Uno de los errores más grandes de la iglesia contemporánea está en colocar el énfasis en el Iglecrecimiento y no en la llenura del Espíritu Santo. Nunca, nunca, nunca la Iglesia primitiva lo hizo así: “Todos éstos perseveraban unánimes en oración y ruego, con las mujeres, y con María la madre de Jesús, y con sus hermanos” (Hch. 1: 14). La exhortación de Pablo a los efesios fue: “…sed llenos del Espíritu” (Ef. 5: 18).
En el verano de 2006, La Iglesia de las Asambleas de Dios en El Cotorro, La Habana, Cuba, sufría una honda crisis: había tenido nueve pastores en nueve años. No se lograba estabilizar. Un alto líder del Distrito de Occidente dijo entonces, públicamente: “Yo voy a atender esa Iglesia. Si allí conmigo, en un año, no hay crecimiento, ¡entrego la credencial! Un pastor que no tenga crecimiento en su iglesia no es un pastor”. Y sacando del bolsillo la credencial de ministro, la mostró a todos, y dijo: “¡Entrego la credencial!”. Al lanzar aquel irreflexivo y festinado desafío intentaba, socarrona y carnalmente, humillar a los pastores presentes que no tenían resultados comparables a los de él. Envanecido, y en un peligroso robo de la gloria de Dios, se pronunció en tales términos delante de veinte ministros, algunos ya ordenados. Me volví a mi esposa, que se encontraba sentada a mi lado, en el fondo del Templo, y le dije: “Bíblicamente hablando, eso es lo que se llama ‘tentar a Dios’. En estos momentos acaba de colapsar su ministerio allí”.
Al cabo de un año aquel líder llegó a mi sede en el Templo de Santa Amalia, y en la sala de la casa pastoral, le pregunté, con una ironía que ya me perdonó el Señor: “¿Cómo va el crecimiento en El Cotorro? Dicen que ya tienes tres escuelas dominicales allí…”. Con la expresión de un niño que no alcanzó caramelos en la fiesta me contestó: “No me digas nada… Lo que hay allí no es un principado, ¡es una potestad! Cuando llego al Templo está el barrio entero jugando dominó en el portal. No hay quien pueda con aquello. Me fui de allí… Ya entregué el Templo”.
Por supuesto, no entregó la credencial, como prometió hacer. Tal vez aprendió algo…
Pienso que la primera obra de un pastor tras su llegada a una nueva sede debe de ser la lucha por la llenura del Espíritu Santo en sus miembros, con la activación inmediata de los dones del Espíritu. Todo lo demás debe de estar subordinado a esa meta.
¿Qué tan posible es lograr algo así? Vayamos a la historia. El movimiento pentecostal cubano alcanzó uno de sus puntos más altos en la Iglesia Central de las Asambleas de Dios en Palma Soriano. El matrimonio de los Revs. Martín Oliva Baró y Fe Montejo asumió el pastorado de allí, el 28 de noviembre de 1964 (1). Ubíquese en el contexto de ese año. Veinte meses antes había sido intervenido el Instituto Bíblico Pentecostal de las Asambleas de Dios en Manacas, Las Villas. Se habían perdido ya un sinnúmero de Templos. Los bautistas estaban a meses de ver, tras las rejas de La Cabaña, a todo su liderazgo nacional. Martín Oliva contaría acerca de aquellos días:
Mi única oración era: «Señor, enciende el fuego». Fue mi oración por meses, y fue algo inusitado: ¡el fuego se encendió! Los hermanos se encontraban en la calle y se abrazaban llorando. Los dones del Espíritu sacudieron toda la vida de la grey. Visiones, revelaciones, profecías, interpretación de lenguas, todo el equipo de dones del Espíritu se puso en operación. Yo iba en oración, en las vigilias, con la Iglesia, y sentía de pronto los taconcitos de Manolita Oliva. Sabía que venía a darme una palabra del Señor. A veces ella se quedaba un poco sorprendida por lo que el Señor le había dicho que me dijera, y me preguntaba si eso tenía sentido. Yo le decía que sí, que eso tenía sentido para mí, y que yo entendía perfectamente lo que el Señor me estaba diciendo (2).
