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viernes, 12 de febrero de 2021

El descanso de aquellas palabras

Jesús dirigió aquellas palabras a una cohorte de lobos. Los judíos, casi histéricos, le presionaban, y le exigían: “¿Hasta cuándo nos turbarás el alma? Si tú eres el Cristo, dínoslo abiertamente” (Jn. 10: 24). Él les contestó: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre” (10: 27-29). 

Es significativo que tales palabras, que producen un descanso tan grande en el alma de los que siguen a Cristo, hayan sido pronunciadas en una tremenda confrontación. Más asombrosa es aún la pertinencia que tienen. Hace poco escuchaba a un desenfocado exponente bíblico televisivo. Él acusaba a la Iglesia de ser un rotundo fracaso en la conquista del mundo. Tal perspectiva desconoce el hecho de que no todos son «ovejas del rebaño»; los judíos, mayoritariamente resistieron a la predicación y los milagros de Jesús. Nunca desconozca que la Iglesia ha hecho hasta hoy un esfuerzo colosal en la expansión de la Palabra por toda la tierra. Los misioneros han expuesto y perdido la vida mil veces, para llegar a los más ignotos rincones con el mensaje de la fe. Globos aerostáticos, con ejemplares bíblicos son costeados a precios millonarios para que caigan sobre naciones que proscriben la predicación del evangelio. Canales en línea predican día y noche; las Sociedades Bíblicas Unidas no descansan, el Evangelio ha llegado hasta lo último de la tierra; es parte de la cultura de las naciones más desarrolladas del mundo. Sobre la Palabra de Dios, en boca de los Puritanos ingleses, se levantó Estados Unidos.

¿Qué ha pasado entonces? Así lo definió el Señor Jesús: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen” (v. 27). Estas palabras que hoy son un reproche al mundo, como ayer lo fueron a los judíos rebeldes, son del otro lado del asunto un inefable descanso a todo hijo de Dios. ¿Se siente inseguro en lo tocante a su salvación? ¿Le parece inalcanzable el cielo? ¿Duda sobre si es o no una “oveja del rebaño”? Tales interrogantes se contestan con las mismas Palabras: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre” (10: 27-29).

Descansa. Si oíste un día esa Voz, eres una de aquellas a las que Él llamó “mis ovejas…”. Descansa, porque ellas “no perecerán jamás”. Descansa, porque Él dijo: “nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre”. Nadie.

Descansa.



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