Me encuentro a ratos releyendo a autores con los que tengo serios desacuerdos. Eduardo Galeano es uno. Releyendo su artículo: «La maldición blanca», publicado en Adital, 2003, regresaba a su conocida tesis histórica: Haití fue el primer país que abolió la esclavitud; esto tuvo lugar en 1804, tres años antes que Inglaterra (1).
¿Fue así? ¿Se convirtió Haití en un país libre con aquel asesinato masivo de su población blanca? ¿Fueron libres desde entonces los hombres, mujeres y niños haitianos? No, absolutamente no. Fue un variar de esclavitudes; un mutar de cadenas. La ceremonia vudú haitiana más importante, históricamente hablando, fue la Bwa Kayiman o Bois Caïman; tuvo lugar en agosto de 1791 y detonó la Revolución Haitiana. En aquel conjuro grupal el espíritu Ezili Dantor poseyó a una sacerdotisa. Le fue sacrificado un cerdo negro como ofrenda. Todos los presentes pactaron con esas tinieblas y se comprometieron bajo su apoyo en la lucha por la libertad (2).
De entonces acá Haití ha sido, parafraseando las palabras del Salmo 42:7, «un abismo llamando a otro»: guerras, conflictos internos, hambre, terremotos, golpes de estado, magnicidios, fratricidios. Haití es un país con un clima maravilloso que propicia la siembra y el ganado, y parece nadar sempiterna en un mar de pobreza inacabable. Mire a su vecina República Dominicana, donde las cosechas desbordan los mercados, y su tierra es de un verde tapiz. Es el mismo clima, la misma lluvia, el mismo suelo; la misma isla...
Haití y República Dominicana; no hay dos regiones tan cercanas y, contrastantemente dispares. La primera negoció su libertad y esclavitud con Satanás en aquel lejano y todavía vivo, culto Vudú. La segunda tiene la Biblia en su bandera, y en ella las palabras de Juan 8:32: «Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres». Tales cosas no se pueden desconocer.
Tuve el privilegio de conocer hermanos haitianos en República Dominicana, durante mi visita a la isla en 2015. Eran cristianos; habían nacido de nuevo, con la genuina libertad que da el Evangelio. Me senté con uno a la mesa y compartimos la merienda. Le recuerdo fraterno, amable, discreto. Le dije al partir: «Qué bueno ha sido conocer a un hermano haitiano».
No lo dude: las esclavitudes espirituales son peores que las sociales, porque son raigales y perennes. La única libertad legítima la da el Evangelio. Los cantores de las soberanías nacionales y los predicadores de un nuevo orden social solo anuncian en su credo el sonido chirriante de una nueva cadena.
No, Haití no abolió la esclavitud en 1804; solo la cambió.
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(1) Carlos Galeano. «Haití: la maldición blanca». Corresponsal de Paz. http://archivo.corresponsaldepaz.org/es/Opinion/opinion-general/galeano-haiti-maldicion-blanca.html Accedido: 6 de abril de 2023, 3:37 p. m.
(2) «Vudú. El Vudú Africano Caribeño y de Nueva Orleans». https://ngangamansa.com/2019/08/04/vudu-el-vudu-africano-caribeno-y-de-nueva-orleans/ Accedido: 6 de abril de 2023, 3:37 p. m.
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