La explosividad de aquel movimiento llegó a tal grado, su eco fue tan sonoro en toda la nación, que el Comité Ejecutivo de la Iglesia Evangélica Pentecostal de Cuba (Asambleas de Dios) decidió nombrar una comisión integrada por los Revs. Bernardo Amor Fernández y Adimael (Tito) Rodríguez Fernández, con el propósito de que se trasladasen de inmediato hasta Palma Soriano a fin de ver qué era lo que estaba sucediendo allí (3). Tal decisión consta en el Acta No. 21, Folio 83, del Libro de Actas del Comité Ejecutivo, con fecha del 12 al 14 de febrero de 1971, Pinar del Río. El acta aparece firmada por el Rev. Francisco Quintero.
No conforme con los partes de la asombrada Comisión terminaría el propio Superintendente Nacional, Rev. Eolayo Caballero González, viajando en tren hasta Palma Soriano con el propósito de ver con sus propios ojos aquello. Muy anciano y visiblemente conmovido, nos contaría una mañana, como parte de la congregación reunida en el Templo de Infanta y Santa Marta, en 1987: «No ha existido una Iglesia Pentecostal en Cuba donde los dones hayan estado más vivos que en aquella época, en Palma Soriano. Los dones del Espíritu más raros, esos que usted no ve en ninguna parte, como el don de interpretación de lenguas, se veían allí» (4).
El ministerio profético más fuerte que mi esposa y yo hayamos conocido nunca, el de la Revda. Manuela Oliva, emanó de esa histórica sede. Aunque su apellido lo sugiera no tenía vínculo familiar alguno con el pastor Martín Oliva. Daría, años después, una campaña evangélica en el Templo de Santa Amalia, bajo nuestro pastorado y en profecía y palabra de ciencia develaría, asombrosamente, lo oculto de los corazones (I Co. 14: 25) para alegría de unos y vergüenza de otros.
Del resto del trabajo y de la obra de crecimiento de esa floreciente grey pueden dar testimonio los miembros de la Obra pentecostal allí, pero todo comenzó con aquellos movimientos del Espíritu. En el instante en que escribía estas palabras escuchábamos, mi esposa y yo, en vivo, a través de las redes al Rev. Orson Vila, en la tarde-noche del miércoles 16 de marzo de 2022. Este contaba: «Esa Iglesia de Palma Soriano yo la visitaba mucho cuando era evangelista en Cuba, cuando era joven (...); y en Palma Soriano siempre ha habido un movimiento fuerte profético, de muchos hermanos que Dios usa con los distintos dones y don de profecía». Testificaba con asombro de la Obra allí. Qué confirmadora coincidencia que me llevó a no procrastinar este artículo.
¿Qué podríamos decir de la experiencia personal? A nuestra llegada al Templo de las Asambleas de Dios en Santa Amalia, Arroyo Naranjo, La Habana, en 1998, el primer propósito que nos formulamos fue la activación de los dones del Espíritu y la llenura de Él. Fue un costoso esfuerzo de muchos meses. Mi esposa dirigía con fervor los cultos de ayuno y oración de todos los sábados, en la mañana, y los frutos de aquel esfuerzo de unidad y dedicación se llegaron a ver. Marta Rojas Rivero, la vecina de la esquina, aquella que se fajaba a machetazos con el primero que se le atravesara en el camino, atraída por la invitación que le hiciera Biria Legrá, Presidenta local de los Ministerios Femeniles, vino al Templo, y luego se convirtió. Se incorporaría ardientemente a los cultos de oración que dirigía mi esposa, la Revda. Elízabeth de la Cruz, por tantos años Secretaria Nacional de los Ministerios Femeniles, y recibiría el bautismo del Espíritu Santo. Es difícil imaginar siquiera la dimensión de transformación que Dios operó en ella. Su vida fue una de las ventanas por las que mi esposa y yo oímos a Dios en algunos de los momentos más críticos de nuestro ministerio.
Andrea Gutiérrez Borges era de armas tomar. Sus hijos estaban entre los más temidos pleitistas de la zona. Me recuerdo aguantando a Pachy, uno de los más fornidos hijos, cuando un hombre «osó» tratar de pasar entre él y yo, mientras hablábamos a la entrada del Fotoservices de la Avenidas de 10 de Octubre, esquina Arnao. Aquella madre sufrida y temible se acercó a la Iglesia y Dios la llenó de su Espíritu. Sus dones de palabra de ciencia están entre los más impresionantes que haya visto nunca. Dios le develaba el mundo espiritual
Berta Tamayo Marzo, vino a la grey. Con un sueño detrás del otro, Dios le abría persianas y veía las tinieblas. Ella sabía lo que de inmediato iba a ocurrir.
