Aquella tormenta de nieve que tuvo lugar el 6 de enero de 1850, en Colchester, Inglaterra, fue instrumento bendito en las manos de Dios para empujar al joven Charles Spurgeon a la cercana y pequeña capilla metodista. ¿Sabría el diácono John Egglen el resultado que trajo su sermón de diez minutos? Con él vino a la fe Spurgeon; sería el «príncipe de los predicadores de Inglaterra». ¿Supo Egglen el impacto que se desató en la historia con aquel pequeño sermón? De este lado de la vida no lo sabremos. Lo cierto es que, desde esa mañana Inglaterra ya no fue la misma.
El bien que le hizo al joven aquella Palabra se expandió en los efectos nacionales y mundiales que vinieron bajo el ministerio del legendario predicador inglés. Spurgeon contó públicamente esa historia cerca de doscientas ochenta veces. Conmovido por tal remembranza, una y otra vez llevaría al auditorio a aquel minuto crítico en que Egglen dijo, quebrantado: «¡Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra!» (Is. 45: 22.)
John Egglen quedaría en el recuerdo y el corazón de Spurgeon para siempre. Así, por ese camino, te recordarán todos aquellos en quienes sembraste la buena semilla del Evangelio. Algunos lo harán saber públicamente; otros, por los extraños caminos de la vida, no lo harán; pero una cosa será cierta: no te olvidarán; y tras el efecto que produzca el accionar en la fe de cada uno estarán para siempre tus palabras.
Tal vez pensando en sí mismo y en lo irrenunciable de aquel recuerdo, un día se escuchó decir a Spurgeon: «Aquellos que te amaron y fueron ayudados por ti te recordarán cuando los nomeolvides se hayan marchitado. Graba tu nombre en corazones, no en mármol» (1).
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(1) «The Snowstorm Preacher». Monroe Journal. 21 de junio de 2018. https://petesperspective.com/the-snowstorm-preacher-monroe-journal-june-21-2018/ Accedido: 30 de diciembre de 2022, 7: 47 p. m.
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