Es extraño siquiera pensarlo, pero fue así: el apóstol Pablo nunca leyó el precioso Evangelio de Juan. Murió antes de que se escribiera. Sus propias epístolas, que tanto pesan en la composición de nuestro Nuevo Testamento, tendría que esperar a escribirlas él mismo.
Visto así, Pablo no pudo sostener su fe con el Nuevo Testamento, sin el que nosotros no podemos imaginar siquiera ser cristiano. A él, como a los otros doce, les correspondió el difícil papel del cimiento. Con razón la Biblia habla del «fundamento de los apóstoles».
Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu (Ef 2: 19-22).
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