Antonia Brook Rizo venía desde Altahabana, Boyeros. Se negaba a congregarse en alguna sede más cercana, porque sus dones se despertaron allí. Tantas veces le vimos acercarse con una palabra del cielo. Dios le usó poderosamente en visiones. Eran fuerzas para nuestras vidas.
Ricardo Baró Gorina escondía el cigarro cuando yo llegaba a la Feria de La Palma, en Arroyo Naranjo, para saludarlo. Un día casi se atraganta con el humo. Así hacía, hasta aquel día en que descendió sobre él, el Espíritu Santo. «Entonces el Espíritu de Jehová vendrá sobre ti con poder, y profetizarás con ellos, y serás mudado en otro hombre» (I Sa. 10: 6). Así fue con él. Se levantó Baró, desde entonces, como el más notable profeta que tuviera ese Templo, posiblemente en toda su historia. ¿A quién no dio una palabra de ciencia? ¿Sobre quién no profetizó con el más grande impacto? Él fue lleno del Espíritu Santo, y nunca las Escuelas Dominicales de Santa Amalia fueron las mismas. En aquel momento en que brotaba la palabra profética se paralizaban los pasillos aledaños donde vivían los peores impíos. Todos escuchaban. En los primeros tiempos yo dudaba, como duda un padre acerca de la madurez de su hijo, a quien vio, desde que nació, tirar piedras al vecino. Un día vino a mi Escuela Dominical, por sorpresa, uno de los pioneros del movimiento pentecostal cubano, el Rev. Rolando Rivero Reyes. Al cierre de la sesión, cayó el Espíritu Santo. Ricardo Baró rompió a profetizar; casi «se acaba el mundo». Me acerqué, tímidamente, al Pastor Rivero, y le pregunté, en voz baja: «¿Qué opina?». Desde su ancianidad, aquel Pastor me contestó: “Es profecía, total profecía. No lo dude”. Fue para mí un minuto inolvidable en el discernimiento de uno de los ministros más pentecostales de Cuba.
Mi amada suegra, Biria Legrá Jardines, Presidenta Presbiterial y Local de las Damas, por muchos años, profeta incomparable, tuvo una visión en 2015, durante un culto de oración de sábado. Ella dijo:
Oí súbitamente muchos gemidos y lamentos; vi como que una neblina lo envolvía todo, y dentro de ella vi a muchas personas que morían, de todas las edades; eran tantas que no había cabida en los cementerios, y no los ponían en cajas porque se habían agotado; los echaban en bolsas de nylon, hacían zanjas, y los echaban ahí, como si fueran piedras. Las personas que hacían eso, estaban vestidos de blanco, con guantes y botas blancas también, y una enorme mascara que casi le tapaba el rostro, con grandes espejuelos; apenas se les veían los ojos. Sus cabezas estaban muy bien cubiertas, todo de blanco. Ellos cogían los cadáveres y los echaban en la zanja, que era inmensa de largo. A un extremo, distante, se divisaba el hospital, de un verde claro; apenas se veía por la neblina que había. Ellos echaban los cadáveres y luego los cubrían con mucha cal, y después con tierra.
De repente oí una voz que decía: «Pueblo mío, clamen por sus familias; viene una enfermedad incurable, y matará a muchos, pero si mi pueblo ora, clama y se humilla, yo los libraré de ella. Clama, ora y humíllate, pueblo mío». Eso fue todo.
Acababa de ver en el Espíritu la actual pandemia de COVID-19.
Una semana antes de las elecciones distritales de 2008, ella profetizó: «He aquí, Yo quito el cetro». Vino a la oficina pastoral, en ese mediodía, a preguntarme qué era un cetro. Tal como lo recibió, así ocurrió: Dios «quitó el cetro» en aquel enero...
Ella nos dijo en profecía: «He aquí yo tuerzo el camino… Será pronto», a escasos días de haberlo oído anteriormente, mi esposa en el Espíritu, al amanecer. Eran los pródromos del anuncio profético acerca del fin de nuestro ministerio en Cuba. La palabra de ciencia que añadió, días después, acerca de este asunto, se cumplió con precisión milimétrica.
