La posible imposición de un lenguaje inclusivo a nivel académico es una de las batallas de nuestro tiempo. Molesta que sea inclusivo el genérico masculino. “Bienvenidos todos…”, “un saludo para todos…”.
Se hizo viral, en redes, la carcajada contagiosa que se le escapó al Premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, cuando el periodista Jorge Ramos le preguntó por qué no se sustituía el masculino “todos” por el neutro “todes”. Sí que se rió rico, el autor de La fiesta del chivo, lo que no le impidió decir después, casi colérico: “Desnaturalizar el lenguaje porque se considere machista es una estupidez que, de ninguna manera, yo voy a aprobar” (1).
El asunto es que puedo decir “todes” y a los cinco minutos negar un puesto de trabajo a una dama en favor de un hombre. Argumentar que, no hacer tales cambios, es mantener un enfoque patriarcal de la sociedad es una afirmación que desconocer el hecho de que la lengua árabe no tiene el género neutro; todas las palabras son masculinas o femeninas (2). ¿Habrá, sin embargo, una sociedad más patriarcal que la de ellos? ¿Sabe lo que vale una mujer en la cultura árabe? Tal cosa es una expresión predictiva de que nada se adelanta en esa extraña aventura que implica torcer el lenguaje. Las palabras surgen de modo natural en la comunicación y responden a necesidades generalizadas y no a intereses grupales.
Sostengo, en todas las tribunas, que el hombre, primigenio de la creación, es cabeza del género humano. Son los primeros en morir en las trincheras, se organizan como fuerza en el trabajo más bruto, fueron los que derribaron a los cuatro terroristas que desviaban el vuelo 93 rumbo al Capitolio de los Estados Unidos, en 2001. En 2011, sacaron de este mundo a Osama Bin Laden. Tienen, sin ninguna discusión, mayor fuerza y capacidad de respuesta frente al estrés y la presión, y todo eso no significa en absoluto que la mujer sea un ser devaluado. Ellas son la más hermosa creación de Dios. De la mujer emana la vida. Tales virtudes les resultan exclusivas.
El lenguaje inclusivo no pasa de ser una ideología más, y ya los ideólogos, palabreros de todas las causas, nos dijeron bastante. El mundo no necesita palabras inclusivas, sino hechos inclusivos. Ese debe ser el auténtico reclamo de la mujer, flor de todos los tiempos, deshojada siempre, preterida sin favor a escaños secundarios. Toda batalla en pro de una emancipación social se debe librar en el terreno de los hechos y no de las palabras.
El lenguaje inclusivo es parte de la herencia cultural literaria de la bellísima lengua hispana. ¿Cuál sería el paso siguiente a la imposición de un lenguaje inclusivo?: ¿cambiar el legado literario, el patrimonio lingüístico de la humanidad expresado en las obras clásicas?; ¿cambiar El Quijote, las obras de Unamuno o Galdós?; ¿echar abajo las sonoridades poéticas de Luis de Góngora, Rubén Darío o José Martí? El lenguaje inclusivo es el lenguaje bíblico; en él se expresan pensamientos tan elevados como aquellos relacionados con la obra salvífica de Cristo, cuando se declara: “y por todos murió” (II Co. 5: 15). Jesús dijo: “Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo” (Jn. 12: 32).
No acepto el lenguaje inclusivo, con la misma fuerza con que no acepto que se menoscabe el derecho de una mujer a optar por una plaza laboral en favor de un hombre. Gracias a Dios, se tienen grandes logros en los tiempos modernos respecto a esto; pero mientras llegue el minuto en que se logre la justicia plena: no al lenguaje inclusivo, y sí a los hechos inclusivos.
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(1) Mario Vargas Llosa sobre el lenguaje inclusivo. Entrevistado por Jorge Ramos. https://youtu.be/5UwdaXslF6I. Publicado: 5 de julio de 2000. Accedido: 27 de febrero de 2020, 8: 50 PM.
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