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miércoles, 16 de noviembre de 2022

Un secretario sin agenda no es un secretario, es un estorbo

Incumple él y hace incumplir a sus superiores. No permite el avance fluido de los planes de trabajo. Obliga a gastar energía a los demás que, una y otra vez, tienen que estar reclamándole por lo que no se hizo. Genera malas relaciones entre los miembros del equipo. Afecta la imagen de la organización. Lo daña todo. Tales son las consecuencias de tener un secretario que no usa agenda.

Si usted es pastor, empresario, rector, director o líder en general le doy un consejo: acérquese con discreción a su secretario, en un momento informal. Pídale la agenda; usted quiere verla, tal vez esté pensando regalarle una mejor; vean qué bueno es usted. Pueden responderle entonces tres cosas: 1. No tengo agenda (no la necesito). 2. No la tengo aquí (no la necesito cerca). 3. Aquí está.

Las dos primeras respuestas son afirmaciones claras: lo que usted tiene no es un secretario, carece de aptitud para esa función. La tercera respuesta lleva a un hojeo en sus manos de la tal agenda. ¿Tiene en sus páginas programaciones por día, con horarios? ¿Tiene señalamientos acerca de cosas por hacer para los próximos seis meses? Si es así cuide a esa persona. Los secretarios efectivos son raros… Merece el regalo de una gran agenda, de esas doradas que se exhiben en librerías.  

Le doy la clave, si quiere la usa, si no quiere no la usa, pero sepa algo: si ese en quien usted se apoya no fue capaz de mostrarle su agenda, lo que usted tiene no es un secretario, es un estorbo.

Tales cosas se extienden a todas las funciones ejecutivas de la vida. En noviembre de 2008 el Rev. Guillermo González Rebeco, director de Educación Cristiana de las Asambleas de Dios de Chile, vino a La Habana y fue nuestro profesor de Teología Práctica a nivel de Maestría por la Facultad de Teología de las Asambleas de Dios de América Latina. Una mañana dijo a todos los pastores presentes: «Un pastor sin agenda no es un pastor; es un pobre pastor». Cuidémonos de tales pobrezas.

En el verano de 2015 visité a una oveja de mi redil. Me contó sobre las pruebas que sufría con su hija. Le pregunté cómo se llamaba. Su nombre era Y. Le prometí orar y mantenerme al tanto. Al abandonar aquel hogar escribí en mi agenda: «Orar por Y. Darle seguimiento». Por razones de trabajo él estuvo algo alejado cerca de un mes. Aquel nombre en la agenda me recordaba… Ese fue el camino por el que regresé a su hogar y al sentarme le pregunté: «¿Cómo sigue Y?». Me miró con sorpresa, y sus ojos se cargaron de gruesas lágrimas que contrastaban con su aspecto fornido de trabajador esforzado. Le pregunté, algo asustado: «¿Le pasó algo a la muchacha?». Él, muy sentido, me contestó: «No, ella está bien; lo que me estremece es pensar: ¿cómo pudo acordarse de su nombre completo?».

Le doy el consejo; si quiere lo toma, si quiere lo deja: si es pastor, secretario, empresario, líder; si hay personas que dependen de usted; si su memoria determina la diferencia entre la bendición y la maldición para alguien, no tengo hoy otra cosa que decirle: use agenda.



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