A mediados del año 2003, el Rev. Alvio García Marcelo vino a verme a la casa pastoral del Templo “Palabras de Vida” de las Asambleas de Dios de Cuba en Santa Amalia, donde mi esposa y yo pastoreamos por dieciocho largos años. El Rev. García acababa de salir de una reunión en el más alto nivel de la Oficina de Asuntos Religiosos, y le habían pedido allí que redactara un tratado evangélico acerca de la droga y los consecuentes perjuicios que producen. En aquellos años el problema de la droga, que no era conocido en Cuba como un mal endémico, estallaba con gran fuerza entre la juventud, convirtiéndose en un asunto fuera de control. Tratando el tema con una alta funcionario del gobierno, esta me confesó que no estaban realmente preparados para enfrentar de pronto un problema tan súbitamente expansivo como vino a ser aquel. Fue así que, por pedido del Rev. García, hice este tratado que aparece a continuación, y que fue publicado en el Vol. 3 (julio-diciembre) de 2003, p. 6, de La Antorcha Pentecostal, órgano oficial de la Organización.
Hoy, ante tanta tolerancia y permisión respecto al tema en todo el mundo, los enunciados de este humilde tratado se hacen pertinentes; así es que se los transcribo, salvándolo a un tiempo para la historia.
¿Qué son las drogas?
Como droga se conoce en general cualquier sustancia de origen mineral, vegetal o animal utilizado con fines industriales o médicos y que posee efectos estimulantes, depresores o narcóticos. La Organización Mundial de la Salud ha usado siempre este concepto con márgenes muy amplios, definiendo como tal a cualquier sustancia que, inoculada en el organismo, modifique algunas de sus funciones. Penalmente ha sido necesario estrechar los marcos de la definición, y se prefiere hacer referencia solo a aquellos principios químicos con acción mental cuyo consumo reiterado provoca dependencia física así como un deseo impostergable de seguirla consumiendo, lo cual lleva a la persona a cometer cualquier acción, con tal de conseguirla, para evitar el llamado síndrome de abstinencia, que es un molesto complejo sintomático que aparece cuando se suspende el uso de la droga a la que el cuerpo se habituó.
¿Es un problema moderno la droga?
Aunque, sin dudas, se ha visto un recrudecimiento de la drogadicción en los últimos años, este es un problema tan viejo como la propia civilización y hasta dónde llega la historia escrita, en todas las épocas, han existido personas que han utilizado drogas para cambiar sus estados de ánimo, pensamientos y sentimientos. De manera que esta viene a ser una forma más en la que se ha manifestado el problema humano de la necesidad de Dios en todos los tiempos.
¿Han sido las drogas siempre las mismas?
Cada época, con sus descubrimientos y sus modas aporta nuevos elementos al mundo de la drogadicción. La lista hoy día es inacabable. Pueden ser clasificados en seis categorías fundamentales:
1. Opiáceos: Incluye a todos los derivados del opio, como la morfina, la heroína, la metadona, y otros.
2. Hipnóticos-sedantes: Comprende a los barbitúricos (Ej. Fenobarbital) y las Benzodiacepinas (Ej. Diazepam), entre otros.
3. Estimulantes: Abarca a las Anfetaminas (éxtasis) como las representantes por excelencia.
4. Alucinógenos: LSD, mescalina, y otros.
5. Cannabis: De donde deriva la marihuana.
6. Inhalantes: Incluye disolventes, aerosoles, pegamentos, y otros.
7. En lo que podría ser un séptimo tipo cabría colocar la combinación de los diferentes grupos, situación particularmente peligrosa.
¿Por qué se droga la gente?
Detrás de toda persona que se droga hay una persona que huye. Drogarse es huir del mundo en que se vive hacia uno artificial, donde no sentimos el reto que nos hace la vida presente. Es participar de otros colores, pensamientos, sentimientos, de todo un universo nuevo, distinto a aquel irresistible donde se nos han obligado a vivir, aquel en el cual no pedimos nacer.
Un mal consejo, un mal amigo, una película que nunca se debió proyectar, una revista que nunca se debió leer, el ocio, la disipación, como oportunistas sombríos nos llegan tales males en esa hora oscura y nos invitan a tocar una puerta que nos “libra”, nos “esparce”, en un “mundo distinto” de nuevas sensaciones que nos harán seres más realizados: esa puerta es la droga, una moda que nos permitirá “parecernos más a los demás”, “ser más aceptados”, “más reconocidos y tolerados”.
