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domingo, 30 de abril de 2023

Análisis del reconocimiento canónico del Evangelio de Juan

El autor del evangelio de Juan aparece identificado al final de este (Jn. 21:20, 24). Se describe a sí mismo como «aquel discípulo al cual amaba Jesús».  A diferencia de los demás evangelios, el de Juan alude a su autor [1]. La tradición histórica y la opinión generalizada posterior han respetado la paternidad literaria de Juan —el apóstol de Jesucristo, contado con los doce— sobre este evangelio.  Hasta el surgimiento de la crítica moderna este criterio se mantuvo invariable [2]

Desde hace siglo y medio se desarrolla una discusión en el seno de la Alta Crítica acerca de la autoría del cuarto evangelio [3], viéndose bajo ataque su legitimidad.  Cierta vaga y ambigua mención de «Juan el presbítero» en los tiempos apostólicos dio al traste con una muy poco respetada opinión acerca de la existencia de un «Juan de Éfeso» al cual se le ha pretendido atribuir la paternidad literaria del evangelio [4]. Pese a este y a otros esfuerzos que han buscado desacreditar la legitimidad literaria del evangelio de Juan, investigadores renombrados como Goget, Westcott, Lighfoot y Sanday han demostrado, de modo contundente, lo insustancial de tales criterios. Un notable legado de evidencias históricas se pronuncia a favor de Juan, el apóstol. Ireneo, por solo citar un ejemplo, en el año 180 d. C escribía: «Juan, el discípulo del Señor, el mismo que se recostó sobre su pecho, publicó también su evangelio, cuando vivía en Éfeso, donde pasó sus últimos años» [5]. A finales del siglo II d. C. y al inicio del III d. C. Clemente de Alejandría, Tertuliano y Orígenes coincidieron en ello [6].

Juan era una figura conocida y aparece en boca de los padres de la iglesia, como uno de los apóstoles que estaban con el Señor. A la hora de valorar su autoría del Apocalipsis, Everett F. Harrison comenta:

 

Respecto al Apocalipsis, Justino da testimonio de que provenía de «un cierto hombre de nuestro círculo cuyo nombre era Juan, uno de los após­toles de Cristo» (Dial. 81). Difícilmente puede dudarse entonces que él conociese también el Evangelio según Juan, aun cuando el uso que hizo del mismo haya sido más para datos doctrinales que históricos [7].

 

Al describir a un grupo herético cono­cido como los Encratitas, caracterizado por un extremo ascetismo [8], Eusebio (265 – 339 d. C.) [9]  menciona a Taciano (110-172 d. C.) [10] como su líder y describe que «este compuso de algún modo una combinación y colección de los Evangelios, dándole a la misma el nombre de El Diatesseron, el cual existe todavía en algunos lugares» [11].

El Diatesseron se empleó como libro litúrgico en la iglesia siria hasta el siglo V d. C [12]. La presencia de los cuatro Evangelios en esta obra ha sido explícitamente confirmada por Epifanio (315-404 d. C.). En el siglo quinto Teodoreto informa haber hallado doscientos ejem­plares de este libro en las iglesias de Siria, y ordenó que los mismos fueran reemplazados por los Evangelios de los cuatro evangelistas. La Armonía de Taciano coloca los materiales de los Evangelios en un narra­tivo continuo, comenzando con Juan 1:1 y omitiendo pasajes paralelos. No se trata entonces de una «armonía» en el sentido moderno de la pala­bra. Diatesseron significa «a través de cuatro», y nos asegura que poco después de la mitad del segundo siglo (170 d. C.), al menos en Siria, los cuatro Evangelios eran ya aceptados como canónicos [13].

