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miércoles, 10 de marzo de 2021

Actores proféticos

Moshé Dayam se confesó ateo. Él creyó que Israel le debió la victoria en la Guerra de los Seis Días. Murió sin entender que fue un instrumento de Dios para el cumplimiento de los propósitos de supervivencia de la nación. Sin atacar los indiscutibles méritos que tuvo, esa guerra la habría ganado cualquiera que hubiera estado en su lugar, porque Israel no puede ser destruida en el reloj profético de Dios. Durante la Gran Tribulación hay un trato con ella. En Apocalipsis aparece el Templo de Jerusalén levantado en pleno, y ese libro que cierra el canon bíblico, fue escrito tras el comienzo de la diáspora judía por el mundo, cuando parecía que nunca regresarían los hijos de Israel. El regreso de Israel a su territorio es el principio del sello de esa profecía.

Muchos lucharon desde entonces por esta bendita nación. Muchos alzaron sus voces y sus brazos en favor de la descendencia de Abraham en Tierra Santa. Algunos sabían que, al hacerlo, tenían el respaldo del Dios de los cielos, pero otros no; a estos últimos me refiero. Sin consciencia de lo que significaba aquello que hacían eran actores proféticos. A uno de ellos, el Señor le levantó con tal vigor en la historia que Isaías, en el Espíritu, le llamó por su nombre ciento cincuenta años antes de existir: “Así dice Jehová a su ungido, a Ciro, al cual tomé yo por su mano derecha, para sujetar naciones delante de él y desatar lomos de reyes; para abrir delante de él puertas…” (Is. 45: 1).

Ciro (579-530 AC) fue rey de Persia, y decretó, en el año 538A.C., el derecho de los judíos desterrados por el exilio babilónico de regresar a Jerusalén y reconstruir su templo. Es uno de los más notables actores proféticos de la historia, y nunca lo supo...

Por alguna razón cada vez que leo ese capítulo 45 de Isaías ¡qué nostalgia siento en las palabras de Dios cuando se refiere a Ciro!, y le dice en santo soliloquio: “Por amor de mi siervo Jacob, y de Israel mi escogido, te llamé por tu nombre; te puse sobrenombre, aunque no me conociste” (Is. 45: 4). 




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