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martes, 10 de enero de 2023

Oiga la voz de la sabiduría

La voz de la sabiduría. Siempre está en alguien, a veces en el menos predecible. Quizá algo de eso estaba en el corazón y la experiencia del rey Salomón, cuando escribió en Eclesiastés:

 

También vi esta sabiduría debajo del sol, la cual me parece grande: una pequeña ciudad, y pocos hombres en ella; y viene contra ella un gran rey, y la asedia y levanta contra ella grandes baluartes; y se halla en ella un hombre pobre, sabio, el cual libra a la ciudad con su sabiduría; y nadie se acordaba de aquel hombre pobre (Ec. 9: 13-15).

 

Es muy bíblico decir que la sabiduría puede estar en ese impensable, distante y a veces orillado ser, de cuyo nombre no queda siquiera memoria. Así pasó en esta historia: «Naamán, general del ejército del rey de Siria, era varón grande delante de su señor, y lo tenía en alta estima, porque por medio de él había dado Jehová salvación a Siria. Era este hombre valeroso en extremo, pero leproso» (II Re. 5: 1). Este general tiene, de pronto, conocimiento de la existencia del profeta Eliseo, pide permiso al rey y se va a Samaria: 

 

Y vino Naamán con sus caballos y con su carro, y se paró a las puertas de la casa de Eliseo. Entonces Eliseo le envió un mensajero, diciendo: Vé y lávate siete veces en el Jordán, y tu carne se te restaurará, y serás limpio. Y Naamán se fue enojado, diciendo: He aquí yo decía para mí: Saldrá él luego, y estando en pie invocará el nombre de Jehová su Dios, y alzará su mano y tocará el lugar, y sanará la lepra. Abana y Farfar, ríos de Damasco, ¿no son mejores que todas las aguas de Israel? Si me lavare en ellos, ¿no seré también limpio? Y se volvió, y se fue enojado» (II Re. 5: 9, 12).

 

Era un valioso estratega militar y su inteligencia estaba por encima de la media, pero tenía expectativas que no se verificaron, y la ira siguiente que dejó brotar de sí, veló su sabiduría. La consecuencia de esto pudo ser muy grave: era regresar leproso a su tierra, y nadie sabe la contrariedad que esto hubiera significado en el corazón del rey sirio; podía desencadenarse una guerra. En tal contexto se necesitaba un consejo sabio. ¿De dónde vendría?

Acompañan a Naamán edecanes, oficiales, secretarios y cronistas. El más importante general sirio no se trasladaba sin una grupal de rango ilustre. Ah…, lo olvidaba, trae con él también a los criados. Estos últimos hacen el trabajo humilde de los siervos: comida, forraje para los caballos, limpieza de las carpas. Ellos son el etcétera del grupo.

Naamán, desbordado de colera, acostumbrado a tener la pleitesía de todos, se sintió ninguneado por el profeta, y decepcionado, muy amargado, volvió grupas de regreso a Siria.

Ese es el momento cumbre en que aparece ¡la voz de la sabiduría! ¿De dónde vino? Déjeme pensar…, ¡fue el secretario! No, ese adulador puede ser que esté detrás de Naamán diciéndole: «Tiene razón, su merced. Eliseo es una persona muy incorrecta. ¿Tendrá siquiera una idea de con quién está tratando?». No, en el secretario no estuvo el consejo sabio. Entonces, ¡está en el jefe de la escolta! Ese es otro general. No, ese colérico ser le estará diciendo a Naamán: «¿Quiere que quememos la aldea con el profeta dentro?».

Cuando lo que más necesitas es un consejo sabio, y todo lo que recibes proviene de fuentes que están en peor estado que tú. Cuando de un consejo sabio depende todo, y este no aparece: «¿No clama la sabiduría, y da su voz la inteligencia?» (Pr. 8: 1).

Es verdad que la sabiduría a veces demora un poco en manifestarse, pero el Dios que nos ama siempre provee una fuente para ella y la coloca cercana a nosotros. El más ilustre superintendente de las Asambleas de Dios de Cuba, el Rev. Eolayo Caballero, nos decía en una oportunidad: «Siempre la palabra de sabiduría está presente en alguien. En las reuniones de la iglesia esa voz se manifiesta en alguien. Hay que provocarla orando».

El amor y la gracia de Dios sobre Naamán eran grandes, y de la fuente menos esperada llegó aquella palabra, tan necesaria y pertinente para un momento así: «Mas sus criados se le acercaron y le hablaron diciendo: Padre mío, si el profeta te mandara alguna gran cosa, ¿no la harías? ¿Cuánto más, diciéndote: Lávate, y serás limpio?» (II Re. 5: 13).

Naamán, contrariado, debió quedarse pensativo. Entre los inclinaciones excluyentes de irse o quedarse, se movería pendularmente unos minutos. Le costaría también aceptar que los criados tuvieran razón, pero ya la habían tenido antes: fue una joven hebrea, de la servidumbre de su casa, la que le mandó allí, donde el profeta Eliseo. Un día sabremos los caminos por lo que corrió la decisión final en el alma de aquel rústico general. Lo cierto es que: «Él entonces descendió, y se zambulló siete veces en el Jordán, conforme a la palabra del varón de Dios; y su carne se volvió como la carne de un niño, y quedó limpio» (II Re. 5: 14).

La voz de la sabiduría no estuvo en ningún líder de aquel regio batallón.

La voz de la sabiduría estuvo en los criados.

Puede ser que hoy estés grandemente necesitado y te apremie un consejo sabio. Debatido entre complejas ideas necesitas visibilizar, ante una encrucijada, la dirección a seguir. Las consecuencias de equivocar el rumbo pueden ser muy graves, porque hay torceduras del camino que, una vez asumidas, no se pueden desandar. Si estás ante tal cosa en este día, abre bien los ojos y no menosprecies a los que le rodean. Las bravuconadas y los arranques de ira déjalos para los necios.  Contén tu espíritu, como lo hizo Naamán. Desde el más humilde de esos que te rodean —¡aun desde un niño! — puede estar proveyendo Dios, para ti, la voz de la sabiduría. Así te ama el Señor.

Está atento a esa voz. Está cerca, muy cerca…



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