La palabra providencia viene del latín providere, que significa prever, pero su significado apunta a algo más que conocimiento de lo que vendrá. Este término abarca expansivamente la connotación de un «actuar con prudencia» o «trabajar para el futuro» (1). Millard J. Erickson observa:
Mientras que la creación es la obra originaria de Dios con respecto al universo, la providencia es su continua relación con él. Por providencia entendemos la continua acción de Dios para conservar la creación a la que él ha dado la existencia, y guiarla hasta conseguir los propósitos pretendidos. En términos de la dinámica diaria de nuestras vidas, por tanto, la providencia tiene en muchos casos mayor pertinencia que la doctrina de la creación (2).
La doctrina de la providencia es el descanso del cristiano. La seguridad de la protección de Dios frente a los avatares de la vida o las inesperadas pérdidas es el asidero desde el que sobrevive la fe, pero más que todo esto: la providencia de Dios es la esperanza misma.
Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas? (Mt. 6: 25, 26).
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(1) Millard J. Erickson. Teología sistemática. Barcelona: CLIE, 2008, p. 409.
(2) Ibíd.
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