Puesto de pie en el atrio del Templo en Jerusalén, Jeremías trajo a todos una Palabra de Dios; esta tenía todo el frescor del Espíritu y la autoridad mayor, que es aquella que viene del Rey de los siglos, solo que se trataba de una Palabra que nadie quería oír. "Así ha dicho Jehová de los ejércitos, Dios de Israel: He aquí, yo traigo sobre esta ciudad y sobre todas sus villas todo el mal que hablé contra ella; porque han endurecido su cerviz para no oír mis palabras" (Jer. 19: 15).
No lo quieren oír el pueblo, el ejército, la corte, el rey. No lo quieren oír tampoco los sacerdotes. Pasur era el príncipe que presidía en la casa de Jehová. Se suponía que fuera el más grande heraldo de la Palabra y el Espíritu. Es él quien decide qué hacer: como no podían azotar a Dios, azotaron al profeta. La escena concluye en el cepo; el cepo busca inmovilizar la Palabra: "Y azotó Pasur al profeta Jeremías, y lo puso en el cepo que estaba en la puerta superior de Benjamín, la cual conducía a la casa de Jehová" (Jer. 20: 2).
Fue el líder mayor de la nación el que dictó la orden.
La historia se repetiría en las arenas inacabables del tiempo. ¿Le dicen algo nombres como los de John Wyclif o William Tyndale. El primero fue la "estrella vespertina del escolasticismo y la estrella matutina de la Reforma inglesa". Trabajó en la traducción de la Biblia Vulgata Latina al inglés y defendió la autoridad de las Sagradas Escrituras sobre el papado. Escapó a sus múltiples condenas por sus influencias en la corte inglesa. En vida no le pudieron ultimar. Fue condenado postmortem. Sus libros y sus huesos fueron quemados. Fijaron la memoria de Wyclif a un cepo.
El segundo, William Tyndale, murió en la hoguera. Había traducido la Biblia al inglés. Están bien documentada la cita de sus últimas palabras: "Señor, abre los ojos al Rey de Inglaterra". En aquella pira ardió el más grande exponente bíblico de la Inglaterra de su tiempo.
No podemos azotar a Dios, azotemos entonces a sus profetas. No podemos fijar en un cepo al Señor; pongamos en él a sus profetas. Como los tiempos cambiaron mejoremos el método: unamos fuerzas para ningunearlos, ignorémoslos hasta el último minuto. Lo importante es que príncipes decrépitos sean venerados, y el oro corra por las arcas. Si la Palabra lo denuncia, al cepo la Palabra. Garanticen los ineptos el flujo de aplausos de otros que son iguales o peores.
Cíclicamente se repite la historia. Las redes se llenan de denuncias y ataques contra ministerios probados. Se han convertido en auténticos pasatiempos dirigidos a entronizar a los que nada son, y para nada sirven. Así será, hasta que Cristo venga. Mientras haya un Jeremías habrá un Pasur. Y el cepo no cambiará la Palabra, todo lo contrario, esta tronará como lo hizo en boca del profeta: "Y tú, Pasur, y todos los moradores de tu casa iréis cautivos; entrarás en Babilonia, y allí morirás, y allí serás enterrado tú, y todos los que bien te quieren, a los cuales has profetizado con mentira" (Jer. 20: 6). Así fue, y los ojos de todos lo vieron.
No lo dude, la historia se repite. El cepo de Jeremías llena el mundo, y la Palabra también.
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