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jueves, 3 de noviembre de 2022

Aquel día de confusión en la vida del apóstol Pablo

Cuando el más grande apóstol a los gentiles se quedó sin espacio en el corazón para la cicatriz de una nueva herida.

Cuando el hombre en quien estuvieron los cinco ministerios fue aplastado más allá de sus fuerzas.

Cuando aquel en quien se movieron los nueve dones del Espíritu tocó fondo.

Cuando ese en quien estuvo la fe mayor quedó sin esperanzas…

 

Así lo contó a sus hermanos corintios: «fuimos abrumados sobremanera más allá de nuestras fuerzas, de tal modo que aun perdimos la esperanza de conservar la vida» (II Co. 1: 8b). Aquel pensamiento lúgubre se abrió paso y lo llenó todo, al punto de que aquel otrora discípulo de Gamaliel, devenido en apóstol a los gentiles, terminó por decirse a sí: «Todo acabó, ministerio, familia, amigos, vida…».

Mirando atrás, en el recuerdo de aquellos penosos días, Pablo hace una importante confesión: «tuvimos en nosotros mismos sentencia de muerte, para que no confiásemos en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos» (II Co. 1: 8, 9).

Nuestros pensamientos son una frecuente fuente de confusión como para que no confiemos en ellos. Llega la hora en que sentimos que todo acabó; pero no, no es el fin; es el doloroso preámbulo de un ministerio mayor en el que necesitaremos confiar solo en Aquel «que resucita a los Muertos».

Pablo no había terminado, ni siquiera estaba cercano a la muerte. Confundido y equivocado, en un mar de resistencia y oposición estaba por abrirse plena la puerta de lo que sería su más grande accionar apostólico: Éfeso, la capital del Evangelio en Asia Menor, la Iglesia del Apocalipsis, la que tuvo por obispo al apóstol Juan, en cuyo seno fue protegida María, la madre del Jesús; esa iglesia a la que Jesús diría más allá de la célica amonestación: «Yo conozco tus obras, y tu arduo trabajo y paciencia; y que no puedes soportar a los malos, y has probado a los que se dicen ser apóstoles, y no lo son, y los has hallado mentirosos; y has sufrido, y has tenido paciencia, y has trabajado arduamente por amor de mi nombre, y no has desmayado» (Ap. 2: 2, 3).

No confíes en tus pensamientos. Los días de gloria mayor están delante de ti, y hay un solo imponente bíblico para lograrlo: no confíes sino en Aquel «que resucita a los muertos». 

En nadie más. 



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