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viernes, 6 de enero de 2023

Señora, ¿es usted la esposa de Dios?

Cuando como ahora, una tormenta invernal llena de nieve a la norteña Nueva York me viene al corazón aquella historia... Nunca encontré al autor. Se desarrolló en un frío día de diciembre. Un niño de diez años estaba de pie, descalzo, ante la vidriera de una tienda de zapatos de Broadway. Temblaba de frío. Una dama que andaba de paso, con sorpresa, advirtió al niño y se sintió movida a preguntarle: «Mi jovencito, ¿qué es lo que miras con tanta insistencia?». El pequeño contestó: «Le estaba pidiendo a Dios que me diese un par de zapatos». La dama le tomó de la mano y juntos entraron a la tienda. Ella pidió al vendedor que trajese media docena de calcetines, una vasija con agua y una toalla. Se llevó al muchacho a la parte trasera de la tienda y, quitándose sus guantes, se arrodilló, lavó los pies del niño y los secó con la toalla. Colocó un par en los pies del muchacho, le compró un par de zapatos, se los puso y atando el resto de los calcetines, se los entregó. Le dio, finalmente, una palmadita en la cabeza y le dijo: «No hay duda, amiguito, te sentirás más cómodo ahora».

Al salir de la tienda, el asombrado niño tomó de la mano a la dama y, mirándole a los ojos, con su rostro surcado por lágrimas, le preguntó: «Señora, ¿es usted la esposa de Dios?».

Ojalá y nuestro hechos, en esta vida, recuerden tan vivamente al Señor, al punto de que alguien llegue a sentir, como aquel niño, que estamos muy cerca de Él, tal vez en la condición de hijos…, «hijos de Dios».

«Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios …» (I Jn. 3: 1).



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