El Canon de Muratori (170 d. C. o algo más tarde), de paternidad lite­raria desconocida, recibe su nombre de Muratori, quien descubrió un manuscrito latino del siglo ocho de dicho canon en una biblioteca en Milán, el cual fue publicado en 1740 d. C.  nos da lo que es posi­blemente un consenso de la visión que la iglesia occidental tenía del canon hacia fines del siglo II d. C [14].  Es casi seguro que la lista de libros del Nuevo Testamento contenida en el mismo fue redactada en oposición al canon del hereje Marción, cuyos puntos de vista teológicos eran inaceptables para la iglesia de Roma. La herejía de Marción es men­cionada, y la descripción de los Evangelios como una totalidad—«todas las cosas en todos (ellos) son declaradas por un mismo Espíritu soberano»—sugiere una crítica implícita de Marción con su deliberada elección de Lucas y su exclusión de los otros tres evangelios, y recuerda la airada exclamación de Tertuliano, «¿Qué ratón póntico tuvo alguna vez tal poder roedor como aquel que ha roído los Evan­gelios a pedazos?» [15]. Marción publicó su propio texto revisado de Lucas y de diez epístolas de Pablo, sin incluir las pastorales en su lista. Esto cons­tituyó su Nuevo Testamento [16].

La selección exclusivista de Marción no fue una postura única. Cuando en el siglo dos comenzaron a surgir movimientos de dudosa ortodoxia, los mismos se inclinaban a favorecer a aquel Evangelio que era más afín a su punto de vista. Fue así como Mateo fue asociado con los ebionitas, Lucas con los seguidores de Marción y Juan con la mayoría de los grupos gnósticos. Esta apropiación de los Evangelios ortodoxos para propósitos no ortodoxos irritó, como se vio ya a los Padres de la iglesia [17].

En el Canon de Muratori las palabras iniciales aparentemente tienen que ver con Marcos —la porción que trata de Mateo se ha perdido—. Luego se menciona a Lucas y a Juan, seguidos por Hechos. A continuación, aparecen las trece epístolas de Pablo, comenzando con Primera de Corintios y conclu­yendo con las dos a Timoteo. Las cartas seudopaulinas a los laodicenses y a los alejandrinos son mencionadas, pero no como si fuesen aceptadas. La lista es completada por la epístola de Judas, dos de las epístolas de Juan y el Apocalipsis, con la indicación de que algunos aceptaban la epístola de Pedro, pero que otros no permitían que fuera leída en la iglesia. Algunos peritos han llegado a opinar que el texto aquí está corrompido y que el mismo indicaba originalmente que una epístola de Pedro (en vez del Apocalipsis) era la aceptada, reflejando dudas respecto a la segunda epístola. Si se acepta esto, entonces sólo Hebreos, Santiago y una epístola de Juan están ausentes. Como lo hace notar Westcott, el Canon de Muratori no es un documento individua­lista, la afirmación de una opinión o la expresión de una teoría nueva, sino una deliberada exposición de los puntos de vista de la iglesia universal en la medida en que el autor conoce su perspectiva y práctica [18].

Antes de continuar con este enfoque histórico, sería bueno notar que, durante el período patrístico, los testigos más tempranos hablan de «Evangelio» y «apóstol» en vez de mencionar algún evangelio o epístola en particular. Esta terminología atestigua un reconocimiento por parte de la iglesia de que se debía conceder una importancia especial a estos documentos que trataban del desarrollo histórico del evangelio en el ministerio de Jesús y a aquellos en los que Pablo explicaba el mensaje en términos de las necesidades de las iglesias. La doble división del canon de Marción, aunque trunca, refleja este enfoque fundamental. Además, en especial después del tiempo de Marción, la iglesia reconoció al libro de Hechos como «puente» necesario entre los Evangelios y las epístolas [19].

El Evangelio de Juan no estuvo entre los libros de canonicidad cuestionada por los padres de la iglesia. Los libros que carecieron de respaldo universal durante los primeros siglos —ya fuera por omisión de testimonio patrístico en algunas partes, o de­bido a que eran nombrados con cierto grado de vacilación— fueron: Hebreos, Santiago, 2 Pedro, 2 y 3 Juan, Judas y Apocalipsis [20].

