumió, cuando dijo a Michael Corleone en El Padrino: “Este es el negocio que elegimos” (1).

Los ladrones de ministerios son otra cosa. Ellos maquillan su faz a la búsqueda de usar un rostro que no tienen: enseñan sin ser maestros, pastorean sin ser pastores, lideran sin ser líderes. Ocupan un lugar donde Dios no les colocó; por ende, roban.

A veces roban para sí, a veces roban para otros que prometen «beneficios». Robar ministerios tiene consecuencias. Estas, con frecuencia, rebotan sobre aquel que propició el robó. Lo he vivido de cerca muchas veces. Hace ya algunos años, un líder nacional de Cuba odiaba a un líder distrital. No, no exageré, lo odiaba. Por ese camino luchó entonces con todas sus fuerzas e influencias para derribarlo del cargo en las elecciones distritales, a fin de colocar en su lugar a un «buen amigo» que le «acomodaba». Bonito, ¿verdad? Lo logró. Tan solo un año después, aquel a quien promovió se convirtió en su peor enemigo, y en la más incómoda «espina» que tendría en lo adelante en su ministerio, hasta el día en que murió. Totalmente abatido, comentaba una mañana, aquel líder nacional: «¡Nunca más 'empujo' a nadie!». Tardíamente había aprendido que no se puede hacer el trabajo de Dios.

Hace algunos años un líder nacional de Cuba, aprovechando su posición, echó a un lado a todos los que habían trabajado en cierto ministerio. Estos tenían capacidad probada por el tiempo, y le habían ayudado a llegar a donde estaba. Con total irrespeto nombró, por encima de todos, a una persona sin ninguna trayectoria en ese asunto y con un testimonio moral muy dudoso. Cuando le reclamaron acerca de aquella decisión, dijo plañidero: «¡Él es el que me da el dinero!». Dos años después esa persona nombrada, le derribó a tierra, y tronchó para siempre su ascenso ministerial. Hoy vegeta sombrío en un rincón, gracias a la promoción de aquel… Desde entonces se le escuchó decir: «¡Nunca más hago algo así!». Tal vez lo aprendió muy tarde. Algunos necesitan mucho tiempo para aprender; consuélense los tales con otros todavía peores: los que no aprenden nunca.

«No impongas con ligereza las manos a ninguno, ni participes en pecados ajenos. Consérvate puro» (I Ti. 5: 22).

Quiera Dios todos lo aprendamos a tiempo, porque las consecuencias de hacerlo rebotan destructivamente sobre quien lo hizo. Robar ministerios nunca es una solución en los asuntos del Reino.

 

 

 

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(1) Lovenlightman. The Godfather. Part 2 Michael Vs the Cunning Hyman Roth. https://www.youtube.com/watch?v=6XN-rbzPdS0&t=192s Accedido: 23 de octubre de 2020.




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