De aquellos memorables tiempos en que el madrileño Lope de Vega (1562-1635) escribía, en lo que se reconoce como el Siglo de Oro español (1492-1659):
A mis foledades voy,
De mis foledades vengo,
Porque para andar conmigo
Me baftan mis penfamientos.
En la adaptación al español moderno este clásico de la literatura española se escribe y lee así:
A mis Soledades voy
A mis soledades voy,
De mis soledades vengo,
Porque para andar conmigo
Me bastan mis pensamientos.
No sé qué tiene la aldea,
Donde vivo y donde muero,
Que con venir de mí mismo,
No puedo venir más lejos
Ni estoy bien ni mal conmigo;
Mas dice mi entendimiento,
Que un hombre que todo es alma
Está cautivo en su cuerpo.
Entiendo lo que me basta,
Y solamente no entiendo
Cómo se sufre a sí mismo
Un ignorante soberbio.
De cuantas cosas me cansan,
Fácilmente me defiendo;
Pero no puedo guardarme
De los peligros de un necio.
El dirá que yo lo soy,
Pero con falso argumento,
Que humildad y necedad
No caben en un sujeto.
La diferencia conozco,
Porque en él y en mí contemplo,
Su locura en su arrogancia,
Mi humildad en su desprecio.
O sabe naturaleza
más que supo en otro tiempo,
o tantos que nacen sabios,
es porque lo dicen ellos.
Sólo sé que no sé nada,
Dijo un filósofo, haciendo
La cuenta con su humildad,
Adonde lo más es menos.
No me precio de entendido,
De desdichado me precio,
Que los que no son dichosos,
¿Cómo pueden ser discretos?
No puede durar el mundo,
Porque dicen, y lo creo,
Que suena a vidrio quebrado,
Y que ha de romperse presto.
Señales son del juicio,
Ver que todos le perdemos,
Unos por carta de más,
Otros por cartas de menos.
Dijeron, que antiguamente
Se fue la verdad al cielo:
Tal la pusieron los hombres,
Que desde entonces no ha vuelto.
En dos edades vivimos
Los propios y los ajenos,
La de plata los extraños,
Y la de cobre los nuestros.
¿A quién no dará cuidado,
Si es español verdadero,
Ver los hombres a lo antiguo,
Y el valor a lo moderno?
Todos andan bien vestidos,
Y quejante de los precios,
De medio arriba romanos,
De medio abajo romeros.
Dijo Dios, que comería
Su pan el hombre primero
Con el sudor de su cara
Por quebrar su mandamiento,
Y algunos inobedientes
A la vergüenza y al miedo,
Con las prendas de su honor
Han trocado los efectos.
Virtud y filosofía
Peregrinan como ciegos,
El uno se lleva al otro,
Llorando van, y pidiendo.
Dos polos tiene la tierra,
Universal movimiento,
La mejor vida el favor,
La mejor sangre el dinero.
Oigo tañer las campanas,
Y no me espanto, aunque puede,
Que en lugar de tantas cruces,
Haya tantos hombres muertos.
Mirando estoy los sepulcros,
Cuyos mármoles eternos
Están diciendo sin lengua
Que no lo fueron sus dueños.
O bien haya quien los hizo,
Porque solamente en ellos
De los poderosos grandes
Se vengaron los pequeños.
Fea pintan a la envidia,
Yo confieso que la tengo
De unos hombres, que no saben,
Quién vive pared en medio.
Sin libros y sin papeles,
Sin tratos, cuentas, ni cuentos,
Cuando quieren escribir,
Piden prestado el tintero.
Sin ser pobres, ni ser ricos,
tienen chimenea, y huerto;
no los despiertan cuidados,
ni pretensiones, ni pleitos.
Ni murmuraron del grande,
Ni ofendieron al pequeño,
Vieren como yo, firmaron
Parabién, ni pascua dieron.
Con esta envidia que digo,
Y lo que paso en silencio,
A mis soledades voy,
De mis soledades vengo.
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Fuente: Lope Félix de Vega Carpio. La Dorotea. Madrid, 1951, pp. 15-17. Facsímil de la edición príncipe de la Real Academia Española.
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