En sus últimos años el célebre cantautor argentino Facundo Cabral, gustaba parafrasear al poeta norteamericano Walt Whitman, y decía: “Eh, tú, incrédulo, si te animas a ver algo grandioso baja la cabeza: he ahí la hormiga”; y agregaba con no poco entusiasmo: “Mirad con detenimiento una hormiga, es un milagro”.
A la verdad, nos rodean formaciones vivas, colores de luz, fuentes cantarinas, señales por todas partes que nos recrean el milagro de una creación formidable, evidenciada en los detalles que, por cotidianos, ignoramos y desestimamos.
Es verdad que el espacio exterior ofrece el espectáculo de un mundo lejano que mueve en nosotros pensamientos de ensueño. Las estrellas nos cautivan, el sol radiante deslumbra algo más que los ojos, las conjunciones astrales se roban el último pensamiento. Es esa la hora en que los poetas nos despiertan, con esas grandezas cercanas y olvidadas.
¿Qué nos pasó que no advertimos el prodigio de la hormiga? La respuesta tal vez esté en que nos cuesta inclinar la cabeza…
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