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viernes, 19 de febrero de 2021

Nunca me enseñaron a ser feliz

Cuánta información inútil que nunca después necesité, que las más de las veces se borró de mi memoria. Cuánto nos atiborraron de datos a memorizar, para tormento de nuestro ánimo. Fue la enseñanza primaria, secundaria y luego preuniversitaria. Cuánto tiempo perdido…

Hay una triste resignación en reconocerlo, pero nunca nos enseñaron las cosas más importantes de la vida. Terminé la secundaria básica, y con ella dos semestres de astronomía y no sabía dónde estaba el norte. Vencí, con notas satisfactorias, seis semestres de biología, y en ellos, perenne, la desvencijada y nunca verificada doctrina de la evolución, y no sabía cómo tratar y cuidar a un perro. Calculaba ya, y repetía con acierto, los postulados de la ley de flotación, y no sabía nadar…

La mayor parte de los programas de instrucción y educación olvidaron enseñarnos los contenidos relacionados con las cosas esenciales de la vida:

 

No nos enseñaron a los varones a ser hombres, y a las niñas a ser mujeres, como quiso hacerlo Martí en La Edad de Oro. Huelgan comentarios acerca de las consecuencias: una epidemia incontrolada de hombres feminoides, y un equipo nacional de mujeres levantando pesas, y haciendo «lucha libre». Por ese camino llegamos a tener el mejor equipo de judo femenino del mundo y, por más que fui yudoca, no me siento orgulloso de ver criaturas diseñadas para ser damas, volando por los aires, en tales espectáculos de violencia.

No nos enseñaron que leer no es decodificar palabras, sino pensar creativamente en lo que se leyó. Con doce años nos impusieron el aburrido «Quijote» de Cervantes y «La Ilíada» de Homero. Estuvieron a punto de cercenarnos todo gusto por la lectura en una edad en que solo pueden despertarla las aventuras de Salgari o las metáforas de Saint-Exupéry.

No nos enseñaron los valores de la honradez. El alumno más delincuente era el más «gracioso» y «exitoso». Con frecuencia lo colocaban en el lugar más prominente. Nunca vi premiarse la devolución de un monedero perdido. En su lugar, nos enseñaron a mentir respecto a la razón de la tardanza; decir honestamente: «me quedé dormido» implicaba una hora de castigo en el «cuarto oscuro», donde estaban los pertrechos de limpieza, y, según decía la maestra, se escondía una rata enorme «con hambre de morder». Más valía mentir. Nos enseñaron bien; todos «aprendimos» a hacerlo.

Nunca nos enseñaron a ser felices. Esta asignatura brilló como «la gran ausente». La felicidad que se experimenta cuando se le hace bien a un anciano, cuando se restaura una pieza desechada en el taller, cuando se cumple un deber reconocido, eso nunca lo aprendimos allí. No nos enseñaron a ser felices, y esos que no lo son, hacen mucho daño. El viejo Cabral decía: “Un solo hombre desdichado que no tuvo ni talento ni valor para vivir, mandó a matar a seis millones de hermanos judíos” (1). El día que los sistemas educacionales computen y descubran el daño que han hecho los infelices, ese día incorporarán la asignatura que enseñe la más difícil, necesaria y esencial de todas las materias, esa que enseña cómo ser feliz.

 

Puedo reproducir en mi pobre memoria afectiva las algias cefálicas que me causaron los esfuerzos hechos para entender las secuencias de los orbitales atómicos. Se ocuparon con terco empeño en comprobar que fuera capaz de identificarlos y repetirlos. Nada me reportarían en la vida. A ser feliz…, a ser feliz no me enseñaron.

Nos prepararon para entender, no para vivir. No culpo a mis maestros. A ellos tampoco les enseñaron.

 

 

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(1) Facundo Cabral. Presentación en México. Programa "Siempre en domingo". https://youtu.be/wG-YBD1zInw Publicado: 1 de abril de 2020. Accedido: 3 de enero de 2020, 11: 10 PM.



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