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martes, 1 de noviembre de 2022

No hay gloria en Mal Tiempo

Mal Tiempo, lejana locación cubana, se hizo célebre por la batalla que en ella tuvo lugar. Se enseña en las escuelas cubanas como un momento épico en que se vistieron de gloria las fuerzas cubanas. ¿Fue realmente así?

Tuvo lugar en las primeras horas de la mañana del 15 de diciembre de 1895, en el entonces caserío de Mal Tiempo, ubicación cercana a Cruces, actual provincia de Cienfuegos. Era aquel un emplazamiento rodeado de centrales azucareros. Se tejía en su entorno una amplia red ferroviaria que garantizaba el abastecimiento, el transporte militar y las comunicaciones (1). El Ejército Libertador se encontraba para entonces en el contexto de la invasión a Occidente. Arsenio Martínez Campos, capitán general español en la isla, quería cortar el paso de la columna cubana hacia occidente, y con el propósito de lograrlo había concentrado tropas en Cruces. En las horas previas a aquella embestida, Máximo Gómez, general en jefe de las tropas cubanas, recibe informes de inteligencia de Rita Suárez del Villar, «la cubanita». Esta le hace saber que, aquella columna española, la integraban mayormente quintos (2). Este dato decide el rumbo táctico de la batalla; pero ¿quiénes eran los quintos?

Uno de cada cinco jóvenes debía servir obligadamente en el ejército. De ahí les venía el nombre: Quintos. Era un sorteo en el que se quintaba la fila. Uno, dos, tres, cuatro, y cinco; ese cinco era el pobre «quinto». Solo podía eximirse de ir a la guerra con una cuantiosa cifra de dinero que estaba fuera del alcance del hombre común. Juan II de Castilla (1406-1454) había impuesto tal cosa durante su reinado (3). Desde luego, sus hijos nunca fueron quintados. Para hacer más sombrío el asunto debe considerarse que la obligación del servicio militar no estaba en función de la defensa patria, sino de la preservación de un imperio con límites lejanos, extendidos desde América hasta las Filipinas. Aquella reclusión forzosa duraba ocho años (4).

Quintos…; menos que quintos, eran niños enviados a la muerte en la revuelta Suramérica de Bolívar o en la convulsivante Cuba, desbordada de guerra y fiebre amarilla.

Mal Tiempo, Cruces, 15 de diciembre; avanza la columna invasora del Ejército Libertador hacia occidente. Máximo Gómez advierte la cercanía de la columna de quintos y, apenas suenan los primeros disparos, no lo hace esperar: ordena la carga al machete. El corneta rasga los aires una y otra vez con el temible toque de «a degüello». Así describe la escena siguiente el general José Miró Argenter, jefe del Estado Mayor del general Antonio Maceo, en sus Crónicas de la guerra:

 

Abren brecha los orientales y acuchillan sin piedad durante quince
minutos. No dura más tiempo todo el drama (…).

Una compañía de Bailén ha formado el cuadro... ¡espantosa mutilación! (…). Por los flancos la carnicería ha sido tremenda (…).

Todos los sólidos han sido deshechos a machetazos (…).

Un comandante de caballería (…), tiene que huir a uña de buen caballo, porque los soldados no le obedecen, tiran los fusilas flamantes, las cananas repletas de municiones y los más de ellos se aplanan contra el suelo, bajo la terrible impresión del pánico, como palomas á la vista del azor. Pero la imagen más cabal del espanto se retrata en un grupo que se ha escondido á su manera, detrás de un palmar. Nuestra gente lo descubre y le va arriba; sus componentes parecen figuras de cera con el uniforme de rayadillo azul; se les habla y no responden, lo más que hacen es cruzar los brazos por encima de la cabeza, esperando el golpe del machete (…).

Todo el terraplén está empedrado de cadáveres. En un reducido espacio yacen más de un centenar de hombres mutilados (5).

(…) Arde España entera, como se dice, en fiebre patriótica, y por tales medios se organizan ejércitos, se decretan levas monstruosas, se agota el tesoro público y se envían miles de reclutas al matadero (Sic.) (6).

 

No se hicieron prisioneros de guerra; fueron ejecutados a machete, en el mismo campo de batalla, todos los que depusieron las armas. El general Enrique Loynaz del Castillo, presente en el lugar de los hechos, relata: «a un médico que se había rendido al general Sánchez [Serafín] (…) le derribó la cabeza un soldado de Maceo» (7).

«Fueron macheteados doscientos diez individuos» (8). Así lo reportó Tomás Estrada Palma en New York. Las tropas cubanas solo tuvieron cuatro bajas (9).

Manuel Piedra Martel, ayudante de campo del general Antonio Maceo, para entonces teniente, afirma: «He de declarar, en honor del ejército español, que ni antes ni después en el curso de la campaña vi a sus soldados perder la moral y desorganizarse» (10). Así lo describió en sus memorias, pero no se detuvo a explicar de qué material humano estaba formada la columna española. El viejo general Gómez fue más sincero cuando confesó: «Yo sabía que eran quintos y que no podían resistir nuestra carga al machete», aquella que él ordenó (11).

