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lunes, 8 de febrero de 2021

No endurezcáis vuestro corazón

Dios se revela a cada persona y decide la señal que es más conveniente a cada uno; "no se dejó a sí mismo sin testimonio" (Hch. 14: 17). A los magos del Oriente, que vivían estudiando el mundo sideral, se les reveló en la súbita aparición de una estrella, cuyo rutilar, posición y movimiento, de algún modo, les indicó el nacimiento de un gran Rey. Ellos la siguieron, y llegando a la corte del sorprendido Herodes, preguntaron: “¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el oriente, y venimos a adorarle” (Mt. 2: 2).

El pesebre era la gran indicación que atenderían los pastores de Belén. El ángel les dijo: “Esto os servirá de señal: ‘Hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre’” (Lc. 2: 12), y ellos, dóciles a la voz, se dijeron: “Pasemos, pues, hasta Belén, y veamos esto que ha sucedido, y que el Señor nos ha manifestado” (Lc. 2: 15).

Una estrella, un pesebre… Es curioso que las señales más prominentes hayan sido, sin embargo, hechas a un faraón descreído que resistió con inaudita terquedad a las indicaciones del cielo. Diez plagas nacionales no quebraron su resolución de no creer (Ex. 14), premonición de todos los ateísmos contemporáneos.

Puedas verte siempre atendiendo a las señales que Dios hace a tu vida, aquellas con las que llama tu atención. Pequeñas o grandes, son voces del cielo que te llaman. Como los magos del Oriente, ponte en marcha; como los pastores de Belén, busca; pero no te endurezcas, como el día en que lo hizo aquel ciego faraón.

“Porque él es nuestro Dios; nosotros el pueblo de su prado, y ovejas de su mano. Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestro corazón, como en Meriba, como en el día de Masah en el desierto” (Sal. 95: 7, 8).



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