 Hebreos, cuestionada en el occidente debido a la inseguridad respecto a su paterni­dad apostólica, logró ser aceptada en el oriente bajo el reclamo de los Alejandrinos de que era paulina en cierto sentido, y con el tiempo fue clasificada como tal [21]. En el caso de Santiago pueden haber obrado varios factores: incertidumbre respecto a la identi­dad del Santiago en cuestión, el problema en cuanto al significado de las doce tribus en la dispersión, y la escasez de una enseñanza marcadamente cristiana. Las dudas respecto a Segunda de Pedro surgieron debido a que difiere tanto en vocabulario como en estilo, de la primera epístola. La no inclusión de Segunda y Tercera de Juan tuvo que ver con su brevedad, su carácter personal y la relativamente poca importancia de sus respectivos conteni­dos. Judas se vio hostigado por la incertidumbre respecto a la posición apostólica de su escritor, que parecería querer distanciarse de los apósto­les (v. 17). El Apocalipsis de Juan tuvo una sólida posición en el canon durante el período patrístico más antiguo, siendo cuestionado solamente por la secta conocida como los Alogoi. La omisión por parte de los escritores del oriente, al no incluirlo en el Nuevo Testamento puede ser asignada a la crítica de Dionisio de Alejandría, quien se apoyó en las grandes diferen­cias entre el Apocalipsis y el cuarto Evangelio para llegar a la conclusión de que otro Juan debe haber escrito el Apocalipsis. Influido por Dioni­sio, Eusebio opinó que sería prudente colocar el libro no sólo entre los reconocidos (Homologoumena) sino también entre los no genuinos, di­ciendo que algunos lo rechazan [22].

Juan, el apóstol, fue el único de los doce que tuvo una muerte natural; esta ocurrió durante el reinado de Trajano (98-117 d. C.). Escribió su Evangelio en Éfeso entre los años 85-90 d. C y sus primeros receptores debieron ser, según se cree, cristianos de las iglesias de Asia Menor [23].

En resumen, desde los comienzos de la historia de la iglesia fue aceptada la canonicidad de Juan. Esta estaba bien establecida a las alturas del siglo II d. C. Se encontraba respaldado por su autoridad apostólica y por los padres de la iglesia; esta tenía el testimonio del Espíritu Santo y reconocía en él un libro autoritario [24]. A diferencia de otros libros y cartas no se encontró nunca en una lista de aquellos que no fueran universalmente aceptados.

Calvino decía que este evangelio «es la llave que abre la puerta a los otros tres» [25]. Si los primeros evangelistas relatan lo que Jesús hizo, este revela lo que Jesús es [26].

 





[1] Editorial Caribe, Editor. Santa Biblia con notas de la Editorial Caribe, p. 1115.

[2] Henry H. Halley. Compendio manual de la Biblia, p. 470.

[3] W. G. Scroggie y D. E. Demaray. Manual Bíblico homilético, p. 277.

[4] Halley, Ibíd.

[5] Scroggie y Demaray. Manual Bíblico, pp. 277, 278.

[6] Samuel Vila “Juan (evangelio de)”, p. 626.

[7] Everett F. Harrison. Introducción al Nuevo Testamento, p. 98.

[8] H. L. Ellison, “Encratitas”, p. 388.

[9] J. G. G. Norman, “Eusebio de Cesarea”, p. 419.

[10] G. L. Carey, “Taciano”, p. 989.

[11] Harrison, Ibíd.

[12] Carey, p. 989.

[13] Harrison, p. 99.

[14] Ibíd.

[15] Ibíd.

[16] Ibíd.

[17] Ibíd. p. 133.

[18] Harrison, p. 100.

[19] Ibíd, p. 100.

[20] Ibíd., p. 102.

[21] Para «Iglesia de Occidente» e «Iglesia de Oriente», ver Anexos.

[22] Harrison, p. 103.

[23] The Lockman FoundationEditor. La Biblia de las Américas, p. 1445.

[24] Estudios Dirigidos de Superación Bíblica. Introducción Bíblica, p. 11.

[25] Samuel Vila “Juan (evangelio de)”, p. 626.

[26] Ibíd.





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