Pasará un año. El hijo del viejo general Gómez, Francisco Gómez Toro, como ayudante del general Antonio Maceo, en los aciagos sucesos de San Pedro, Punta Brava, el 7 de diciembre de 1895, ante la caída en combate de su jefe y el abandono ulterior de su cadáver, reclamará morir a su lado. Al llegar allí, es herido de bala. Una avanzada de la guerrilla española advierte que aún está vivo. Santana, un guerrillero, lo remata de un machetazo en la cabeza. Máximo Gómez pasará el resto de sus días, repitiéndose a sí mismo: «¡Cuándo se puede olvidar ese machetazo!» (12) (13). A dos meses de aquel triste suceso, en su Diario, el 25 de febrero de 1897, aparece una esquela aislada, en la nota final del día. En ella se leen dos palabras solitarias e inconexas con los párrafos anteriores: «…¡un machetazo!» (14). Nada más.

El 27 de febrero escribe aquel acerado general:

 

¡Un machetazo! Sí, ese golpe tajante, sobre el cadáver de aquel niño valeroso, tendido sobre el campo de Punta Brava, no lo olvidaré yo nunca. Ese destrozo infame, esa mutilación del cadáver de aquel héroe, tendido en los brazos del otro héroe muerto también, no lo puedo yo olvidar nunca. Esa profanación sangrienta con aquellos restos que merecían respeto, no la puedo yo perdonar jamás. Ante el cuadro que representaban aquellos dos hombres muertos, más bien debieron sentirse inclinados a descubrirse generosos, como rasgo de valentía, que a saciar su saña y encono, contra el Cubano (Sic.) (15).

 

Qué pronto aquel regio general olvidó la orden que dio en Mal Tiempo, cuando supo que aquel batallón lo integraban muchachos asustados, mucho más jóvenes de lo que era, al morir, su hijo, el bravo capitán Francisco Gómez Toro, de veinte años. Como consecuencia de aquella orden, Mal Tiempo fue un campo de batalla en el que no hubo prisioneros. No se aceptaron rendiciones; ya sabe por qué…

Un año. Hay un año de Mal Tiempo a Punta Brava. Un año, y un cambio raigal de perspectiva según la dirección en la que se mueve el machete homicida. Grandes contradicciones de los hombres; altibajos en que se funden luces y sombras. Tales cosas nos definen como humanos.

Mal tiempo… Nunca los fieros mambises con una temeraria carga al machete pudieron romper un cuadro defensivo español cuando lo formaban soldados profesionales, pero aquel no era el caso. Mal Tiempo fue una masacre; la aniquilación de reclutas, los más de ellos nunca presentes en una acción de guerra, bajo la acometida de los más experimentados y probados soldados del Ejército Libertador Cubano, muchos de ellos curtidos por el fragor de la Guerra Grande, con una estructura de mando en la que se colocaron Antonio Maceo, Serafín Sánchez y el mismísimo Gómez. No es coherente con los hechos que allí ocurrieron la reclamada gloria que piden reconocer.

El general Enrique Loynaz del Castillo, con doble crudeza, aquella que no se escribe en los libros, contaría de primera mano, en el terreno mismo de los hechos, las atrocidades de aquella jornada, a su amigo, el reconocido periodista y cronista cubano Ramón Guerra (Mongo P). En la casa de este último, jugué de niño, porque era el padre del teólogo cubano Luis Guerra Gutiérrez, mi más cercano amigo de la infancia.

Quizá quepa resumir: si aquellos jóvenes españoles, apenas despuntando a la vida, no hubiesen estado uniformados, la acometida de Mal Tiempo habría calificado como un genocidio.

Pasarán los años, y tal acción de guerra se evocará con orgullo patricio. El 19 de mayo de 1910, levantarán un obelisco en el lugar de los hechos; será rehecho en 1965. La carga mambisa se inmortalizará en la pintura de Feliciano Ibáñez. En 1958 circulará un billete de $5.00 pesos que tendrá en su anverso un antiguo y claro grabado, alegórico a la batalla. El 10 de octubre de 1978, el complejo monumental y el parque en derredor serán declarados Monumento Nacional (16). El escudo del municipio Cruces mostrará en sí, como representación más significativa, el Monumento de Mal Tiempo. Tendrá un arco de quince estrellas desplegado arriba, señalando a aquel 15 de diciembre… (17)

Cada año, en esa madrugada, la Banda Municipal de Cruces tocará la Diana mambisa como preludio al alba. Ese día será reconocido oficialmente en la historia del pueblo como Día del Crucense (18).

Por medio siglo he leído y releído esta historia, y veo en Mal Tiempo avance para la invasión cubana, contención de ofensivas coloniales, demostración de fuerza; hay en aquel choque épico lo que se quiera decir que hay, pero no hay gloria. No la veo.