¿A quién beneficia la droga?
A nadie. La saturación del organismo por el tóxico crea inevitablemente todas las condiciones para el derrumbe físico. Cuando el toxicómano (drogadicto) alcanza determinado grado de impregnación tóxica desarrolla notables grados de perturbación mental que pueden ir desde una molesta desconcentración hasta una franca psicosis (locura).
A la postre las alteraciones del metabolismo celular del adicto alcanzan las células germinales (reproductoras) dando lugar a una descendencia con marcadas alteraciones, predisposiciones y notables distrofias de mayor o menor importancia. Por esto los manuales especializados consideran a la toxicomanía (drogadicción) un estado degenerativo de la especie (compromete la descendencia).
Finalmente, el adicto encuentra que en todas partes del mundo las sustancias utilizadas para endrogarse están controladas por las autoridades, siéndole en ocasiones muy difícil su obtención. Necesita, sin embargo, dosis con frecuencia crecientes, para evitar los molestos y peligrosos síntomas del síndrome de abstinencia, que aparece cuando el cuerpo pierde los niveles de droga a los que se ha acostumbrado (ansiedad, vómitos, deshidratación, hipotensión arterial y depresión respiratoria; esta última puede causar la muerte, por solo mencionar algunas cosas) El drogadicto, en la lucha que se crea entre las restricciones sociales y su necesidad de droga hará cualquier cosa por conseguir esta: desde el robo hasta el crimen. Este contexto le llevará a ser una persona peligrosa para todo el mundo, empezando por su propia familia, cuyo sustento comprometerá en la lucha por la supervivencia de su adicción.
¿Cómo ser libre de la drogadicción?
Vivir sin Jesucristo es el error más grande que un ser humano puede cometer en su vida. Ningún otro error produce males tan perdurables, ni consecuencias tan penosas. La Biblia utiliza, para describir el estado en que están las personas que no conocen a Jesucristo, la palabra cautividad. Una persona sin Cristo está cautiva y perdida. La Biblia también dice que Jesús vino para darnos libertad. Él dijo de sí:
El Espíritu del Señor está sobre mí,
Por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres;
Me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón;
A pregonar libertad a los cautivos,
Y vista a los ciegos;
A poner en libertad a los oprimidos;
A predicar el año agradable del Señor (Lc. 4: 18,19).
Cada ser humano tiene una necesidad urgente de Dios en su alma. Desde el más ilustre científico hasta el más humilde campesino todos necesitan acercarse a Dios. El Rey de los cielos ha provisto el único medio por el que nos podemos acercar a Él; ese medio es Jesucristo. Él es la única solución a la crisis de este mundo enfermo. Podrán crearse muchos programas de rehabilitación, y podrán describirse nobles remedios a la perniciosa habituación del mortal vicio, pero sin Cristo no hay liberación. La droga es una jaula, tras cuyos barrotes nos mira el mundo. Con grandes voces cada cual proclama su receta, mientras en tu claustro de tristeza te preguntas: “¿Quién abrirá la reja?” Hay una vida distinta, hay una vida nueva. Es la que te propone aquel que abre la reja. Ven a Jesucristo ahora mismo y repite conmigo esta oración: “Dios del cielo: quiero conocerte. Toma mi vida enferma por el pecado, el vicio y la droga, y hazla una vida nueva. Sólo Tú puedes hacerlo. Te lo pido en el nombre de Jesús. Él murió para que yo fuera libre”.
Vaya a la iglesia evangélica más cercana. Busque orientación pastoral especializada; allí se la darán. Busque una Biblia, léala, créala, vívala. Congréguese en la Iglesia. Hable con Dios todos los días. Experimente en usted la transformación que solo Jesús puede lograr en todo aquel que, arrepentido y con fe, se acerca a Él, y viva finalmente la vida dichosa, libre y realizada que Él le propone en Su Palabra.
Recuerde: no hay un pecado suficientemente grande que Jesús no pueda cubrir con su sangre. Él murió por usted. No importa cuán malo haya sido, usted no es salvo ni por lo que hizo ni por lo que dejó de hacer. Usted es salvo por lo que Jesús hizo por usted.
Ábrale la puerta de su corazón hoy. Déjele entrar en su vida y viva la aventura más maravillosa del mundo: la nueva vida en Jesucristo.
Dios le bendiga.