Qué más decir, Asmerys Mendoza Fernández, Aida Fernández Salazar, María Caridad Marcelús Cantares, Dras. María de los Ángeles Sánchez Arañó y Rita María Calzada García, tantas hermanas a recordar que una y otra vez, con las revelaciones que Dios les dio determinaron para nosotros la diferencia entre triunfar y fracasar, y por una vez entre morir y vivir…
Derramamientos preciosos del Espíritu Santo dieron el 26 de octubre de 2003, con una Escuela Dominical de ciento ochenta y cinco hermanos. Entre nosotros fue un récord de asistencia.
Todo vino después. Los que me odiaron con odios que no son de este mundo no pudieron objetar que mi sede, en Santa Amalia, ocupara el quinto lugar en contribución financiera en un distrito que tenía ciento sesenta y dos iglesias. Desplazamos a más de veinte congregaciones que nos sextuplicaban en número de miembros, incluyendo a la del Vicetesorero del Distrito, que no aportaba un centavo en divisa. Si la contribución financiera es una expresión de salud espiritual baste decir entonces que, nuestra humilde sede en Santa Amalia, resultó ser el primer lugar per cápita de todo el Distrito.
El Templo de las Asambleas de Dios en Santa Amalia tuvo la iniciativa de hacer y, de hecho, dirigió, la Celebración Evangélica Cubana de Arroyo Naranjo, el domingo 11 de julio de 1999, con la participación de seis mil almas, en el Estadio Ciro Frías (ver en YouTube: https://youtu.be/7gclxuVjhi8). Esta fue, en el Señor, la más gloriosa de todas las Celebraciones cubanas de ese año. El trabajo ordenado de distribución de literatura cristiana alcanzó, en esas inolvidables horas, a doscientas mil vidas. El municipio entero, para entonces con ciento ochenta y cinco mil personas, fue evangelizado.
Se trata de logros definitivos; están publicados y es bueno recordarlos, pero por encima de esto, y antes que todo, nunca olvidaremos que lo que allí pasó, bajo nuestro humilde pastorado, fue consecuencia de aquellos movimientos de oración y de la intensísima búsqueda del Espíritu Santo, a la que nos dirigimos desde el momento mismo de la llegada. No puede verse de otra manera: detrás de cada triunfo estuvieron las rodillas gastadas de mi sufrida esposa, y sus prolongados ayunos, algunos extendidos por más de tres semanas.
Quisiera decir que algo así ocurrió por el consejo de este o de aquel, pero no fue así. Lejos de eso, muchos desde el liderazgo, hicieron lo imposible para destruirnos. Todo lo que allí pasó fue Obra genuina y exclusiva del Espíritu Santo, y no necesito discutirlo con nadie. Reciba Dios toda la gloria. Aquellos que, como representantes de los enemigos de la Iglesia y de las tinieblas, no pudieron lograr sus azufrados propósitos, tendrán la desmemoria de mi perdón, pero nunca la de la historia. Allí los espero.
No queda más por decir. En agosto de 2014, en el contexto del Centenario de la Celebración Mundial de las Asambleas de Dios, a la que fuimos cordialmente invitados como Historiadores de la Organización, mi esposa y yo, por el Superintendente General de las Asambleas de Dios de Cuba, Rev. Eliseo Villar Acosta, el Rev. George Wood, Superintendente del Concilio General de las Asambleas de Dios de los Estados Unidos, dijo a todo el cuerpo ministerial de la organización mundial: «Primero veamos qué quiere Dios y después hablemos de dinero». Por este mismo camino digamos hoy: “Primero busquemos la llenura del Espíritu. Después hablemos de Iglecrecimiento”. Así debe de ser, para que se cumplan las palabras del salmista: «No a nosotros, oh Jehová, no a nosotros, sino a tu nombre da gloria» (Sal. 115: 1).
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(1) Octavio Ríos Verdecia. Historia de las Asambleas de Dios en Cuba. Tyler: Independent Publishing. Tomo II, p. 326.
(2) Ibíd., p. 378.
(3) Ibíd.
(4) Ibíd.
Hermosa he innegable historia que refleja cómo el Espiritu Santo es quien debe siempre ir delante de nosotros, gracias amado Pastor por compartirnos tan importante artículo, un abrazo desde el Oriente Cubano
ResponderEliminarGracias, muchas gracias. Aprecio mucho el tiempo que dedicó a leer. Dios le bendiga grandemente.
EliminarGracias pastor, este es un mensaje que hoy necesitábamos escuchar, Dios ha tocado mi corazón.
ResponderEliminarCuánto me alegro. Dios es más que bueno.
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