Hay gloria épica en Palo Seco (Las Tunas, 1873), Las Guásimas (Camagüey, 1874) y Mangos de Mejía (Holguín, 1877); en Peralejo (Oriente, 1895), Coliseo (Matanzas, 1895) y Paso de las Damas (Las Villas, 1896); en Ceja del Negro (Pinar del Río, 1896), Loma del Gato (Oriente, 1896) y La Reforma (Las Villas, 1897).

En Mal Tiempo, no. No hay gloria en Mal Tiempo.


 

Solo era un niño

Juan Carlos Calderón, en la incomparable interpretación de Mocedades (https://youtu.be/n-m97tGprD8?list=PLRdoGDaQflqvCUwjnHS1nj9T8fqhOhStk)

 

Se marchó a la calle esta mañana,

al entierro de su compañero.

Por la decisión de su mirada,

yo sabía que iba al matadero

 

Cuando ya hubo anochecido,

lo trajeron mal herido.

Y pensé «qué inútil oblación».

Solo era un niño

 

¿Qué dirán los que mandaban?

¿Qué dirán sus compañeros?

¿Quién sabrá que al verse morir?

Siguió creyendo.

 

Me dirán que fue simiente, me dirán.

Me dirán que fue todo un valiente.

Me dirán no hay más camino, me dirán.

Me dirán que era su destino.

 

Pero   quién dirá conmigo,

si le queda algún amigo,

ahora que me ven todos llorar:

«Solo era un niño».

 

Me dirán que fue valiente.

Me dirán que fue el destino.

Quién dirá al verme llorar:

«Solo era un niño» (19) (20).

  

 

__________

 

 

(1) Joel David Monzón Li, Amanda Elena Castillo Peraza y Vivian Bárbara González Curbelo. «Batalla de Mal Tiempo: una luz en la historia de Cruces». Revista Científica, Cultura, Comunicación y Desarrollo. Vol. 5. No. 1. Enero-abril de 2020, p. 11. Publicado: 13 de mayo de 2020. Puede consultarse en: https://rccd.ucf.edu.cu/index.php/aes/article/view/212 Accedido: 17 de octubre de 2022, 2: 25 p. m.

(2) Combate de Mal Tiempo. https://www.ecured.cu/Combate_de_Mal_Tiempo Accedido: 14 de octubre de 2022, 3: 52 p. m.

(3) José Canga Argüelles. Artículo: «Milicias». Diccionario de hacienda. Londres: Imprenta española de M. Calero. Tomo IV, 1827, p. 190.

(4) Ángel Luis Cervera Fantoni. «El servicio militar y la redención en metálico». https://almirantecervera.com/articulos/el-servicio-militar-y-la-redencion-en-metalico Accedido: 16 de octubre de 2022, 2: 54 p. m.

(5) José Miró Argenter. Crónicas de la guerra, pp. 162, 163.

(6) Ibíd., p. 258.

(7) Enrique Loynaz del Castillo. Memorias de la guerra. La Habana: Editorial Ciencias Sociales, 2001, p. 241.

(8) Tomás Estrada Palma. La invasión de occidente. EXTRACTO de las operaciones militares realizadas por el Ejército Invasor, al mando del Lugarteniente general Antonio Maceo, desde su salida de Oriente hasta su llegada a Mantua, provincia de Pinar del Rio. New York: Imprenta América. S. Figueroa, editor, 1896, p. 7.

(9) Artículo: «Combate de Mal Tiempo». https://www.ecured.cu/Combate_de_Mal_Tiempo Accedido: 14 de octubre de 2022, 3: 52 p. m.

(10) Manuel Piedra Martel. Mis primeros treinta años. La Habana: Editorial Minerva, 1943, p. 243.

(11) René E. Reyna Cossío. La Invasión. Habana, 1928, p. 21. Ver en: Ramón Infiesta. Máximo Gómez. La Habana: Imprenta El Siglo XX, 1937, p. 175.

(12) «Sobre el combate de Punta Brava». Periódico La Correspondencia de España. 12 de Enero de 1897. No. 14,221

(13) Máximo Gómez. Diario de campaña. Notas del 2 de enero de 1897. La Habana: Comisión del Archivo de Máximo Gómez, 1940, p. 371.

(14) Ibíd., p. 373.

(15) Ibíd.

(16) Monzón Li, Ibíd., pp. 12, 13.

(17) Ibíd., p. 13.

(18) Ibíd.

(19) Inés Gaviria y Javier Marrodán. «Canciones con historia». Revista «Nuestro Tiempo». No. 676. Septiembre-octubre de 2012, pp. 14, 15. Revista cultural y de cuestiones de actualidad de la Universidad de Navarra / Cultural magazine and current affairs from the University of Navarra. https://issuu.com/nuestrot/docs/nt676_web Accedido: 16 de octubre de 2022, 3: 31 p. m.

(20) «Solo era un niño». Mocedades 8 (octavo álbum del grupo vocal español Mocedades), grabado en 1977. https://youtu.be/n-m97tGprD8?list=PLRdoGDaQflqvCUwjnHS1nj9T8fqhOhStk Accedido: 16 de octubre de 2022, 3: 52 p. m.



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